Dharavi, un barrio de chabolas contra los rascacielos de Bombay
Más de un millón de personas, vecinos de una de las barriadas más grandes de Asia situada en el centro de Bombay, están amenazadas por el proyecto urbanístico del segundo hombre más rico de la India, que pretende derruir sus casas para construir viviendas de lujo.


A Bombay incluso las historias fundacionales de otras metrópolis le van pequeñas. Como Roma, fue fundada sobre siete colinas, solo que, para hacerlo más espectacular, eran siete islas que se fueron juntando: pescadores, mercaderes y colonos llenaron de tierra las lenguas de mar a medida que la ciudad crecía gracias al desarrollo del comercio. Este enclave marítimo encajado al inicio de la cordillera de los Ghats, en la costa occidental de la India, ya era un hormigueo constante de actividad, epicentro del tráfico de especias desde la Antigua Roma, mucho antes de que los portugueses se hicieran con las llaves de la ciudad en el siglo XVI. Como Nueva York, Bombay tuvo también una gran crisis financiera relacionada con el mercado inmobiliario, los créditos y la Bolsa a la que jugaban hasta los limpiabotas. Solo que, de nuevo para hacerlo más espectacular, Bombay tuvo esta crisis, y a lo grande, en el siglo XIX, bastante antes del crash de 1929. En esta ciudad, donde la desigualdad adquiere proporciones que cuesta imaginar —es la sexta urbe con más milmillonarios del mundo, 67 según Forbes, mientras que el 41% de la población vive en barriadas—, la crisis de la vivienda también es especialmente despiadada. Y un barrio de chabolas, en el centro del corazón económico de la India, la sufre como en ninguna otra parte.
La barriada de Dharavi está encajonada entre rascacielos, como si le indicasen cuál debe ser su futuro. A este slum—barrio bajo y marginal— acuden turistas para hacer pequeñas rutas, llamados por la fama del barrio: de ahí sale Jamal, el protagonista de Slumdog Millionaire, el filme dirigido por Danny Boyle que ganó el Oscar a la mejor película en 2008. Pero a Ishrat Khan no le acabó de convencer. “La película está bien, pero no es realista, nadie tiene esta vida en Dharavi. Aquí todos trabajamos y estamos orgullosos de lo que hacemos”, dice esta mujer de 46 años. Khan reparte el té en la terraza de una de sus mejores amigas, que da a una de las calles principales del barrio. “Esta vista sale en la película. Todo esto estará demolido en unos meses, porque quieren hacer una nueva estación de tren, forma parte del proyecto inmobiliario”, explica. La amiga, dice, no se quiere ir: “Tiene el negocio aquí, vive aquí, usa el lavabo público como todos, le gusta su terraza y su jardín, ¿por qué se tiene que ir?”.


La vida como la conocen en este lugar está amenazada por un proyecto de desarrollo inmobiliario liderado por el segundo hombre más rico de la India, Gautam Adani. Su nombre aparece en todas las conversaciones. Este magnate cuenta con una fortuna de más de 57.300 millones de euros según Forbes, es muy cercano al presidente Narendra Modi y ha sido investigado en Estados Unidos por fraude. En el otro lado, los vecinos de Dharavi tienen, en su mayoría, unos ingresos inferiores a 30.000 rupias al mes (unos 300 euros), no disponen del suministro de agua y electricidad garantizado, y tienen que compartir unos pocos lavabos públicos porque no hay sanitarios en las casas ni alcantarillas en condiciones. La esperanza de vida aquí es de 65 años, y son comunes algunas enfermedades respiratorias, ligadas al estado de los edificios. Está claro que el barrio necesita muchas mejoras, y vecinas como Khan las reclaman, pero, en cualquier caso, no tienen ninguna intención de irse.
Los vecinos se están organizando, aunque Khan admite que es complicado porque la mayoría no conoce sus derechos. “Vienen los del proyecto a intentar convencer individualmente a cada familia, y así es muy difícil estar unidos”, explica. Ella, además de liderar una agrupación por los derechos de las mujeres, forma parte de la organización Proud, una asociación que promueve la educación, el empleo y la comunidad cívica y también interreligiosa —aproximadamente la mitad de la población es hinduista y la otra mitad musulmana, aunque también hay cristianos y otras religiones—. Khan tiene mucha visión política, y está pensando en presentarse a las elecciones locales. Pero no está sola. Anthony Prashanth es uno de los responsables de la asociación. Empezó a trabajar en el barrio en los años noventa, y quedó ligado a él rápidamente. “Durante la pandemia la situación fue mejor en Dharavi que en el resto de Bombay, porque aquí ya había una comunidad organizada”, explica. El objetivo de Proud, dice, es “crear conciencia para que haya opinión pública ante lo que hace el Gobierno”. Pasando cerca de un grupo de niños, dice estar esperanzado en las nuevas generaciones. “La alfabetización es alta. Las familias trabajan mucho para llevar a sus hijos a las escuelas privadas”, explica.


Sentadas en un bordillo al lado del hospital de Dharavi, Rama y Kanta, de 58 y 68 años respectivamente, esperan enfundadas en sus saris verdes y dorados. Llevan toda la vida en el barrio, y les cuesta recordar quién de su familia fue el primero en venir. Pertenecen al gremio de los alfareros ceramistas, uno de los que tienen más actividad aquí. No se les pasa por la cabeza irse: “Nuestra familia depende de este trabajo, si nos fuéramos a otro sitio, lo perderíamos”, resumen. Unas calles más allá, un hombre llamado Hasmuk Tenke, de 38 años, moldea la arcilla en un torno a la puerta de su casa. Dentro están su esposa y su hijo pequeño. Su padre ya se dedicaba a esto. Por cada 80 piezas de cerámica se pueden ganar unas 2.000 rupias (casi 20 euros). Irrumpe un hombre enfadado, Hitesh Gethwe, de 44 años, que está harto de promesas. “Llevamos aquí más de 100 años, varias generaciones”, dice mostrando fotos de su abuelo y de su padre, nacidos y fallecidos en el barrio, “aquí tenemos trabajo, comida… ¿Por qué me tengo que ir?”.
En algún momento Dharavi ejerció de fuerza de atracción para todas estas familias: aquí hay gente con orígenes de toda la India, de zonas rurales de Tamil Nadu o de Karnataka, o de otras áreas de Maharastra, el Estado del que Bombay es capital. La promesa de una vida mejor llevó a todas estas familias a buscar oportunidades en la ciudad india de los negocios por excelencia. Y esto se notó en la demografía. Toda el área metropolitana de Bombay tiene una población de 22,1 millones de personas, según las estimaciones de la ONU. La escalada demográfica fue tan espectacular —en 1950 apenas había más de tres millones de personas en la misma zona— que el apetito inmobiliario se volvió voraz.


Todo lo que se encuentre dentro del territorio de las antiguas siete islas es considerado terreno privilegiado. Y el barrio de Dharavi está completamente en el centro de estos intereses. Está ubicado cerca de siete estaciones de tren, de las principales carreteras y de las zonas de turismo y comercio. Levantada a pedazos en un terreno ganado al mar, Dharavi empezó a habitarse en 1780 con el asentamiento de comunidades de pescadores. Con los años se fue llenando, vinieron los persas, luego los campesinos y ha terminado siendo una de las mayores barriadas de Asia, así como una de las más densamente pobladas. En 2,4 kilómetros cuadrados viven casi un millón de personas. La gran mayoría lo hace en chabolas unifamiliares de dos pisos, donde se mezcla el taller con la vivienda: la vida en este barrio está estrechamente ligada al trabajo.
En Dharavi casi todos los vecinos trabajan: la tasa de paro es del 7,3%. Una niña asoma por la puerta elevada de su casa. Su padre, madre y hermano se dedican a hacer ropa de niño en el taller, que es también dormitorio, pegado a la cocina. Al hermano, Kuben Kantin, de 21 años, le gustaría estudiar diseño y programación, pero de momento está ayudando en casa. “Hay un problema de vivienda y un problema de trabajo. Mientras no solucionen los dos, prefiero quedarme aquí”, apunta la madre, Nandini Kantin.
Dharavi es un centro neurálgico para varias actividades manufactureras y comerciales en Bombay. Genera un volumen de negocio de más de 850 millones de euros, según las estimaciones del Foro Económico Mundial. El barrio está dividido en sectores con actividades totalmente diferenciadas: cerámica, textil, cuero o reciclado de basura —Dharavi es, de hecho, uno de los mayores centros de reciclaje de la ciudad, y se estima que el 80% de los residuos plásticos se recicla aquí—. Además, hay trabajadores itinerantes que van por todos los sectores: los que están especializados en la cocina y proveen de alimento a todo el barrio, o los que trabajan en la construcción o carpintería. “A algunos nos darán una habitación, vale, pero ¿qué hago con una habitación si me he quedado sin trabajo?”, dice Khan. Ella trabaja fabricando piezas de ropa en un edificio de tres plantas con escaleras casi verticales. En cada planta hay varias máquinas de coser y retazos de tela por todas partes. Trabajan de 9.00 a 13.00 y de 15.00 a 22.00, todos los días excepto el domingo, que es libre. Esta ropa, tras varios intermediarios, se vende para grandes marcas.


El grupo Adani ha manifestado en múltiples ocasiones que el proyecto es una oportunidad para dignificar y transformar la zona. Pero ello no ha impedido que haya sido criticado y llevado a los tribunales. No solo porque prevé reubicar a los habitantes de Dharavi en varias zonas alejadas de Bombay donde no tendrán su empleo, sino porque los enviarán a sitios donde, o bien el suelo es muy salino, o bien son vertederos aún en activo. En una esquina, el presidente de uno de los sectores de la barriada, Sayed Munawar Ali, va más allá, con una lectura política: “Modi es del Estado de Guyarat, y quiere destruir el poder financiero y de negocios que hay en Bombay, para que todos se los quede su Estado. Adani es su mano derecha, nadie lo conocía antes de que Modi fuera presidente”.
El objetivo del plan de desarrollo es, una vez los terrenos estén libres, levantar complejos urbanísticos con edificios de más de 20 plantas, algunos de lujo. La primera fase de la reubicación de vecinos de Dharavi y demolición de chabolas tenía que haber empezado la pasada primavera, pero el proyecto fue paralizado en el Tribunal Supremo durante unos meses. No es la primera vez que ocurre algo así en Bombay: en la cercana barriada de Worli ya hay casas derruidas y obras en marcha para un plan urbanístico parecido. Y el propio Adani, pese a la controversia en Dharavi, ha llegado a un acuerdo recientemente para desarrollar el barrio de Motilal Nagar, al norte. La ciudad entera está de obras.

En una plaza, Shakti Nadar, de 26 años, se abona a la teoría política: “Dharavi es el centro productivo de Bombay. Quieren destruir la capacidad de negocios de la ciudad, echar a la clase trabajadora y media, para mandar desde Guyarat”. No todos son de la misma opinión. Dhamodaran Nadar, de 38 años, con quien comparte apellido porque son de la misma casta, afirma que “nadie está forzando a nadie a irse”. “Subirán los precios, claro, pero si alguien se quiere quedar puede, si sus habilidades son buenas podrá pagarlo”, dice. Actualmente, según cuenta Sayed Ali, un hombre de 51 años que trabaja en una inmobiliaria local, este barrio es la zona más barata de la ciudad: el alquiler va de las 3.500 a las 9.000 rupias al mes (de 35 a 90 euros).

Durante meses, oficiales del Ayuntamiento y de la empresa que gestiona el plan urbanístico han ido casa por casa para determinar cuáles derribar primero y qué vecinos tienen derecho a una compensación. La huella de este procedimiento es bien visible: las casas que ya han sido catalogadas tienen en la puerta un grafiti con el código correspondiente. No todos los vecinos tendrán el mismo trato. “La mitad de las personas que viven en Dharavi están de alquiler, y no tendrán ningún derecho en el nuevo proyecto, tendrán que irse sin ninguna solución”, explica Prashanth. Quienes se instalaron en el barrio hasta el año 2000 tienen derecho a ser reubicados en el mismo Dharavi una vez esté reurbanizado. Los que llegaron entre 2000 y 2011 serán reubicados en las afueras de Bombay, pero tendrán que pagar 250.000 rupias (casi 2.500 euros). Y a los que llegaron después de 2011 se les alquilará una vivienda fuera del barrio. Resumiendo, del millón de personas que viven en Dharavi, solo permanecerán unas 50.000.
En el barrio, donde las callejuelas pueden ser de medio metro y hay que agacharse varias veces, hay un incesante ir y venir de gente. Aparece un señor que parece muy mayor: se llama Thanaji Shubram y tiene 84 años. Lleva 55 en el barrio y tiene alojada en la pierna una bala de alguna de las guerras de la India y Pakistán. “En este tiempo no ha cambiado nada, no ha habido progreso, tampoco lo habrá ahora”, dice, antes de ir al templo.
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