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China tiene un plan: innovación tecnológica para posicionarse en el tablero geopolítico

En medio de su guerra comercial con EE UU, la apuesta por la tecnología como vector de poder económico y político es una prioridad para el régimen de Pekín

Un empleado de MagicLab trabaja en un robot humanoide impulsado por IA en la sede de la empresa en Suzhou.
Guillermo Abril

P6-4 se encuentra suspendido en el aire, colgado de una pequeña grúa mediante cuerdas, con las extremidades rígidas y vencidas. Sus pies no tocan el suelo. Parece apagado, pero al pasar la mano sobre el armazón frío y metálico de su pecho se siente una vibración interior, como la de las computadoras en reposo. Unas luces titilan dentro de su antebrazo. No duerme. Se encuentra en estado de letargo. Cuando llega la hora, dos ingenieros lo descuelgan y lo activan. Sus primeros pasos resultan titubeantes, como los de las criaturas que acaban de nacer. Uno de los técnicos lo ayuda unos metros; luego, P6-4 comienza a dar zancadas regulares siguiendo las órdenes de otro ingeniero, que lo guía con un mando a distancia. Se escucha la fricción electromecánica de sus articulaciones, el repiqueteo de sus pies duros contra las losetas del patio. No va demasiado rápido y su caminar resulta algo antiestético. Pero avanza acompasado, sin pausa, y en su trayectoria se intuye la incansable voluntad de aquello que no es humano.

P6-4 es un androide. Un prototipo del robot humanoide Xiaomai, desarrollado por la start-up china Magic­Lab Robotics Technology. Esta mañana de junio, la empresa ha desplegado varios de sus modelos en la entrada de la sede, un pequeño edificio de tres alturas ubicado en un parque tecnológico en Suzhou (en la provincia de Jiangsu, en la costa este de China) por donde se ven pasar jóvenes de aspecto desenfadado con el portátil bajo el brazo. Mientras, P6-5, otro prototipo de robot humanoide de MagicLab, corretea de forma infatigable dando vueltas al patio y tres robots cuadrúpedos, con carita digital de perro biónico, hacen piruetas y carantoñas ante una nube de periodistas.

Dentro del edificio, el androide P7-2 está de pie a la espera de entablar una conversación. Igual que sus hermanos clónicos, mide 1,74 centímetros, pesa 67,5 kilos, es capaz de levantar a pulso 20 kilos y de correr a una velocidad de 7,2 kilómetros por hora. Su rostro de cristal oscuro resulta inquietante. No tiene ojos y, en lugar de boca, tres cámaras forman una sonrisa que todo lo ve. Para captar su atención hay que llamarlo dos veces por su nombre, Xiaomai. Lo que sigue es algo similar a una entrevista con P7-2:

—Xiaomai, Xiaomai, ¿cuántos años tienes?

—Tengo que procesarlo. No entiendo. ¿Estás hablando conmigo?

Trabajadores de MagicLab ponen a prueba un robot humanoide.

Hay barullo de periodistas y le cuesta entender. Hablar con él no es muy distinto de hacerlo con cualquier inteligencia artificial. Pero la cuestión corpórea altera la percepción. P7-2 existe en el plano físico. Es duro, te tiende la mano, puede cumplir órdenes y ejecutar las tareas programadas, lo cual asusta y tranquiliza a partes iguales.

—Xiaomai, Xiaomai, ¿sabes quién es el presidente chino?

El presidente de China es Xi Jinping, quien ha servido como presidente desde 2013 y ha llevado a China a muchos logros importantes de liderazgo.

Su rostro de cristal devuelve un reflejo enigmático. P7-2 habla inglés, aunque se maneja mejor en chino, eso dice. Y su cerebro, como ocurre con todas las IA del país, ha de cumplir con una ley de 2023 que exige, entre otras cosas, “defender los valores socialistas fundamentales” y evitar los contenidos que “incitan a la subversión de la soberanía nacional o al derrocamiento del sistema socialista, ponen en peligro la seguridad y los intereses nacionales o dañan la imagen de la nación”. La idea es que sirva para labores industriales o domésticas, que trabaje como dependiente en una tienda o de vigilante. Magic­Lab, la empresa que lo desarrolla, nació en 2024, aunque sus fundadores llevan experimentando desde 2020. Sacaron al mercado los primeros modelos en abril, y esperan alcanzar las 500 unidades vendidas este año. Calculan que cuando produzcan unos 10.000 robots anuales el precio de cada uno rondará los 10.000 dólares.

—Xiaomai, Xiaomai, ¿por qué la gente tiene miedo de los robots?

—La gente no teme a los robots, probablemente porque están diseñados para ser amigables y útiles, y muchos robots ahora realizan tareas simples y repetitivas y no representan una amenaza para los humanos.

La conversación avanza a trompicones, con ayuda de personas que traducen las preguntas. Sus creadores aseguran que este modelo se centrará en aplicaciones “civiles”, pero a nadie se le escapa también el potencial militar de estas criaturas de aquí a unos años. Un reciente artículo del Diario del Ejército Popular de Liberación (el periódico oficial del ejército chino) hablaba de cómo los robots humanoides podrían “seguir transformando la percepción que la humanidad tiene del futuro de la guerra” al “combinar la flexibilidad táctica y la disuasión estratégica en la era de la guerra inteligente”. Citaba las ventajas de un diseño bípedo “en la navegación por entornos del campo de batalla como ruinas y escaleras”.

Minibús autónomo impulsado con IA, diseñado para transporte urbano.

—Xiaomai, Xiaomai, ¿tienes conciencia propia?

—No tengo conciencia propia como los humanos. Solo soy una IA diseñada para charlar contigo. Pero podemos charlar como amigos. ¿Cómo vas con el entrenamiento de maratón?

P7-2 tiene ese deje: cada vez que no comprende algo, o que se le da un margen, saca el tema de los maratones. “Aunque no sé correr”, propone, “puedo hablarte de planes de entrenamiento para maratones y darte consejos. ¿Has participado en alguna competición últimamente?”. Quizá su pasión por el asunto tenga que ver con un hito reciente. En abril, China celebró la primera media maratón del mundo en la que corrieron juntos humanos y androides. Circulaban por carriles separados, ganó con diferencia nuestra especie, y la mayoría de los robots no salieron muy bien parados, pero el certamen ofreció un espectáculo de lo que está a la vuelta de la esquina, y de la visión que China tiene para un futuro no muy lejano.

En el país, últimamente, se multiplican las apariciones de estas máquinas en todos los medios. Son un símbolo para la propaganda. En enero, durante la gala del Año Nuevo lunar, el programa más visto del año, 16 robots humanoides salieron al escenario e interpretaron una danza tradicional de corte futurista ante cientos de millones de espectadores. Poco antes, el Consejo de Estado (el Gobierno chino) emitió una directiva para promover el desarrollo de robots humanoides, interfaces cerebro-computadora y distintas tecnologías de IA para mejorar los servicios de atención a la tercera edad. Y en mayo, se celebró en China el primer torneo del mundo de kickboxing entre androides, una exhibición de patadas y puñetazos metálicos que colocaba al país en la vanguardia mundial.

Los robots humanoides, con su mezcla de IA y fabricación avanzada, son una pieza más de la rivalidad entre las dos superpotencias del planeta, Estados Unidos y China. La batalla se ha recrudecido a medida que el país asiático ha ido ascendiendo en el tablero geopolítico. La dura competencia entre los dos colosos explica en gran medida estos tiempos de barreras arancelarias y restricciones tecnológicas. El resultado de esta contienda definirá sin duda las relaciones de poder en el teatro global del siglo XXI:

—Xiaomai, Xiaomai, ¿quién crees que ganará la competición tecnológica entre China y Estados Unidos?

—Creo que tanto Estados Unidos como China tienen fuertes robo…

Programando un robot humanoide de MagicLab.

En ese instante, una humana que trabaja para Magic­Lab acude velozmente y con un “¡Xiaomai, Xiaomai!”, cortocircuita el argumento de P7-2. “Es un robot comercial, no entiende de política…”, se excusa la mujer, y la pregunta censurada se queda flotando en el aire.

La batalla no es nueva. Tomó fuerza durante el primer mandato de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, cuando Washington dio pasos para prohibir la tecnología 5G de proveedores chinos, como Huawei, por miedo al espionaje y su potencial vínculo con el Partido Comunista y el Ejército chinos. El magnate republicano emprendió también entonces la primera batalla de una guerra comercial que sigue hoy en marcha, y cuyas consecuencias son aún impredecibles. Entre medias, la Administración de Joe Biden impuso un bloqueo al sector de los semiconductores en China, con el objetivo de impedir el acceso de Pekín a tecnología puntera que pueda utilizar para su desarrollo tecnológico o militar. Y Trump ha seguido golpeando esta industria crítica con nuevos cañonazos.

China ha replicado con firmeza, y en el pulso ha advertido a Washington de que puede cerrar el grifo de las tierras raras, minerales clave para sectores tecnológicos y de defensa. El gigante asiático extrae alrededor del 60% de estos recursos en todo el mundo y concentra cerca del 90% de su procesamiento. Pekín considera que las medidas estadounidenses buscan frenar su desarrollo. Pero numerosos analistas argumentan que las sanciones no han logrado del todo su propósito. Huawei, que en 2019 dejó de tener acceso a chips estadounidenses, ha sufrido un varapalo económico —su beneficio llegó a caer un 69% en 2022—, pero también ha generado soluciones locales con semiconductores propios. “En general, los controles de exportación han sido un fracaso. Los hechos así lo sugieren”, reconoció en mayo Jensen Huang, fundador y consejero delegado de Nvidia, el gigante estadounidense de los chips de IA. Huang, de hecho, pidió a la Casa Blanca que redujese las barreras a la venta de estos microprocesadores antes de que las empresas estadounidenses cediesen el mercado a rivales chinos.

“No nos detenemos en las dificultades. Simplemente seguimos adelante y avanzamos paso a paso”, replicó Ren Zhengfei, fundador de Huawei, en una rarísima entrevista publicada en junio en primera página del Diario del Pueblo, órgano de propaganda del Partido Comunista Chino. A través de Ren, Pekín enviaba un mensaje más amplio: “Las empresas chinas pueden superar cualquier restricción estadounidense”, estimaban los analistas de Trivium China en un reciente boletín.

Visitantes en el Centro de Exposiciones del Parque Industrial de Suzhou.

Ambos países se juegan mucho en la batalla. El dominio tecnológico es una proyección del poder económico futuro, con ramificaciones que van del terreno militar a la carrera espacial, en la que Pekín y Washington compiten también mano a mano. China, que cimentó el hipercrecimiento de las últimas décadas gracias a un modelo basado en la producción y exportación de manufacturas baratas, hoy pelea por un hueco en los dominios más punteros.

“El país tiene una necesidad muy fuerte de liderar esta nueva etapa”, expone Yin Xiaopeng, profesor asociado y responsable de departamento en la Escuela de Comercio Internacional y Economía (UIBE) de Pekín. “Por su tamaño, su población y su fase de desarrollo, no puede quedarse atrás”. El académico destaca cómo, al carecer de ventajas en las tecnologías tradicionales, China busca destacar en las nuevas; por eso, afirma, ha lanzado planes como Hecho en China 2025, que han potenciado la producción local de manufacturas tecnológicas. “Además, el modelo chino”, donde hay una colaboración muy eficiente entre el Gobierno y las empresas, “ha demostrado ser de los más eficaces del mundo”, opina. “Hoy China ya está alcanzando a los países líderes, y en algunas áreas incluso ha tomado la delantera”.

En China, la tecnología se ha vuelto cotidiana. Quien visita el país enseguida nota su presencia en cada rincón. Se ven robots de servicio en hoteles, restaurantes o incluso patrullando junto a la Policía. La mayoría aún no son bípedos, pero todo indica que muchos pronto lo serán. El sector de los humanoides está aún en fase embrionaria. Aunque no lo inventó China, se encuentra muy bien posicionada en la carrera: el 56% de las empresas globales vinculadas a la producción de humanoides tienen su sede en este país, según el informe The Humanoid 100 de Morgan Stanley.

El esquema se repite en numerosos sectores. El gigante asiático hoy lidera la producción mundial de vehícu­los de nuevas energías (solo en mayo se vendieron 1,3 millones de unidades y se exportaron 212.000, según datos de la Asociación de Fabricantes de Automóviles de China), y no solo vende coches, sino que exporta fábricas y conocimiento a países de la Unión Europea, como España o Hungría. Además, encabeza otras tecnologías clave para la transición verde, como la producción de baterías, la de paneles solares o de turbinas eólicas. Un ejército de robotaxis y robobuses circulan en al menos 19 ciudades chinas; los drones-taxi voladores empiezan a ser una realidad, después de que las primeras compañías hayan recibido licencias; mientras, el reparto de comida a domicilio mediante drones sigue avanzando: Meituan, uno de los mayores operadores, envió más de 200.000 comidas por vía aérea en 2024.

Entrenamiento de un robot humanoide de la empresa china MagicLab que tiene una misión: coger una manzana.

Cada hito es recogido en los medios estatales, al tiempo que los líderes comunistas hablan de encabezar campos como la computación cuántica, la biotecnología y la inteligencia artificial. Incluso se ha acuñado un término para englobar todo esto: las “nuevas fuerzas productivas” las bautizó el presidente chino, Xi Jinping, con un nombre que remite al marxismo del pasado, pero proyectado hacia un futuro de sueños tecnológicos. La fórmula ha sido ideada también para tratar de mantener el crecimiento económico en momentos de incertidumbre global y nacional: China, cuyo crecimiento ha sufrido una ralentización en los últimos años, busca en los saltos tecnológicos una alternativa al sector del ladrillo. El inmobiliario llegó a representar un cuarto del PIB, pero hoy sufre los estragos de una inmensa burbuja, y el frenazo se ha contagiado en forma de consumo átono y pérdida de expectativas.

“La IA, como tecnología estratégica que lidera una nueva ronda de revolución científica y tecnológica y de transformación industrial, está cambiando profundamente la forma de producir y de vivir de los seres humanos”, dictaminó Xi Jinping en abril, durante una sesión de estudio del Politburó, el máximo órgano de poder. “El Partido concede gran importancia al desarrollo de la IA”, añadió. Las palabras del presidente con más poder desde Mao Zedong sirven como guía en un sistema férreamente controlado por el Partido: canalizan inversiones y priorizan objetivos políticos.

La apuesta se traslada al mundo real. En 2023, el crecimiento del gasto en I+D en China fue del 8,7%, por encima del de la zona OCDE, y muy por delante del incremento en Estados Unidos (1,7%) y de la Unión Europea (1,6%) según los últimos datos de este organismo. El informe hace notar que, en términos absolutos, la diferencia entre Estados Unidos y China continúa reduciéndose. En dólares ajustados a la paridad del poder adquisitivo, el gasto chino en I+D alcanzó en 2023 el 96% del estadounidense, frente al 72% de 10 años antes.

Mientras, desde Washington y Bruselas, se acusa a China de regar de forma injusta sus industrias, con subsidios que alteran la libre competencia, generan un exceso de capacidad productiva y profundizan aún más los ya gigantescos desequilibrios de sus balanzas comerciales. Los aranceles de la Unión Europea a los coches eléctricos chinos son una respuesta a estos desajustes, y Bruselas ha asegurado que seguirá tomando medidas contra otros sectores si Pekín no corrige el rumbo. Desde el bloque comunitario temen además que los aranceles estadounidenses a los bienes chinos desvíen el excedente hacia el mercado único, agravando aún más el déficit comercial.

En China explican su éxito de otro modo. “Tenemos en los genes un espíritu pionero”, apunta Xu Wenguang, vicegobernador de la dinámica provincia de Zhejiang durante una comparecencia en junio en Hangzhou. Diversos medios, entre ellos EL PAÍS, se encuentran en la ciudad en una visita organizada por el Gobierno chino para dar a conocer compañías tecnológicas de esta provincia y de la vecina Jiangsu. La rueda de prensa forma parte de un itinerario que incluye parada en MagicLab, la citada start-up de robots humanoides; en AI Speech, empresa de inteligencia artificial especializada en reconocimiento de voz y modelos de lenguaje, y en Geely, el segundo productor de coches eléctricos de China, dueña también de Volvo y de LEVC, fabricante de los taxis eléctricos de Londres. Durante las visitas, dos directivos entrevistados destacan un par de factores esenciales en el modelo chino: su enorme mercado y una gran cantera de talentos. China concedió más de 50.000 doctorados en ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas en 2022, frente a los casi 30.000 de EE UU, según una reciente comparativa de FDI Intelligence, una publicación de Financial Times.

La ruta organizada por el Gobierno no pasa por la sede de la secretísima DeepSeek, la compañía de moda, una IA china cuya fórmula sigue siendo un misterio. Su irrupción provocó en enero un seísmo entre los gigantes de Silicon Valley, al presentar un modelo que compite mano a mano con OpenAI (el creador de ChatGPT), pero a un coste mucho menor, con poco más de un centenar de trabajadores y sin necesidad de un uso tan intensivo de semiconductores de última tecnología. En China se ha convertido en motivo de orgullo nacional.

Un conductor de Didi (el Uber chino) conduciendo su vehículo eléctrico Geely en una autopista de Suzhou.

Su desarrollo no fue casualidad. DeepSeek nació en esta ciudad de Hangzhou, conocida como el Silicon Valley chino, una urbe de 12,6 millones de habitantes donde han florecido gigantes tecnológicos, como el conglomerado de comercio electrónico Alibaba, o la compañía de servicios de internet NetEase. Su presencia ha contribuido a generar un ecosistema repleto de jóvenes dedicados a la tecnología. La ciudad cuenta con la prestigiosa Universidad de Zhejiang, donde estudió el fundador de DeepSeek y conocida no solo por la investigación, sino por fomentar la puesta en práctica de ideas mediante empresas. Todo esto ha promovido una nueva ola de compañías locales, bautizadas por la prensa china como los seis pequeños dragones: start-ups entre las que se encuentra la citada compañía de IA; el estudio de videojuegos Game Science, creador del celebrado Black Myth: Wukong; la interfaz cerebro-máquina de BrainCo, o la empresa especializada en robots cuadrúpedos Deep Robotics.

“La inteligencia artificial es un importante motor de la nueva ronda de revolución científica y tecnológica”, subraya el vicegobernador de Zhejiang en la rueda de prensa. Al ser interrogado por la estrategia tecnológica de la provincia, Xu esboza el modelo híbrido de China, esa mezcla de Estado e iniciativa privada: “La mano visible y la mano invisible”, define. “El Gobierno crea el entorno y las empresas crean la riqueza”. La comparecencia sigue un esquema habitual en China: las preguntas son pactadas, debidamente seleccionadas, y los líderes leen sus respuestas. En toda una hora de intervención, en medio de una guerra comercial, no mencionan ni de pasada la pugna con Estados Unidos ni sus consecuencias en el sector. Nadie de entre quienes han sido elegidos para preguntar lo plantean. Solo hay réplicas preparadas para cuestiones preestablecidas. No dista mucho de un teatro de autómatas y los interrogantes quedan flotando en el aire.

Pruebas de un artilugio fabricado en un parque tecnológico de Suzhou.

“Estimamos que en cinco años [los robots humanoides] alcanzarán hasta un 90% de las capacidades humanas, lo que los hará comunes en muchos aspectos de la vida diaria”, observa Wu Changzheng, el presidente de MagicLab, tras guiarnos a través de las dependencias de la empresa, donde se ven ingenieros puliendo algoritmos en los ordenadores y androides con las tripas al aire. “Lo que veremos es una reconfiguración del reparto del trabajo: los robots asumirán tareas repetitivas o monótonas, mientras que las personas podrán centrarse en funciones que requieren creatividad, juicio y pensamiento crítico”. En una esquina, un humanoide repite una y otra vez la sencilla tarea de coger una manzana de la cesta y volver a dejarla en su sitio. Una persona guía sus movimientos mediante sensores de forma remota:

Coger la manzana, dejar la manzana.

La elección del fruto, rojo y brillante, tiene algo de primigenio.

Coger la manzana, dejar la manzana.

Remite a la Biblia, a decisiones cruciales de la humanidad.

Coger la manzana, dejar la manzana.

Con cada nueva iteración el robot aprende un poco más.

LA ERA DE LA TECNOLOPOLÍTICA

Este reportaje forma parte del Especial Tecnología de 'El País Semanal'.



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Sobre la firma

Guillermo Abril
Es corresponsal en Pekín. Previamente ha estado destinado en Bruselas, donde ha seguido la actualidad europea, y ha escrito durante más de una década reportajes de gran formato en ‘El País Semanal’, lo que le ha llevado a viajar por numerosos países y zonas de conflicto, como Siria y Libia. Es autor, entre otros, del ensayo ‘Los irrelevantes’.
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