¿Quién sueña a quién?
A ningún Ayuntamiento se le ha ocurrido que los sin techo necesitan morir, a veces con urgencia


Un hombre, uno más que no tiene dónde caerse muerto. Esta expresión, la de caerse muerto, se pronuncia muy a la ligera, pero nos estremeceríamos si reparáramos en su literalidad. Significa que, llegado el momento, uno ha de buscarse la vida (valga la paradoja) para expirar en un rincón un poco íntimo. No hay moritorios públicos, digamos, a ningún Ayuntamiento se le ha ocurrido que los sin techo (y las sin techo, puto genérico con discapacidad), cuyo número crece como la espuma en las sociedades desarrolladas, además de un lugar donde hacer sus necesidades (tampoco hay baños públicos), necesitan morir, a veces con urgencia. “Y a ver dónde me echo a palmar”, se preguntarán algunos y (algunas) sin interrumpir el tráfico, que es sagrado.
Un desastre de organización, en fin, por parte de quienes nos gobiernan, que contrasta con la sensatez del pobre de la foto, que se ha echado a dormir (o a morir) justo debajo del escaparate donde se exhibe un magnífico lecho desocupado. No sabemos quién sueña a quién, si el indigente al lecho o el lecho al indigente. El caso es que parece mentira que hallándose tan cerca el uno del otro se encuentren a la vez tan distantes. Comentario aparte merece el altarcito que el durmiente ha colocado en su mesilla de noche, donde se aprecia un cristo y una imagen de la virgen con una nota en inglés y otra en castellano, para los creyentes bilingües que pasen por la zona. Pero ya no hay creyentes o lo son a la manera de Trump, dispuesto a limpiar las aceras del universo facturando a los desheredados de este mundo al Ecuador de Noboa.
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