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ARTE
Crónica
Texto informativo con interpretación

De Monet a Francis Bacon, la magia del arte que se esfuma

A finales del XIX, Claude Monet marcó con su serie ‘Los nenúfares’ el punto de partida de la abstracción. La exposición ‘Desenfocado’ recorre su influencia en el arte moderno y contemporáneo

'Homenaje a Monet' (2024), de Vincent Dulom, una de las obras de la muestra 'Desenfocado. Otra visión del arte'.
Borja Hermoso

Si va usted a París, acérquese a Los nenúfares de Monet que descansan desde hace un siglo en el Museo de L’Orangerie. No tienen pérdida, son unos paneles descomunales y curvados instalados en una sala también curva. Son la estrella del museo. Claude Monet se pasó prácticamente 30 años pintando solo eso, nenúfares, hasta su muerte en 1927. Los de L’Orangerie son el culmen del ciclo. El pintor André Masson llamó a esta sala “la Capilla Sixtina del impresionismo”, lo que es mucho llamar. Bien. Acérquese. Contémplelos de cerca. Aparque el móvil. Y mire. ¡Pero…! En efecto, no ve nada. Mejor dicho, nada concreto. Verá manchas. Colores. Espacios. Texturas. Aléjese poco a poco. Todo irá cobrando forma. Lo que era pintura abstracta va haciéndose paisaje, flor, agua, reflejo, vegetación. Lo que estaba difuminado y desenfocado se hace real, aunque exigirá de usted una atención extraña, difusa, una mirada ambiciosa que abarque, primero, la parte, y después, el todo. La experiencia merece la pena. Estamos ante una pintura figurativa. Una de las tres o cuatro obras maestras del impresionismo, que, con perdón de Goya, fue la primera abstracción, o el primer esqueje de lo que acabaría siendo la abstracción. Solo que, ay, estamos a finales del XIX y principios del XX… Monet quiso pintar esos nenúfares así, dans le flou (desenfocados, difuminados). Y precisamente Dans le flou. Une autre visión de l’art de 1945 à nos jours (Desenfocado. Otra visión del arte desde 1945 hasta nuestros días) se tituló la magnífica exposición que cerró sus puertas en L’Orangerie el pasado 18 de agosto y que llegará a CaixaForum Madrid a partir del 17 de septiembre y a CaixaForum Barcelona el 20 de mayo de 2026 bajo el título acortado de Desenfocado. Otra visión del arte.

'El estanque de los nenúfares, armonía rosa' (1900), de Claude Monet.

En efecto, mucho tiene que ver el espíritu de esta exposición con el lugar en el que se celebró primero, incrustado en pleno parque de las Tullerías de París y hogar de Los nenúfares (Les nymphéas). No en vano esta incansable serie de pinturas al óleo introdujo el concepto de lo borroso en el arte, de lo desenfocado, lo difuminado y lo impreciso como elementos expresivos. Esta muestra explora cómo este fenómeno supuso una nueva forma de representar y comprender el mundo para artistas posteriores. Críticos y expertos de la época achacaron a un defecto ocular de Claude Monet aquella forma de pintar. No sabían, y si lo sabían quizá les pareció demasiado temerario reconocerlo, que el maestro de Giverny estaba abriendo nuevos caminos de expresión plástica. Lo que no quiere decir, ni mucho menos, que fuera el primero en echar mano del difuminado: unos 400 años antes, un tal Leonardo da Vinci había expedido la partida de nacimiento de la técnica del sfumato (del italiano fumo, humo), que utilizaría en obras maestras como La Gioconda o La Virgen de las rocas rebajando la intensidad tonal de su paleta y difuminando los contornos para dar a sus pinturas un aspecto borroso, casi etéreo, enigmático, lejos de lo concreto y en ocasiones casi fantasmagórico.

La exposición supone todo un tratado en imágenes (y en los textos del excelente catálogo) de esa nueva huella esencial en la historia del arte. También una reflexión, no exenta de mensaje político, acerca de la dictadura de la certidumbre y la mala prensa de conceptos como el error y la duda en las sociedades de hoy. “La idea de esta exposición nace del hecho de que hay un concepto que la crítica clásica nunca mencionaba cuando se refería a Los nenúfares, y es el de lo difuminado, lo impreciso, que además tiene claras ramificaciones en lo social, lo histórico y lo político a partir de 1945 y el final de la II Guerra Mundial”, explicaba en una de las salas de L’Orangerie Claire Bernardi, directora del museo parisiense y comisaria de la muestra junto con Émilia Philippot. En su opinión, la idea germinal del proyecto, una coproducción del centro que dirige y de la Fundación La Caixa, era “cómo numerosos artistas del arte moderno y contemporáneo, en un momento dado, se plantean dudas y las expresan a través de sus obras, y más concretamente a través de estas obras difuminadas… en una visión no exenta de significación política, ya que actúan por oposición al exceso de certidumbres que la política quiere ofrecer cada día”. Todo esto tiene mucho que ver, sostenía la comisaria, “con cuestiones como la investigación científica y con algunas materias de absoluta actualidad, como la de la inteligencia artificial”.

'jpeg ny01', de Thomas Ruff (2004), una visión desenfocada del atentado contra las Torres Gemelas.

El propio enunciado de algunas de las secciones que vertebran la exposición deja clara la apuesta por lo no-evidente, lo no-seguro, lo no-zanjado: La erosión de las certidumbres, Futuros inciertos, En las fronteras de lo visible… En torno a 80 obras entre pinturas, esculturas, obra gráfica, fotografías e imágenes de más de 60 artistas conforman el corpus de esta muestra, incluida una buena ración de estrellas, empezando por el propio Monet (El estanque de los nenúfares, armonía rosa, de 1900, procedente del Museo de Orsay) y pasando por Odilon Redon, Georges Seurat, Mark Rothko, Alberto Giacometti, Bill Viola, Christian Boltanski, Hans Haacke, Hans Hartung, Yves Klein, Sigmar Polke, Gerhard Richter, Pipilotti Rist… Lástima que en el capítulo español de Desenfocados se hayan caído del cartel, por problemas evidentes de préstamos, seguros y traslados, algunas maravillas de Bacon, Turner, Rodin y Munch, entre otros, si bien el conjunto se enriquece con otras obras, especialmente de artistas españoles como Perejaume, Soledad Sevilla, Eulàlia Valldosera o Pedro G. Romero.

Émilia Philippot, del Instituto Nacional del Patrimonio de Francia, destaca otro aspecto central: “La deficiencia del ojo humano como parte integrante importante en la noción de lo difuminado en la historia del arte”. Creemos que vemos siempre lo que realmente es, y no nos damos cuenta de que en la inmensa mayoría de las ocasiones importantes parcelas de lo que es escapan a nuestro pobre periscopio sin que ni siquiera lo sospechemos. No han faltado ilustres y geniales escritores en la historia de la literatura que han hecho de esto la base de sus inquietantes escritos, pongamos el caso de Julio Cortázar y sus enigmáticos mundos del pero cómo, cuándo, dónde, y lo que está arriba/lo que está abajo. No en vano le gustaba decir al autor de Rayuela que, para él, era más importante lo que no se veía que lo que sí, y que la ficción era lo que iba conformando lentamente la masa de la realidad. De lo que damos en llamar realidad. Cuestiones todas estas ligadas al ámbito filosófico de la fenomenología, y más concretamente de la fenomenología de la percepción, que es el verdadero telón de fondo de una muestra como esta. Una exposición donde lo que se ve, lo que se cree que se ve y lo que se intuye da que pensar, y mucho. Como toda gran reunión de obras artísticas, Dans le flou / Desenfocado garantiza lo que parecen los tres objetivos más deseables en una cita así: la contemplación de la belleza (tan subjetiva), la revisión crítica de la historia (tan interpretable) y el estallido de ideas (aún más subjetivo si cabe).

Y ya que se habla del ojo: la forma perfectamente redonda de su estrella estética, la retina, casa —o choca, según se mire— con las redondeces perfectamente irregulares de algunas de las pinturas expuestas. No son uno, ni dos, ni tres, sino varios los artistas que en esta muestra exhiben su personal e intransferible interpretación de lo circular. Artistas que adoptan la circunferencia como metáfora de sus dudas estéticas y éticas. Adopción que tiene mucho más que ver con lo imperfecto que con la intención de perfección; con lo borroso que con lo diáfano; con lo inquietante que con lo certero. Y así, desde el impresionista francés Georges Seurat hasta el polaco Wojciech Fangor —uno de los grandes representantes del op-art—, pasando por los anillos concéntricos del suizo Ugo Rondinone, la bruma azulada y aparentemente (¿solo aparentemente?) circular del francés Vincent Dulom, ese sol negro y violento del pintor alemán y fundador del Grupo Zero Otto Piene o la extraordinaria Marca del fuego de Yves Klein, que sustituye aquí sus eternos azules por el inequívoco tono y casi el aroma de un círculo quemado, el círcu­lo y los atisbos del círculo irrumpen en todas sus declinaciones. Con el común denominador, siempre, del difuminado, del sfumato, del flou.

Obras de Sugimoto y Kami en L’Orangerie.

La lista de las cuestiones filosóficas y de las coyunturas más o menos extendidas en el tiempo que han ido desfilando ante la mirada del ser humano a lo largo de la historia moderna y contemporánea resulta apabullante en las salas de esta exposición. Alberto Giacometti nos habla de la soledad en su Figurine de 1947, procedente de la Fundación Giacometti de París, al igual que Francis Bacon, que lo hace del aislamiento y de las dudas de la identidad (en el desolador Figure Crouching de 1949, primera etapa del artista, propiedad de un coleccionista privado francés y que por desgracia no podrá verse en Madrid y Barcelona). Artistas como Gerhard Richter, Christian Boltanski o Zoran Mušič aluden a los horrores del Holocausto. Por cierto, el catálogo de la muestra incluye una frase de Richter con la que el artista alemán parece resumir el espíritu de esta exposición: “Yo no puedo describir nada de manera más clara relativo a la realidad que mi propia relación con la realidad. Y esta ha tenido que ver siempre con lo difuminado, lo desenfocado, la inseguridad, la inconsistencia, lo fragmentario y no sé qué más”.

Su compatriota Thomas Ruff retrata los estragos del terrorismo mediante una de sus imágenes descomunales y desenfocadas de los atentados contra las Torres Gemelas. Otro fotógrafo, el francés Antoine d’Agata, evoca a través de dos fotos tenebrosas aunque de colores estridentes los tiempos de la pandemia por covid y del confinamiento. Y el chileno afincado en Nueva York Alfredo Jaar retrata el racismo en una desenfocada fotografía en color de una muchacha de Ruanda que primero quedó con él para contarle su drama y luego se arrepintió y solo consintió salir de espaldas.

¿Vemos o creemos que vemos? ¿Vemos todo lo que creemos? ¿Por qué nos dejamos sin ver cosas que están ahí? (por no hablar de lo que algunos aseguran ver aunque no exista). ¿Tenía razón el pensador francés Jean Baudrillard cuando en 2006 escribió esta inquietante frase en el catálogo de una exposición fotográfica?: “Detrás del desenfoque subyace la intuición de una formulación imposible sobre lo real, la imposibilidad de dar cuenta del mundo en toda su fluidez, su carácter efímero y su inexactitud”. Somos puro desenfoque, objetos animados… y difuminados. Ese es el tema de esta gran exposición.

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Sobre la firma

Borja Hermoso
Es redactor jefe de EL PAÍS desde 2007 y dirigió el área de Cultura entre 2007 y 2016. En 2018 se incorporó a El País Semanal, donde compagina reportajes y entrevistas con labores de edición. Anteriormente trabajó en Radiocadena Española, Diario-16 y El Mundo. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra.
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