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Navarra
Crónica
Texto informativo con interpretación

La Selva de Irati en bici de carretera, por el ‘via crucis’ de Miguel Induráin

Un exigente trazado circular desde Otsagabia culmina en el mítico puerto de Larrau dejando atrás siete ascensiones más y unas vistas de ensueño a ambos lados de la frontera custodiada por su majestuoso bosque de hayas

La Selva de Irati
Óscar Gogorza

Odio pedalear. ¡Es tan maravilloso! Reconozco que no me aclaro, que la ciclotimia se ha apoderado de mí mientras me arrastro por las pendientes del puerto de Larrau en un simulacro de pedaleo. Al pasar por aquí tengo un pensamiento para Miguel Induráin. El navarro pasó por aquí camino de Pamplona en la etapa 17 del Tour de 1996, el Tour que no ganó, de pronto un Dios con pies de barro saboteado por un danés cargado de EPO y glóbulos rojos. A la deriva por estas pendientes crueles, todo el que un día adoró el ciclismo sintió idéntica tristeza ante la derrota no de un ciclista, sino de un señor. Si la conmiseración unánime acompañó a Induráin aquel día, al resto de mortales solo nos acompañan nuestros negros pensamientos.

La niebla se ha enganchado en este eje fronterizo, en la cresta que marca el paso de Francia a España, Pirineos verdes, ondulados, amables, bellos. No hay nada que ver digno de un selfi, pensarán algunos, salvo que sepan apreciar el espectáculo infravalorado de la naturaleza apenas manchada por tiras finas de asfalto negro. Una cinta por la que nos transportamos a golpe de pedal.

Pronto llegará un largo descenso, liberador también, hasta Otsagabia, donde hace horas empezó todo y no todo se acaba, pero sí la obligación de seguir dando pedales. Habrán sido 128 kilómetros de sube y baja, sin un metro llano, a lo sumo falsos llanos ascendentes o tímidamente descendentes. Para los que todo lo reducen a fríos números, la vuelta con salida y llegada a Otsagabia supone subir y bajar ocho puertos de montaña, acumular 3.600 metros de desnivel positivo en 56 kilómetros totales de ascenso, de los cuales 15 son por pendientes que superan el 10%. Estos son los puertos, enumerados por orden: Jaurrieta, Erremendia, Abaurregaina, Azpegi, Errozate, Surzai Lepoa, Bagargi y el famoso Larrau.

Vista de Otsagabia el día de la celebración de la Irati Extrem 2025.

No es por hacer spoílers, pero casi todo el mundo coincide que Errozate es más duro que Larrau. De hecho, este recorrido se realiza de forma multitudinaria una vez al año, a mediados de junio, en el marco de la Irati Xtrem: es la mejor manera de enfrentarse al reto con garantías, puesto que existen numerosos puntos de avituallamiento sólido y líquido en el recorrido, amén de una reconfortante asistencia médica y técnica. Medirse en solitario al recorrido exige una vuelta de tuerca psicológica.

El turista que acude a Otsagabia busca, lógicamente, perderse en la Selva de Irati, sumergirse en ella a pie o en bici de montaña (existen más de 400 kilómetros ciclables en su seno, repartidos en 16 itinerarios) y perderse entre sus bosques de hayas y robles, pero también de abedules, sauces o abetos. En bici de montaña una persona puede recorrer los cuatro valles por donde crece y se conserva Irati: Salazar y Aezkoa, del lado navarro, y Zuberoa y Cize al norte, en el lado francés. El precioso trazado de la Irati Xtrem busca lo mismo, pero recorriendo la periferia de esta Selva, en un viaje de contrastes que también evoca los lazos de unión entre ambos países unidos por las buenas relaciones y la trashumancia. De hecho, estos espacios propicios para el pastoreo han sido aprovechados desde el neolítico, y en todas las rutas se pueden encontrar monumentos megalíticos. A finales de agosto suele celebrarse en el puerto de Larrau el día de Mugas o Límites, en el que los pastores y vecinos de ambos lados de la frontera se unen para comprobar que los hitos que marcan la frontera siguen en pie según el mandato establecido en 1856 para evitar la destrucción de los límites. Una comida a base de cordero y pimientos cierra el encuentro.

A nuestro paso encontramos huellas peligrosas del tránsito animal: ovejas latxas cruzando asustadas la carretera, vacas pirenaicas tranquilamente tumbadas sobre el asfalto, yeguas que amenazan con sumarse al pelotón, deposiciones orgánicas traidoras abandonadas en los descensos (¿puede haber algo más humillante que patinar y caer por culpa de una boñiga de vaca?), mientras la carretera cada vez más estrecha y descarnada se retuerce sin aparente sentido. La soledad lo impregna todo y, salvo la ruta, todo es azul cielo o verde tropical.

Vista del tramo del muro de cemento, primer desafío serio de la Irati Extrem.

Hasta el kilómetro 35 todo va bien. O eso parece. Ascensiones muy llevaderas y descensos cómodos permiten especular con un día apacible. Pero entonces la carretera gira bruscamente a la izquierda y el asfalto deja paso a una pista cementada y rayada que anuncia pendientes del 20%. Apenas son 500 metros, pero la bofetada es sonora y deja huella. A partir de este punto, nada será igual.

En el pueblo de Larrau, justo a los pies del Pic D’Orhy, merece detenerse con la excusa de buscar agua y prepararse psicológicamente para lo más duro de la ascensión. Si uno va sobrado de tiempo y fuerzas, podrá admirar sus calles pintorescas y su iglesia románica, pero mejor dejarlo para otra ocasión y no despistarse. La ascensión a Larrau es dura, sí, pero menos que la de Errozate que hemos dejado atrás en lo que parece haber sido otra vida. Mientras se suceden los kilómetros al 11%, recuerdo el indispensable libro de Tim Krabbé titulado El ciclista, en el que recoge una anécdota del elegante ciclista Jacques Anquetil: al inicio de los puertos se guardaba el bidón de agua en el bolsillo de su maillot para aligerar al máximo la bici. La mía pesa unos ridículos siete kilos, pero aún con todo, desesperado, tiro el agua calculando que he bebido mucho y desde la cima todo es bajar hasta Otsagabia. El efecto placebo llega de inmediato y durante 100 metros me veo volando ligero. Después, la gravedad se empeña en no tener piedad.

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Sobre la firma

Óscar Gogorza
Periodista especializado en actividades de montaña y escalada, escribe para EL PAÍS desde 1998. Coordina el blog 'El Montañista'. Dirigió la revista' CampoBase' durante una década y es guía de alta montaña UIAGM.
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