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Qué ver en Núremberg, la ciudad que desafía el fantasma del nazismo con una sólida propuesta cultural

La Sala 600 del Palacio de Justicia donde se celebraron los históricos juicios hace 80 años, el Café Arthur del Centro de Congresos, una treintena de museos... La vida cultural de la ciudad alemana, que trata aún de exorcizar su pasado más reciente y oscuro con proyectos de largo alcance, es extraordinaria

Qué ver en Núremberg

Acaba de estrenarse en España Núremberg, la película de James Vanderbilt basada en el libro El nazi y el psiquiatra (2014), de Jack El-Hai, sobre el pulso dialéctico entre Hermann Göring, comandante de la Fuerza Aérea del Reich y fundador de la Gestapo (que encarna Russell Crowe), y el fiscal Douglas Kelley (que interpreta Rami Malek). Y es que justo ahora se cumplen 80 años del inicio de unos juicios que marcaron un antes y un después para la conciencia del mundo (supuestamente) civilizado. Han sido muchas las cintas (sobre todo documentales) dedicadas a los célebres juicios que ajustaron cuentas a los nazis tras la Segunda Guerra Mundial. La más célebre de todas, seguramente, se tituló ¿Vencedores o vencidos? (1961), de Stanley Kramer, con un entrañable Spencer Tracy encabezando una rutilante lista de estrellas. Esa película, sin embargo, no se refiere al primero de los juicios, sino al que encausó a los jueces nazis —por cierto, los diálogos y reflexiones acerca del papel de los magistrados, de gran hondura, tienen un vigor y actualidad estimulantes—. Hay otra cinta del año 2000, Los juicios de Núremberg, protagonizada por Alec Baldwin, que sí se refiere al primer y revulsorio juicio.

La ciudad que acogió esos juicios, Núremberg, se ha preparado a fondo para este aniversario. Fue escogida por Hitler en 1933 como “su” ciudad, el escenario de las marchas y alardes multitudinarios, el escaparate de su poderío de masas. Ese fue, sin duda, uno de los motivos para enjuiciar precisamente allí al régimen nazi tras su caída. Esto sucedió en su Palacio de Justicia, que al estar un poco alejado del casco viejo se libró de las bombas que lo redujeron a cenizas. El Palacio de Justicia sigue utilizándose como tal, y en él se ha musealizado la célebre Sala 600, en la que se celebraron las vistas.

En dicha sala se encausó a una veintena de oficiales nazis, entre noviembre de 1945 y octubre de 1946. A ese juicio siguieron 12 más, hasta 1949, ante un tribunal militar norteamericano. La Sala 600 se conserva tal cual, se puede visitar y asistir, varias veces al día, al videomontaje Zeitreise Saal 600 (Sala 600: un viaje en el tiempo). Los asistentes se sumergen en la atmósfera densa de aquellas jornadas, envueltos en proyecciones sobre muros y estrados de las imágenes filmadas en su día. En la última planta de ese mismo bloque se puede visitar el Memorium, algo parecido a un museo inmaterial que expone el curso de la lucha por los derechos humanos que de aquí partió. De hecho, este Palacio fue la semilla del Tribunal Penal Internacional de La Haya, creado para vigilar y castigar los crímenes contra la Humanidad.

El programa de recuperación de la memoria es muy amplio, y se extiende al barrio sudeste de Núremberg, que también se libró de las bombas, y que Hitler había elegido como escenario de su gloria. Para ello encargó a su arquitecto Albert Speer la construcción de varias estructuras megalómanas, concretamente un Centro de Congresos gigantesco, remodelar la estación de zepelines y una campa con gradas y tribuna donde presidir sus apabullantes desfiles. La estación de zepelines y la tribuna fueron las únicas estructuras terminadas y utilizadas durante el Tercer Reich. La primera es hoy un terreno aprovechado para atletismo e instalaciones deportivas. La tribuna y las gradas, con casi 400 metros de longitud, presiden una explanada capaz de acoger a unas 320.000 personas. Años después de la guerra y de haber sido aprovechado este espacio por soldados americanos, el lugar ha servido para conciertos multitudinarios, como los de Bob Dylan, los Rolling Stones o Tina Turner. La tribuna —que Speer proyectó como un remedo del célebre Altar de Pérgamo— quedará convertida en un centro cultural que estará terminado en 2030.

Si bien la estación de zepelines y la tribuna pudieron utilizarse, las obras del Centro de Congresos quedaron paralizadas en 1942. Hasta ahora. O más bien hasta el año 2001, cuando el arquitecto austriaco Günther Domenig construyó, en el ala este del mastodonte, un Centro de Documentación del Partido Nazi, con una fachada vanguardista que asemeja un arco de flechas disparando al infinito. Este centro acoge la muestra permanente Fascinación y terror, que renovada y ampliada abrirá de nuevo sus puertas en 2026. También acaba de inaugurar nuevas instalaciones y salas de ocio, así como el Café Arthur, así llamado en homenaje a Arthur Brunner, un vecino discapacitado de 22 años que fue asesinado por los nazis dentro de su programa de eutanasia.

La obra capital de aquel distrito consagrado a la megalomanía nazi, donde el partido efectuó sus reuniones de masas entre 1933 y 1938, es el llamado Centro de Congresos. Hitler puso, el 1 de septiembre de 1935, la primera piedra de un edificio de 80.000 metros cuadrados, en forma de herradura, y que habría alcanzado los 70 metros de altura de haberse construido la gran cúpula proyectada para cubrir el patio interior. Un patio o solar tan grande que hubiera podido acoger a 50.000 asistentes. Esta estructura gigante, anclada entre el lago Dutzendteich y la homónima estación de tren, a un lado, y al otro la estación de zepelines y la tribuna para las marchas, quedó a medias y abandonada al acabar la guerra. Visitar hoy sus altísimos corredores vacíos, sin enfoscar, refugio de palomas y murciélagos, produce un escalofrío. En el patio o centro de la herradura de piedra se está construyendo un edificio ¿provisional? que va a albergar un escenario para el Teatro Nacional y la Orquesta Sinfónica de Núremberg, así como salas de ensayo, estudio y documentación. Este apéndice cultural, para no romper demasiado con el conjunto, estará cubierto totalmente por fuera con plantas y arbustos en muros y techos, y abrirá sus puertas en 2028, desafiando así al fantasma nazi de la fuerza de masas con una sólida propuesta cultural. Este escenario provisional obedece también a la necesidad de renovar el Teatro de la Ópera de la plaza Richard Wagner —por cierto, Wagner tiene bien merecida esa plaza por su ópera Los maestros cantores de Núremberg, un must del repertorio operístico—. Las obras van a durar por lo menos una década. La vida cultural de Núremberg es extraordinaria, aunque no prosperó su candidatura a capital europea de la cultura 2025, título que le arrebató finalmente su colega alemana Chemnitz.

Hay en Núremberg más de treinta museos, entre los cuales destacan el Neues Museum, un coloso de cristal junto a un torreón de la muralla, como sutil contrapunto, y el Germanisches Nationalmuseum, a solo un par de manzanas. Y, en realidad, el casco viejo es todo él un museo al aire libre. La Königstrasse o calle Real conduce a la imponente iglesia gótica de San Lorenzo, rodeada de terrazas y animación, y al Hospital del Espíritu Santo, con un puente sobre el río Pegnitz que es uno de los más fotografiados de Alemania. Enseguida se llega a la plaza Mayor o Hauptmarkt, presidida por la iglesia gótica de Nuestra Señora. En esta amplia plaza se celebra mercado los días laborables, y también se instala allí el Christkindlesmarkt, el mercadillo navideño más célebre del país y uno de los más antiguos del mundo (se remonta al siglo XVII), que este año se celebra del 28 de noviembre al 24 de diciembre.

En esta plaza está también la Schöner Brunnen o “fuente bonita”, un pináculo gótico cubierto con 40 figuras policromadas, objeto de leyendas y tradiciones locales. A unos pasos queda la iglesia, también gótica, de San Sebaldo, con tallas del maestro renacentista Veit Stoss, enfrente casi del adusto Ayuntamiento de líneas clásicas.

La calle en cuesta conduce hasta los pies del castillo, un zócalo donde se encuentra la Casa Museo de Alberto Durero, el más grande artista alemán del Renacimiento. La pequeña explanada se ha convertido en rincón favorito de jóvenes y turistas para tenderse en el césped con sus bebidas y pertrechos. De ahí parte la subida al castillo, algo altamente recomendable por su puzle de bastiones y rellanos con magníficos miradores. El castillo, donde residieron en algún momento emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico, entre 1050 y 1571, alberga un museo de talante militar, con armas, armaduras y artilugios por el estilo. Desde su terraza se puede abarcar la mejor panorámica de la ciudad, que parece mansamente rendida a sus pies.

Una ciudad a caballo entre el brillo de emperadores y artistas vetustos, y las sombras de un pasado más reciente y oscuro, que trata aún de exorcizar con proyectos de largo alcance. Con el propósito de convertir las ruinas de la locura en cimientos de cordura y concordia. Un empeño especialmente oportuno en estos tiempos de revival ultraderechista, con brotes verdes (o negros) por todo el mundo. Tiempos, ay, al parecer, de amnesia histórica. Pero también el sueño de la memoria produce monstruos.

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