Nadia Calviño: “La información es poder pero la desinformación también”
Dejó la vicepresidencia primera del Gobierno en 2023 para presidir el Banco Europeo de Inversiones. Ahora ha escrito una memoria de sus días en el Ejecutivo, donde salda cuentas y da testimonio de una etapa convulsa. La visitamos en Luxemburgo.


A Nadia Calviño (A Coruña, 57 años) le entusiasman las fortalezas. Son la esencia de Luxemburgo, la ciudad en la que actualmente vive como presidenta del Banco Europeo de Inversiones (BEI). Pasea a menudo entre ellas y en una mañana soleada de sábado en la que la acompañamos busca el lugar idóneo para obtener las mejores vistas. Desde Vauban, muestra las casamatas de Bock y explica la sinuosa estructura de una ciudad que fue constantemente asediada hasta el siglo XX por alemanes, belgas, franceses, españoles…
Atrás queda el barrio de Kirchberg, donde ella pasa las horas en su puesto del BEI. Es el distrito donde también tienen sus sedes el Tribunal de Justicia y de Cuentas de la UE y el Fondo Europeo de Inversiones. Un conjunto de organismos que convierten hoy la ciudad en una nueva fortaleza donde Calviño se siente a gusto. La sede de varias instituciones continentales decisivas en el ámbito jurídico y económico para defender la democracia ante el asedio de la ola autoritaria.
Ella es consciente. Por eso se muestra convencida de que hoy ocupa el lugar que le corresponde: “Estoy donde tengo que estar”, asegura: dentro de los espacios donde late el corazón de Europa, en uno de los organismos reservados para aquellos que saben moverse dentro del imbricado y complejo marco de poder de las instituciones comunitarias. Lo que muchos llaman burbuja y otros saben que es donde se mueven hilos importantes para transformar nuestras realidades. El agua donde tuvo que nadar desde que en 2006 fuera nombrada directora general adjunta de Competencia y Servicios Financieros en la Comisión Europea y posteriormente de Presupuestos de la UE hasta 2018, cuando fue designada ministra de Economía por Pedro Sánchez, cogió una maleta de mano, se subió al avión y se instaló provisionalmente en casa de sus padres para comenzar.

Los 12 años precedentes a su etapa crucial en el Gobierno de España le enseñaron a moverse entre las corrientes más complejas de Bruselas y entre las instituciones a las que ha vuelto hoy: “Soy uno de los suyos y me consideran como tal”, afirma. ¿Uno de los suyos? ¿De quiénes? Pues a juzgar por cómo se movía entre los pasillos del último Ecofin —la reunión a más alto nivel de ministros de Economía de la Unión— en el Centro de Convenciones de Luxemburgo, saltando de un corrillo a otro entre las actuales cabezas pensantes de las finanzas europeas, queda más o menos claro. El edificio respira una inquietud contenida a las ocho de la mañana de un viernes. Calviño había recibido a los cargos comunitarios en el vestíbulo uno a uno, dio declaraciones sobre las decisiones pertinentes que esperaba fueran a adoptar y se metió a la sesión a puerta cerrada después de haber repartido sonrisas ante los medios.
Es como quiere que la saquen siempre: sonriendo. Más, después de que se le borrara ese gesto de la boca cuando tuvo que lidiar con la pandemia y otros imprevistos como responsable del área económica en el Gobierno. Una etapa dura, despiadada, pero también plena de logros, a su juicio, que no se han puesto suficientemente en valor. Por eso acaba de escribir una memoria personal de aquellos tiempos: Dos mil días en el Gobierno (Plaza & Janés), que aparece el 6 de noviembre. Lo ha hecho desde la distancia, quizás corta en el tiempo, pero necesaria para ella después de haberse alejado del a menudo disparatado terreno nacional. En un momento pleno y feliz, como confiesa que se encuentra, aunque no ausente de cierto resquemor por lo que aún no ha sido, según ella, justamente reconocido.
Dice Nadia Calviño que aquella experiencia no la ha cambiado. Pero en las páginas de su aventura en esos puestos de mando vemos que, en parte, sí. Llegó al ministerio como una técnica pura. La consideraban el vivo ejemplo de la ortodoxia funcionarial de Bruselas —“dura pero justa”, escribe ella en el libro— y acabó convertida en una política presta a fajarse en batallas broncas. ¿No es eso una transformación? La presidenta del BEI lo admite a medias: “Soy exactamente la misma persona que entró en el Gobierno; mi visión sobre la política y quien la ejerce de manera honrada, sobre la sociedad y el modelo económico europeo que impulsan esa justicia social, la tenía al entrar y la sigo manteniendo”.
Es decir, los principios fundamentales no los ha transformado y en política económica ha tratado de ejecutarlos sobre tres ejes fundamentales: “Responsabilidad fiscal, justicia social y reformas estructurales”. Pero las estrategias para lograrlas han virado casi completamente. La Nadia funcionaria de antaño, en eso, apenas tiene que ver con la Nadia política de ahora.
Lo primero que entendió a base de experiencia parlamentaria en un hemiciclo furibundo fue la necesidad de cambiar la comunicación. Aprender una nueva manera de hablar lejos de tecnicismos y acrónimos ininteligibles: “He aprendido a hacerlo de manera más política y menos técnica. A lanzar el mensaje en dos minutos. Cambia mi manera de comunicar, pero mi sustancia no”, insiste. Aun así, le costó deshacerse de ciertos calificativos. Por ejemplo: “Tecnócrata ortodoxa de Bruselas”. ¿A qué se refieren? “Me parece una extraordinaria simplificación y una visión parcial de mi perfil. ¿Qué he hecho allá donde he ocupado un puesto? Transformar. Ante todo, lidero cambios. Me considero creativa. ¿Significa que no deba salvaguardar una política responsable y rigurosa con los recursos públicos? No. Aplico rigor y responsabilidad, cierto, pero no ortodoxia”.
También se considera pragmática. Esta última característica pesó cuando aparecieron los embates inesperados. Sobre todo, la pandemia. Entonces puso a prueba un aspecto personal que la ha guiado desde siempre y que da cuenta de su fortaleza psicológica: “Debo tener la sensación de que tomo el control de mi destino…”. Cuando en el ánimo de la ciudadanía y su equipo imperaba la prioridad de la supervivencia en un contexto donde se amontonaban cadáveres, no existían vacunas, el virus azotaba casas, familias, hospitales, la calle esperaba vacía volver a llenarse de vida, la actividad económica quedaba drásticamente reducida, los negocios, cerrados, el ánimo por los suelos y las salidas si no lejanas, todas vestidas con un enorme signo de interrogación, Calviño clamaba en las reuniones: “¡Debemos tener el control de nuestro futuro!”.
Eso implicaba no andar zarandeados por las circunstancias. Hoy, lejos de aquello, lo recuerda: “Mi visión no es aguantar, sino tomar la iniciativa. Soy proactiva, no me conformo ni me interesa solo resistir”. Llevar a cabo un impulso nietzscheano o, en su caso, como melómana y estudiante de piano que fue, wagneriano. La búsqueda sistemática del triunfo de la voluntad.

Esa actitud, sostiene convencida, nos salvó. “Para mí era importante tener el control, no verme superada por los acontecimientos. El día a día era intenso, pero no solo nos teníamos que centrar en cómo íbamos a salir. Yo siempre tuve confianza en las medidas adecuadas en los ámbitos nacional, europeo y mundial. A diferencia de la crisis anterior, desde muy pronto, en marzo de 2020, ya estábamos poniendo sobre la mesa iniciativas audaces y contundentes. Trabajamos codo con codo. Se pensó, ante todo, en los ciudadanos”.
Una reacción que resultó un contrapunto a lo que Europa vivió desde sus instituciones a raíz de la crisis de 2008. Calviño fue testigo de aquello en puestos de responsabilidad y consciente de los errores cometidos en ese caso contra la ciudadanía, sin la menor empatía hacia quienes sufrieron las consecuencias. El austericidio… Es una palabra que ella no utiliza en el libro. Sin embargo, se trata de una lección a no repetir que tuvo presente mientras trabajaba en Bruselas: “Fueron políticas claramente erróneas que llevaron a una década perdida no solo en la inversión económica”.
Allí y en ese tiempo coincidió con Joaquín Almunia. Fue comisario de Competencia en el Ejecutivo de la UE y su jefe durante unos meses, cuando ella ejercía como directora general del área y el político socialista español entró para sustituir a la holandesa Neelie Kroes. Antes, Almunia había ejercido como responsable de Economía en la Comisión: “Afortunadamente me fui de ese puesto antes de que se cometiera el primer crimen del austericidio: las medidas contra Grecia”. En su otro puesto encontró a una Calviño que le impresionó por su capacidad y su inteligencia. “Entonces no sabía que también tenía un perfil político y eso se debe a algo más: su destreza para la comunicación y otra cosa que le dije en su día: que era ambiciosa. En principio, le molestó. Pero luego le expliqué que me parecía algo fundamental para una carrera política. En este mundo debes tener muy claro lo que quieres, tus objetivos individuales y colectivos. Además, esa actitud sirve para que no te pisen la cabeza”, comenta el antiguo líder del PSOE.
En contraste con aquellos tiempos, como visión contraria a aquel imperante neoliberalismo de hielo y absolutamente falto de tacto, desde la lección negativa aprendida en la frialdad de los despachos que imperó entonces, Calviño contribuyó después, en la pandemia, a una estrategia más keynesiana para salvar la situación. La clave: “Que se aplicó una respuesta inmediata, muy rápida, nada dubitativa. Innovadora y de gran escala. Tanta que fueron movilizados 140.000 millones para España a través del Instituto de Crédito Oficial (ICO) e innovadora en cuanto a planes que salvaguardaron el empleo, como los ERTE, algo que espero que no tengamos que volver a utilizar”.
El aprendizaje que deja eso resultó, según ella, un hito. “Demuestra que la especie humana unida es imparable. La pandemia sacó también lo mejor de todos nosotros. Escribo este libro para que veamos lo positivo. Nos dio confianza”. Pero también trajo consigo heridas profundas. La responsable del BEI cree que de ahí también vienen los principales males del presente y esa oscuridad que desemboca en tendencias autoritarias. “Muchos de los fenómenos que estamos viviendo en el mundo, esa ruptura, deriva de aquel periodo. La pandemia ha influido en ello más que la crisis derivada de 2008. Tuvo un impacto en la sociedad que llevó a desconfiar de las instituciones con soluciones fáciles a problemas complejos. Echarse en brazos de recetas milagrosas, eso, unido al carpe diem, condujo a un impacto sobre la psicología social”.

Tampoco desecha los precedentes de esos movimientos en el austericidio anterior, pero cree que, si bien tuvieron que ver con su génesis, no fueron tan determinantes como las heridas de la covid. Intrigada por las consecuencias que pudiera tener, en aquellos meses llamó a la historiadora y miembro de la Real Academia Española Carmen Iglesias para preguntarle por paralelismos pasados. “Me dijo que después de las pandemias europeas lo que se había producido eran cambios de régimen y guerras. Me marcó. Las causas de estos fenómenos autoritarios ya estaban aquí, pero la pandemia y las redes los aceleraron e intensificaron”.
Por eso también es muy consciente de la necesidad de pasar a la ofensiva en ese campo para contrarrestar otra de las lecciones aprendidas en los últimos años: “Que la información es poder, pero la desinformación, también”, asegura. “Soy muy activa en redes. Es el canal que te conecta directamente con los ciudadanos, no se puede dejar en manos de fuerzas antieuropeas o de crispación y conflicto, resulta muy importante para quienes defendemos un mensaje de entendimiento y diálogo”. Para acentuar, además, acciones que no han calado suficiente en sectores de la población cuando niegan o no entienden la dimensión de beneficios logrados después de haber sufrido aquella calamidad. Por ejemplo, el impacto que ella da al efecto de los 140.000 millones de fondos Next Generation en España. “Son un antes y un después en nuestra historia. Comparables a la adhesión a la UE. Marcan los resultados actuales de la economía. A través de ellos se han llevado a cabo políticas modernizadoras, un volumen de inversión muy significativo, recursos sin precedentes que explican la buena marcha y el crecimiento diferencial de nuestro país, el aumento y consolidación del empleo, el peso de la digitalización y el I+D”.
Y en una clave de peso más política, explican la posición que ocupa el Ejecutivo de Sánchez en estos momentos en Europa. Como ella afirma, la UE ayudó a salvarnos, pero en España también contribuimos a que se salvara. “El liderazgo de nuestro Gobierno resultó clave, un agente importante para tomar las decisiones correctas. El presidente habló de un Plan Marshall para Europa. Habíamos ganado mucho respeto en Bruselas. Nuestra posición pesaba con una influencia palpable en las respuestas a la crisis”. Aquel factor externo impredecible impulsó lo que el Gobierno llama Plan de Recuperación. La clave de las cifras macroeconómicas positivas hoy en las cuentas españolas.
Pero también dio paso a otros obstáculos, como la crisis energética derivada de la guerra de Ucrania. En ese caso tampoco la vicepresidenta dejó de aplicar lo que sus colaboradores llaman, medio en broma, medio en serio, el método Calviño. ¿Cómo lo describe? “Mantener el rumbo, no despistarse con las urgencias —aunque sean una guerra o una pandemia— y el ruido diario. Conseguir impulsar agendas complejas con objetivos interrelacionados”. Todas esas prioridades logran a la larga el impacto deseado sobre el conjunto, sostiene.

Lo corrobora Carlos Cuerpo, su sucesor al frente de Economía y miembro entonces de su equipo: “Buscaba una alta exigencia con metas muy ambiciosas y para ello resultaba clave ese constante martilleo, evitar que lo que se presentaba a corto plazo nos impidiera avanzar”. Pero también apunta otra virtud: “Sabía delegar, algo que da impulso y motivación al equipo”, afirma el ministro.
El método prioriza la anticipación y el objetivo, ante todo, pese a lo que encuentres de cara y en contra a lo largo del camino. Enemigos exteriores, imprevistos trágicos, pero también luchas internas sobre las que Calviño da una visión que seguramente le discutirán. La oportunidad perdida para ella de una coalición con Ciudadanos en su día es una. Hubiese sido una salida deseable, según dice: “Una gran oportunidad perdida y un inmenso error por parte de ellos”. Otro problema viene de sus cuentas frente a Podemos y después Sumar. De los primeros, Calviño dice que pronto la fijaron como enemigo a batir dentro del Gobierno. Sobre la segunda etapa, en aquella tensísima lucha por la reforma laboral, por ejemplo, la entonces vicepresidenta del Gobierno ni siquiera menciona el nombre de Yolanda Díaz. Se limita a hablar de los obstáculos que ponía, a su juicio, el Ministerio de Trabajo como un ente sin cara ni nombres. Fue aprobada por los pelos y una carambola final con error a la hora de emitir su voto el diputado popular Alberto Casero. También con la oposición de algunos aliados del Gobierno, como Esquerra Republicana. Díaz se batió a fondo. Tanto esas políticas como otras han demostrado que las posiciones de izquierda que Calviño considera demasiado radicales defendidas por los socios de Gobierno han redundado en cifras económicas positivas respecto al mercado laboral, el aumento del salario mínimo, la gestión en los 21.000 millones de los ERTE…
¿Por qué no cita a quien se sentaba en el Consejo de Ministros con ella entonces? “He intentado durante estos años no alentar conflictos y no voy a cambiar”, dice Calviño. “Este libro no tiene por objeto favorecer la controversia. No lo he escrito para hablar de personas, sino de políticas. Mi objetivo en ese capítulo es reflejar por qué se hacen las cosas y cuál es la lógica que se sigue en una reforma tan importante como la laboral”.
Y si Yolanda Díaz, llegado el caso, decidiera con distancia dar su versión y tampoco la citara en sus propias memorias, ¿qué pensaría? “Me resultaría totalmente indiferente”, responde la antigua vicepresidenta.
No le resulta indiferente, en cambio, algún mantra que ha salido desde hace años de entornos de pensamiento y análisis socialdemócratas contra el que se revuelve. Se refiere al que sostiene que las generaciones jóvenes actuales tendrán un peor nivel de vida que el de sus padres, algo que quiebra el progreso dado después de la Segunda Guerra Mundial. “Me molesta mucho el mantra. Tendrán sus oportunidades. En el campo de la economía verde y digital, de conectividad, innovación científica y tecnológica, solo ver las oportunidades de movimiento y aprendizaje con que cuentan es muy grande. No comparto ese fatalismo, confío al menos que puedan disfrutar de la paz y de la democracia como hemos disfrutado nosotros, volver a esa fase de luz”.
En ello anda con las estrategias en que trabaja ahora dentro del BEI, donde fue nombrada después de haber entendido esos procesos internos que llevan a un cargo de responsabilidad en la UE u otros organismos internacionales y que no le dieron resultado previamente en otros casos. Así ocurrió cuando optó a presidir el FMI en 2019 o el Eurogrupo en 2020, pero no logró los apoyos necesarios. Fueron lecciones que le sirvieron para acceder a su actual puesto: “Es un trabajo que tiene para mí todo el sentido, donde puedo proporcionar más valor añadido. En un contexto geopolítico tan complicado es fundamental que Europa tenga una voz fuerte y el BEI es su brazo financiero. Aquí tengo la posibilidad de apoyar las posibilidades de Europa en ese campo y aprovechar el potencial que tiene el banco en muchos frentes”.
¿Con qué prioridades? “Competitividad, seguridad y estabilidad”, considera, o, como acaba de anunciar, la inversión de 250.000 millones para competir en tecnología con China y Estados Unidos. En esa ecuación que señala se ha colado el segundo punto en importancia. Hace más de dos años, antes de la invasión rusa de Ucrania y la deriva en EE UU, la seguridad ocuparía otro lugar entre las urgencias. “El contexto cambia, las alianzas estratégicas nos hacen conscientes de nuestra propia vulnerabilidad ahí y en la defensa. Tenemos que reforzar nuestra autonomía estratégica, como ocurre en el ámbito de los combustibles fósiles también sin perder la potencia social”, asegura. Todo encaminado a una visión del mundo que debe prevalecer desde la UE: “Defendemos tener éxito en materia medioambiental, garantizar la seguridad y reforzar la cohesión social. El modelo de valores europeos junto a los derechos humanos y la democracia”
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