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Patti Smith: “En mi vida he visto un mundo tan movido por el poder y el dinero”

La cantante y poeta estadounidense celebra este año el medio siglo de ‘Horses’, disco que le dio la fama, y ahora publica sus memorias, ‘Pan de ángeles’. Su voz comprometida con las causas justas de este mundo se escucha en sus textos y conciertos

Leticia García

Si la apodan la chamana del punk es por algo. No solo porque comenzara su carrera recitando en iglesias. Patti Smith (Chicago, Estados Unidos, 78 años) sigue a rajatabla sus rituales profanos y tiene una simbología propia y privada, que encapsula en objetos aparentemente banales que en ella, a lo Proust, condensan emociones y recuerdos. En el momento de esta entrevista, la artista acaba de llevar a cabo dos de esos rituales. Ha aterrizado en Madrid a las tres de la tarde, procedente de Dublín, y se ha ido, como siempre, al Reina Sofía a rendir pleitesía al Guernica (un ritual que cumplía semanalmente cuando el cuadro estaba en el MoMA de Nueva York), a comerse un bocadillo de calamares y a tomarse un café solo observando a la clientela. Llega al encuentro acariciando un libro de Rimbaud, su adorado Rimbaud, al que debe su vocación como poeta y que le ha regalado Lumen, su editorial española. “He ido acumulando objetos. Tengo algunas postales que aparecen en este libro, manuscritos de Artaud, de Emily Dickinson…, pero no soy una coleccionista en realidad. Guardo cosas que me permiten recordar y sentirme bien. Una piedra que encontré en la tumba de Osamu Dazai, el libro de Pinocho que leía de pequeña…, aunque si tuviera que quedarme con una sola cosa, sería mi alianza”, dice, señalando un sencillo anillo de oro colgado de su cuello. “Del resto podría prescindir. De esto no”.

Al día siguiente Patti Smith acudirá al Teatro Real para cantar Horses íntegro ante un público (obviamente) entregado. La ciudad fue la segunda cita del tour europeo que celebra el 50º aniversario del disco que la convirtió en estrella a su pesar. Pero eso no es todo. Acaba de publicar Pan de ángeles, sus memorias definitivas. Las que recorren toda su vida, no solo momentos puntuales como el resto de sus libros. A sus 78 años, Smith conserva la energía de aquella joven de 20 que tenía mucho que decir. Crear, en el formato que sea, es lo que le hace feliz. “Escribir es solitario. Actuar es lo opuesto: es colectivo, es eléctrico, es comunión. Amo ambos, pero vienen de diferentes partes de mí misma. Cuando escribo, estoy construyendo algo en silencio; cuando actúo, estoy compartiendo lo que he construido. No podría vivir solo como intérprete, sin embargo. Escribir me mantiene con los pies en la tierra; es donde entiendo las cosas. Actuar es donde las celebro”, dice.

Con lo prolífica que es en su escritura, ha pasado 10 años escribiendo este libro.

Porque no esperaba escribirlo. En realidad tuve un sueño en el que un mensajero vino a mi casa y me entregó un libro, y era blanco con un lazo. Tenía cuatro fotografías de vestidos blancos que eran míos. Mi vestido de boda, el vestido blanco que me dio Robert [Mapplethorpe, el fotógrafo que fue su compañero de vida y que protagoniza el libro Éramos unos niños], el vestido blanco que me dio mi hermano y un vestido blanco de comunión. Nunca hice la comunión, fíjate. Y lo había escrito yo, era la historia de mi vida, y las únicas fotografías que había en él eran estos vestidos. Luego me desperté y tenía las manos extendidas como si estuviera sosteniéndolo, y pensé, esto es una señal de que debería escribirlo. Pero escribía por un tiempo y luego paraba, porque va de mi vida, y hay mucha pérdida en mi vida. A veces necesitaba parar porque me estaba afectando.

Hubo un momento, en pleno proceso, en el que descubrió que su padre no era su padre biológico.

Sí, dejé de escribirlo durante un par de años porque tenía que procesar quién era yo, aunque no fue algo malo. Mi padre fue un gran hombre del que aprendí muchísimo. Es solo que tenía que procesarlo, y luego decidir qué hacer con esta información. Decidí contarlo, porque a todos nos pasan cosas que no esperamos y muchas veces no sabemos lidiar con ellas… La gente me pregunta si odio a mi madre por ello. Y no. Soy como soy porque me criaron mi madre y mi padre. Soy su hija. En mi casa se daba cobijo a parejas homosexuales, se hacían fiestas con gente que era repudiada por su familia en aquella época. Yo crecí libre. Mi padre era muy filosófico, leía mucho. Mi madre era mucho más pragmática, pero soy como soy gracias a ellos, aunque me ha costado plasmar toda esta historia. Mira, ahora que he terminado este libro, voy a volver a la ficción, que es más gratificante.

A la mayoría de los textos publicados de Patti Smith los inspira el duelo. De hecho, Pan de ángeles salió en Estados Unidos, a petición suya, el 4 de noviembre, día del nacimiento de Robert Mapplethorpe y de la muerte de su marido, el músico Fred Sonic Smith. Pero los suyos nunca han sido escritos pesimistas. “Claro que muchas veces he tenido que parar de escribir durante mucho tiempo, respirar, ordenar ideas. Pero el duelo no es el final del amor; es su prueba. Lloras porque has amado profundamente. Y si todavía puedes sentir amor, todavía puedes sentir esperanza. Eso es lo que me mantiene en marcha. Creo que es una especie de gratitud por haber tenido lo que perdiste. Cuando siento eso, escribo, o canto, y eso transforma el duelo en algo que se puede respirar”.

La gratitud mueve su mundo. Gratitud por lo que ha vivido, por sus dos hijos, por la gente que ha conocido y de la que ha aprendido. “Cuando das las gracias eres más libre, te quitas eslabones de las cadenas. Hay que saber procesar todo lo bueno que te llega, pero desde un enfoque realista”, dice quien posee, entre muchos otros, un National Book Award, una Medalla de la Orden de las Artes y las Letras de Francia o un honoris causa por la Universidad de Columbia. “Es muy agradable, no sé, entrar en el Salón de la Fama del Rock and Roll o tener medallas o que la gente parezca amarte mucho aunque no te conozcan de nada, pero desde luego no lo es todo. Para mí no hay fama ni dinero que eclipse el escribir tres buenas páginas seguidas. Pero tampoco pienso que esté escribiendo una obra maestra cuando las escribo, no sé si me explico”.

Siempre ha tenido una relación complicada con la fama.

Bueno, pero es porque la aprecio. Anoche hice un concierto para 5.000 personas en Dublín, muchos de ellos jóvenes, y pude sentir su amor. Pero es mi deber salir a tocar. Mi padre no estaba en ningún partido, pero tenía un pensamiento muy socialista. No quería puestos en el trabajo por encima de los otros trabajadores. Mi madre era camarera. Mi padre trabajaba en la fábrica, ambos eran muy inteligentes, muy leídos. Con ellos aprendí a valorar a toda la buena gente. Mi madre, cuando salía de un concierto y estaba muy cansada, me obligaba a quedarme a firmar a los fans, me decía: “No olvides quién te puso aquí. Por ellos estás en ese escenario”. Quiero decir, estoy agradecida, pero lo pongo en perspectiva.

Pero a la vez es usted muy mitómana. Tuvo un encuentro muy de fan con Bob Dylan, de hecho.

Sí, bueno, todavía no sé por qué reaccioné así, pero cuando vino a verme y a decirme que le encantaba mi poesía le solté: “Odio la poesía”. Y salí corriendo, por dentro pensando: Dios mío, es Bob Dylan. Lo fuerte es que le caí bien por ser así. Supongo que porque los dos tenemos una naturaleza rebelde y esquiva ante la fama. Me salió rechazarlo.

En su vida ha rechazado muchas cosas, como que retocaran la portada de Horses, que ahora es icónica, pero de otra forma quizá no lo habría sido. O no cambiar los arreglos o letras del disco. Hay que ser muy valiente para no entrar en la dinámica del éxito.

No, no es difícil. Quiero decir, es difícil si tienes cierto objetivo. Pero a mí no me importaba si me decían que estaba despeinada o que si dejaba tal o cual canción no iba a vender. Vale, pues no vendo. Yo sabía lo que quería y sabía lo que no haría. No sé, la gente tiene que tomar sus propias decisiones. No estoy criticando a la gente que toma una ruta diferente. Tenemos muchas grandes estrellas del pop que son muy entretenidas. Disfruto su trabajo aunque hagan cosas que yo nunca haría.

Pertenece a un periodo y a un lugar, el Nueva York de los setenta, que ya no existe. Quizá porque ya no queden artistas que vengan de familias de clase trabajadora.

No lo había pensado, pero es un enfoque interesante. Quizá por eso tengamos una ética de trabajo diferente. Pero también creo que vengo de una época en la que no teníamos redes sociales. Robert y yo no teníamos televisión ni teléfono, solo un tocadiscos. No había presión ni escrutinio, ni la posibilidad de hacerse famoso en tiempo récord. Y también creo que vengo de una época en la que ser escritor o músico era vocacional, como los médicos. No era cuestión de hacerse rico o famoso. Ahora estamos en una época y en una cultura donde los objetivos son diferentes, así que la motivación es diferente. Hay jóvenes músicos que se me acercan para conseguir un publicista. A ver, tienes 20 años, ¿qué te importa un publicista? Yo nunca he tenido uno.

Cuenta en su libro el incidente con unos fans italianos en los setenta que le pidieron que ayudara a sus familiares, presos políticos durante los años de plomo, y usted se sintió tan impotente que casi deja la música.

Yo ni siquiera sabía que era famosa en Italia. Y la verdad es que me sentí muy avergonzada porque tampoco conocía la situación política del país. Venía de un medio rural y conocía los problemas políticos de mi entorno y los de Nueva York, poco más. De repente me pedían que usara mi voz en una situación que desconocía. Me informé, claro, y me di cuenta de que había muchas situaciones injustas que desconocía, porque entonces no teníamos los medios para enterarnos. Pero también me di cuenta de la responsabilidad que conlleva ser quien soy. Yo no soy activista, yo creo en el ser humano, y hablo o tomo decisiones cuando siento que tengo que hacerlo.

¿Le ha pasado factura hablar abiertamente?

Cuando me manifesté contra la guerra de Irak tuve unos años muy malos, porque aquello estaba muy mal visto en Estados Unidos. No sé, todo el mundo sabe mi opinión sobre Palestina. Fui hace muchos años a dar un concierto en Israel, vi la situación y desde entonces es un tema que me quita el sueño. A veces voy por la calle en Nueva York y me llaman antisemita, o me dicen que me dan igual los rehenes. Claro que no me dan igual los rehenes, pero es que tampoco me voy a poner a explicarlo todo. No me van a hacer bullying. No soy política, ni quiero serlo, soy artista y madre. Bueno, primero soy madre y luego artista, aunque he sido más tiempo artista que madre…, no sé, me frustra mucho que estemos en un mundo en el que todo tenga que ser o blanco o negro.

¿Ha habido momentos en los que se le ha exigido más de lo que puede dar en este sentido?

Claro. A veces he aceptado trabajos por dinero. No me he hecho rica y tengo que cuidar de toda una familia. Mi hermana tiene muchas facturas médicas, y a veces hago trabajos para ayudarla. Cuando mi marido murió, tuve que volver a tocar porque no tenía dinero y tenía dos hijos. Recibí una oferta de España, precisamente, no sé ahora si era un fondo o un banco o algo así. No era tanto, pero para mí entonces fue de mucha ayuda. No suelo hacerlo, he rechazado medio millón de dólares porque eran de una farmacéutica. Pero recuerdo que vine y hubo una rueda de prensa y dijeron: “Patti, ¿por qué haces esto?”. Y les contesté: “Tengo dos niños pequeños, y si alguno de ustedes se opone a que lo haga, quizá les gustaría ayudarme a pagar al pediatra”. Yo tomo decisiones en función de las necesidades de mi gente, tengo mis principios, pero también el derecho de ajustarlos si lo necesito.

¿Qué ha aprendido a dejar atrás con los años?

Muchísimas cosas. La necesidad de tener que llevar siempre la razón, por ejemplo, que es algo que en el mundo actual parece que escasea. O de que las cosas salgan como te las imaginas. Me resulta liberador dudar, intentar ver las cosas desde otro punto de vista, aunque eso no hace que conserve mis propias opiniones, claro. Y sobre todo he aprendido a lidiar con el dolor. En este libro he escrito cosas que nunca pensé que fuera capaz de escribir. Por ejemplo, sobre mi accidente, cuando me caí en el escenario y me rompí el cuello, y sobre todo lo que pasó después. O sobre mi familia y su pérdida. Ahora me siento mucho más en paz.

¿Cree que la gente sigue teniendo el poder?

Sí, el problema es que se nos olvida cómo usarlo. Miro el mundo y me desespero. En Estados Unidos estamos viviendo el peor de los escenarios posibles, y crecí con Eisenhower en el poder, fíjate si he tenido tiempo para ver cosas. Todo está muy dividido, no quieren que nada nos una. Y ahora la gente usa su voz, sale a las calles, y recibe todo tipo de castigos solo por ser americana, bueno, no americana, por ser persona. Así que sí, creo que la frase de esa canción, que fue idea de mi marido, es más necesaria hoy que nunca, porque en mi vida he visto un mundo tan movido por el poder y el dinero. Y a la vez veo a la gente que sale a la calle y no tiene miedo. Veo a Greta Thunberg, que en mi país se la ridiculiza…, veo a las Greta Thunberg del mundo, porque hay muchas. Ojalá hubiera sido joven y haberme podido subir a la Flotilla. Pero tengo 78 años, solo puedo hablar de ello en lo que escribo, en mis conciertos, y apoyar a la gente joven. Veo imágenes de protestas y hay mucha gente buena ahí fuera, sobre todo mujeres jóvenes. Buenas. Humanistas.

Siempre tuvo esperanza en las nuevas generaciones. En su libro cuenta que uno de los hechos más traumáticos fue crecer, perder la inocencia.

Es que yo era feliz con 10 años. Con mis amigos, mi familia y mi perro. Me quería ir al País de Nunca Jamás. Era muy alta para mi edad, y tenía rasgos de chica y de chico. A medida que creces tienes que definirte y decidir. Y el paso del tiempo me ha dado momentos muy buenos, pero me aplico esa frase de Walt Whitman que dice “soy amplio, contengo multitudes”. Soy madre, mantengo a mi familia y soy líder de una banda. Pero también tengo a veces 10 años, y a veces soy más hombre en el sentido clásico y a veces más mujer. Y está bien, me gusta mucho tener 10 años a veces.

Es la forma de no perder la ingenuidad en un mundo cada vez más hostil.

Y el entusiasmo. Sobre todo el entusiasmo. ¿Conoces el libro El alquimista? Lo leí un día en un avión y hay un pasaje en el que el pastorcillo, que lo pasa fatal, dice que el mundo conspiró para ayudarlo porque él mantenía el lenguaje del entusiasmo. Bueno, es que si me hiciera un tatuaje sería ese, “el lenguaje del entusiasmo”. Tenemos que estar entusiasmados por estar vivos, por aprender cosas, por todo.

¿Piensa alguna vez en la posteridad? ¿En cómo le gustaría ser recordada?

Hay mucha gente que me ama pero también hay mucha a la que no le gusto, y con esto de las redes sociales se nota más. A veces pienso qué dirán de mí, sí. Me gustaría que me recordaran como a alguien en quien se podía confiar. Como alguien que nunca intentó llevar a nadie por el camino equivocado. Ojalá hubiera escrito un libro tan bueno como Pinocho, pero espero que en mis libros la gente haya encontrado consuelo. Cuando pienso en la posteridad, pienso en Éramos unos niños, que tiene ya 15 años, pero me encuentro a la gente aún en el metro pidiendo que se lo firme porque lo llevan en la mochila, lleno de manchas de café y de vino… No pienso que haya escrito mi gran obra, porque eso me ayuda a seguir escribiendo, pensar que ya llegará mi gran obra. Igual que pienso que he sido una persona con muchos defectos y que ha tomado decisiones malas, pero por eso intento ser mejor. Como cantaba Jackson Browne: “Por favor, no me juzgues por mis errores, porque yo tampoco los he olvidado”.

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Leticia García
Redactora jefa de moda de S Moda. Es licenciada en filosofía por la Universidad Complutense de Madrid y ha sido investigadora en el Fashion Institute of Technology de Nueva York.
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