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Vitoria-Gasteiz
Crónica
Texto informativo con interpretación

De Vitoria a Vitoria en bici: un viaje de casi 900 kilómetros y conversaciones entre paisajes inolvidables

Siguiendo la carrera de Basajaun, una de las referencias del mundo del ultraciclismo, de la mano de los exciclistas Pedro Horrillo e Igor Miner. Un bucle circular que cruza cinco milagros de la naturaleza: la sierra de Urbasa, la selva de Irati, el desierto de las Bardenas Reales, la sierra de la Demanda y los Montes de Vitoria

Vitoria en bici

El sonido de la txalaparta rebota en las paredes de la plaza del Machete, en Vitoria-Gasteiz, que devuelve un eco de latido de corazón mientras 250 ciclistas lastrados con bolsas aerodinámicas de viaje esperan guardando un silencio reverencial. Dan ganas de huir, alejarse del primitivo sonido que produce la madera contra la madera, arrítmico, in crescendo, ancestral y tan salvaje como la carrera que está a punto de arrancar. En apenas cuatro ediciones, Basajaun se ha convertido en una de las grandes referencias del mundo del ultraciclismo, o bikepacking (las alforjas de toda la vida) de competición. Hay lista de espera para participar y recorrer casi 900 kilómetros por senderos y pistas de grava, un bucle circular que nace y muere en la capital alavesa tras cruzar cinco milagros de la naturaleza: la sierra de Urbasa, la selva de Irati, el desierto de las Bardenas Reales, la sierra de la Demanda y los Montes de Vitoria.

Es decir, un sube y baja constante, 16.000 metros de desnivel positivo y la mente de su organizador, Carlos Mazón, para dar sentido y coherencia al trazado. Estudioso enamorado de la cartografía y también ciclista irredento, Mazón ha diseñado un trazado único que garantiza aventura y soledad… una evasión absoluta de la vida corriente. Para poder formar parte de los elegidos, los candidatos han de escribir una carta en la que justifiquen sus deseos de descubrir la prueba, misivas que él repasa con diligencia.

Las reglas de las carreras de ultraciclismo son básicas: no se puede reservar alojamiento, hay que seguir un trazado que observa puntos de paso obligados, es preciso ser autosuficiente, solo se pueden usar las piernas para avanzar y existe un tiempo límite para finalizar la prueba. Después, el más rápido gana, lo que lleva a muchos a prescindir del sueño, a pedalear de noche y a tragar kilómetros sin fin. Elijo dormir: no quiero que la noche me confunda ni me veo capaz de pedalear más de 15 horas al día, pero observo a los que me rodean, apenas 50 kilómetros después de la salida, y solo veo ciclistas sin apenas alforjas. “¿Dónde dormís hoy?”, pregunto cándidamente a un trío que solo habla de carbohidratos, medias, desniveles y estrategia. “Hasta mañana no dormimos… pero solo nos tumbaremos una hora”, responde uno, mirando con recelo mis nutridas alforjas. Después, aceleran y me quedo a solas con mis pensamientos oscuros pasando junto al cruce que lleva al Tejo de Otsaportillo de Urbasa, un lugar de una belleza tan seductora que cuesta olvidar.

Mientras lamento no haber trazado un plan con hojas Excel incluidas, me adelanta un tipo jovial por la izquierda saludando al pasar. Le reconozco: es Pedro Horrillo, exciclista profesional y colaborador de la sección de ciclismo de EL PAÍS. Sin quererlo, le grito su apellido. Se gira, me pregunta si nos conocemos, le explico que habitualmente escribo de alpinismo en el periódico y entonces estalla: “¡Yo conocí a Bonatti!“. Todo esto exige una conversación. Horrillo viaja con Igor Miner, uno con el que compartí pelotón en mi juventud, uno que ganaba carreras de prestigio y que, no sé bien por qué, no llegó a ser profesional. Quiero saberlo. Sin saberlo, acabaremos rodando juntos tres días y medio… un sinfín de horas escuchando relatos que compartir. Incluso la dicha de la soledad elegida puede ser oscura si se compara con la recompensa de las nuevas relaciones y las conversaciones ambientadas en paisajes inolvidables.

Urbasa

En el Giro de 2009, durante el descenso del Culmine di san Pietro, Pedro Horrillo cayó por un precipicio, su cuerpo rebotando por un talud de 80 metros de desnivel. “Mientras intentaba agarrarme a las ramas de los árboles, notaba cómo se me rompían los dedos. Fueron algunas de las 27 fracturas que sufrí”, recuerda durante la carrera. Todas las mañanas, en el hospital de Bérgamo, le visitaba un cura. Por las tardes lo visitaba otro, o eso creía. La enfermera le aseguró que solo el cura de la mañana era auténtico, y que no sabía quién era el hombre de vestir elegante que todas las tardes pasaba un rato junto a su cama. Horrillo preguntó al desconocido su nombre: Felice. Un día después, le preguntó su apellido: Gimondi. Felice Gimondi, ganador del Tour de 1965, de tres Giros y una Vuelta, lombardo de nacimiento pero residente en Bérgamo. Horrillo le preguntó si conocía al gran alpinista Walter Bonatti, él sí nacido en Bérgamo. “Es mi amigo. Mañana te lo traigo”, aseguró Gimondi. Al día siguiente, Bonatti le sonreía de pie junto a su cama asegurándole que los verdaderos héroes no son los alpinistas, sino los ciclistas.

Selva de Irati

“Si no te operas las cervicales, un día estornudarás y te quedarás tetrapléjico”, le dijo el médico a Pedro Horrillo. “Pero existen muchas posibilidades de que la operación salga mal y no vuelvas a caminar”, añadió. El ciclista apostó por intentarlo, y cuando lo conducían al quirófano pidió 10 minutos a solas. Aparcaron la cama en una esquina y, entonces, empezó a mover los dedos de las manos, de los pies, levantó una rodilla, luego la otra, examinó sus codos, las muñecas, su capacidad para dibujar figuras a capricho en el aire. Se extasió con la dicha de la movilidad y trató de memorizar las sensaciones por si al final de la intervención las perdía para siempre. Fueron instantes de una intensidad que jamás había experimentado antes. Viéndole pedalear ahora, cabe decir que los héroes modernos no son ciclistas ni alpinistas, son los cirujanos.

Desierto de las Bardenas Reales

Pedalear junto a Horrillo y Miner es como para un entusiasta del fútbol viajar en autobús durante días sentado a la vera de Andrés Iniesta y Xabi Alonso. Se me amontonan las preguntas, deseo saber la realidad del ciclismo profesional, las entretelas, las miserias, las alegrías, todo de primera mano. Recién pasados a profesionales, Pedro Horrillo y Oscar Freire aterrizaron en el llamado “Infierno del norte”, es decir, la París-Roubaix, la carrera de los adoquines. Sus compañeros de equipo, todos viejos zorros, cruzaron apuestas: ninguno de los dos llegaría siquiera al primer avituallamiento. Pero ambos cruzaron la línea de meta y se ducharon en las míticas duchas del velódromo de Roubaix, detalle que te convierte en un ciclista respetable para toda la vida. En la cena, su compañero de equipo Prudencio Induráin, se disculpó y les hizo una reverencia. Con el tiempo, Freire ganaría tres mundiales de ciclismo y Horrillo sería su lanzador en múltiples escenarios.

Sierra de la Demanda

Hay ciclistas buenos y ciclistas ganadores. Miner era de los segundos. En la antesala del profesionalismo, lo que ahora es la categoría sub-23 y antes se llamaba “aficionados”, era fuerte, listo y rápido. Tenía mucha clase. Ganó pruebas de enorme prestigio y tuvo un manager que le aseguró que le había conseguido equipo, que estaba hecho, y que en menos de un mes tendría que volar a Bélgica para firmar su contrato profesional. Le dijo que le llamaría. Aguardó junto al teléfono vislumbrando la vida que siempre había deseado. Pero nunca recibió dicha llamada. Ahora es un masajista cotizado con consulta en Bizkaia, pero sigue preguntándose qué existencia hubiera sido la suya de haber contado con un manager serio.

Montes de Vitoria

Los que ganan pruebas como la Basajaun no duermen. Pueden pedalear casi 900 kilómetros con apenas 45 minutos de siesta. Al final, más que avanzar veloces se arrastran; tanto decae su rendimiento y su ritmo. Igor Miner y Pedro Horillo saben de qué va el asunto, vienen del miundillo de los raids de aventura: orientarse, correr, caminar, pedalear y remar en kayak durante días sin apenas dormir. “Ves visiones que te acompañan durante horas, como un perro subido al kayak de tu compañero, un perro cuya presencia te inquieta y te irrita y justo cuando vas a preguntar qué narices pinta el animal en el bote te das cuenta de que es una mochila… y de que no estás nada bien”. Nosotros dormimos una media de seis horas diarias, amén de múltiples paradas para comer lo que sea. Con Horrillo, las paradas breves no existen, me ilustra Miner: para empezar se descalza y, para seguir, empieza a hablar con cualquiera que se le cruce. Su capacidad para socializar es incluso superior a su capacidad de pedaleo. Es un torbellino. “O lo adoras o lo querrías matar”, zanja Miner.

Se ve ya el perfil de la ciudad de Vitoria, aunque parece que han pasado semanas desde que la dejamos atrás. No hace falta hacer la Basajaun con un dorsal. Se puede hacer a trozos o en varios días, saboreando cada metro recorrido, cada aldea perdida, cada bar de pueblo o refugio improvisado. Es un gran viaje, siempre multiplicado por el placer de los encuentros inesperados.

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Sobre la firma

Óscar Gogorza
Periodista especializado en actividades de montaña y escalada, escribe para EL PAÍS desde 1998. Coordina el blog 'El Montañista'. Dirigió la revista' CampoBase' durante una década y es guía de alta montaña UIAGM.
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