Monstruosidades invisibles


He ahí un cuerpo que a la altura del cuello se bifurca en dos direcciones diferentes. Recuerda un poco a esos momentos en los que uno va en su coche por una carretera que se divide de súbito en dos mitades idénticas sin que sepamos cuál nos conviene tomar para llegar a Valladolid o a Soria, por poner dos ejemplos, porque no hay cartel alguno que lo indique. En la vida, ocurre lo mismo todo el rato. No somos conscientes de las energías que dedicamos a elegir ni del tiempo que empleamos en arrepentirnos de la opción adoptada. Hay gente que en el lecho de muerte se arrepiente de toda su existencia. De toda, sin excepción, de toda, lo que equivale a haber vivido una vida ajena, incluso sin saber cómo habría sido la propia.
Pero todos, en mayor o menor medida, vivimos existencias ajenas, es decir, existencias al dictado (al de las ideas o al de la situación económica, cuando no al de ambas a la par)inves. De modo que las bifurcaciones físicas constituyen una excelente representación de las mentales. Si ese cochinillo estuviera vivo y pudiera pensar, cuál de las dos cabezas elegiría, como destino, las alegrías o tristezas procedentes de su estómago. Me pregunto también si una de las dos testas tendría más autoridad que la otra. Lo que nos gusta y nos conmueve y nos turba, en fin, de estos caprichos de la naturaleza es su capacidad para metaforizar nuestras monstruosidades invisibles. Todos tenemos dos cabezas, aunque una de ellas inmaterial, que se pasan las horas discutiendo acerca de lo que más nos conviene a usted y a mí, que ignoramos en cuál de las dos debemos instalarnos.
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