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PAMPLINAS
Columna
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La palabra ‘láufer’

En España significa conseguir un juez complaciente para denunciarle delitos muy dudosos de un enemigo político

Martín Caparrós

Lo confieso: no tuve paciencia. Sí, me lo había propuesto seriamente, puro morbo: quería compilar las incontables formas en que sudacas, godos y otros usuarios de la Ñ retorcemos la palabra australiana lawfare. Y lo empecé, les juro que lo empecé. Lófer, lófar, lofar, lofer, lofere, lofear, lóufer, láufer, laufare, laufar y siguen muchas más pero usted, lector, me dicen, es una lectora actual y dinámica y se aburre fácil y no está dispuesta a leer la misma palabra escrita distinto más de ocho veces —o quién sabe nueve. Así que digamos, por un rato, láufer, que suena a actriz platinada atrevida, Hollywood 1933, de esas que mi abuela no le dejaba ver a mi papá.

Y todo esto para llegar por fin al punto de partida: la palabra lawfare. Primera constatación: la palabra lawfare es un invento. Sí, es cierto, todas las palabras son inventos pero las llamamos inventos cuando sabemos quién las inventó. Esta vez fueron unos australianos, John Carlson y Neville Yeomans, que la lanzaron en 1975 en un artículo preocupado por los destinos de la ley y sus usos espurios. La armaron pegoteando law, ley y warfare, guerra, y quería decir —quería decir, que no es lo mismo que significaba— usar la ley como un modo de continuar la guerra.

Los norteamericanos saltaron sobre la oportunidad. Ya en 2005 la usaban para quejarse de que esos países que derrotaban en guerras y guerrillas los quisieran llevar al Tribunal Internacional de La Haya para denunciar que se habían cargado casi todos los derechos humanos y algunos animales.

En cambio en España y el resto de Latinoamérica se la usa distinto: significa conseguir un juez complaciente para denunciarle delitos muy dudosos de un enemigo político —o sus amigos y parientes. En nuestros países la política dejó de ser política y se ha vuelto policial barato: en lugar de acometer contra un gobierno porque no cumple lo que prometió, porque no consigue educar y curar y cuidar y alimentar a todos sus ciudadanos, se ponen serios y le reprochan que la prima de un tío de la abuela del subsecretario dijo que estaba haciendo punto cruz y era punto medialuna o que la rubia más rubia de la oposición a sí misma dice que es ingeniero y sólo se recibió de paseadora de perros pequeñitos.

Así que las armas del láufer son simples y contundentes: el juez quiere colaborar con tu partido y, por lo tanto, se quema las pestañas —de una secretaria— buscando algún artículo que te sirva, y si no lo encuentra se lo inventa. Es justo reconocer que si bien el láufer puede ser usado por cualquier sector, la derecha lo exprime más y mejor por una razón boba: en nuestros países la gran mayoría de los jueces son gente de orden y derecha y, por lo tanto, mucho más dispuestos a leer la ley con su ojo más diestro —que suele ser siniestro.

Así, el láufer cumple una función importante: garantiza que en el país no cambia nada, no se mejora nada, no se debate nada —que no sean esas estupideces. Pero la palabra sigue siendo un problema. Es cierto que mejor decirla en inglés porque a) nadie sabe bien que estás diciendo, y b) si es en inglés no parece tan grave. ¿Cómo decirla, entonces? Pronunciarla bien parece cosa de pijos; mal, parece de burros. O sea que la cosa no tiene mucha solución. O quizás sí: llamarla por su nombre.

Quizás el día en que dejemos de decir loferlofarlófarlóferloferelóuferláuferlaufarelaufar y sólo digamos —con toda claridad, sin pesos en la lengua— una justicia parcial, corrupta, endogámica, feudo de los conservadores, hecha de jueces que se ciscan en las leyes con tal de obedecer a sus jefes políticos y/o económicos, habremos avanzado un poquitito. O, por lo menos, etainilitelbí.

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Sobre la firma

Martín Caparrós
Escritor, periodista. Premios Ortega y Gasset, Moors Cabot, Roger Caillois, Terzani, Herralde, entre otros. Más de 50 años de profesión, más de 40 libros publicados en más de 30 países. Nació en Buenos Aires, que lo nombró "Ciudadano ilustre", en 1957; vive en Madrid. Su último libro es 'Antes que nada'.
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