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Visitar una hidroeléctrica centenaria, avistar osos y más planes extraordinarios en Somiedo

La central de La Malva, las casas de ‘teito’ del Ecomuseo de Somiedo, un molino de 1835 o el remoto pueblo de Perlunes son propuestas alucinantes de un viaje a este concejo asturiano

Observación de osos cerca los lagos de Saliencia, en el concejo de Somiedo (Asturias).

Somiedo es famoso por sus muchos osos, por sus lagos glaciares —el del Valle y los cuatro de Saliencia— y por sus vaqueiros de alzada, los ganaderos trashumantes que iban en verano con sus cornudas desde otros concejos buscando los pastos siempre verdes de estas montañas del sur del Principado de Asturias. Como no pagaban impuestos, ni eran llamados a filas y solo se casaban entre sí, los vaqueros sedentarios no los tragaban. Tampoco les debía de hacer gracia que, como andaban siempre de acá para allá, conocían mejor que ellos Somiedo.

Con Sofía G. Berdasco, que trashumó con su familia hasta los 21 años y aún se siente vaqueira de alzada, escudriñamos este paisaje en busca de animales que difícilmente pueden verse en otro lugar. Pero antes, para abrir boca, sugiere acercarse al Somiedo humano, a sus casas y molinos de teito vegetal, a su pueblo más recóndito y solitario —Perlunes— y a la hidroeléctrica centenaria de La Malva.

1. Visitar la hidroeléctrica de La Malva

Para visitar cualquier instalación industrial hay que ponerse casco, pero en la central de La Malva con más motivo, porque está en un desfiladero donde llueven las piedras que los osos o los rebecos hacen rodar desde las alturas. Fue la primera gran hidroeléctrica que se creó en Asturias —se construyó en 1915 y empezó a funcionar en 1917—, y se conserva como nueva: ahí sigue el cuadro de mandos de la compañía sueca ASEA, con su esvástica prenazi en el logotipo. Además, sigue proporcionando energía limpia a 20.000 hogares.

Vista de la central hidráulica de La Malva.

En lugar de estropear con una presa el río Somiedo, que pasa brincando al lado, es el agua que rebosa de los lagos del Valle y de Saliencia la que llega por un discreto canal a la cámara de carga del monte Gurugú y desde allí cae por dos tuberías de casi un kilómetro hasta la nave donde mueve los rodetes de 4.300 kilos de cuatro turbinas Pelton y se hace la luz. Antiguamente, la central no paraba de producirla y había 40 personas trabajando noche y día, pero ahora no se ve más que una que se ocupa, entre otras cosas, de desconectarla con frecuencia, cuando el precio de la electricidad baja a cero y no interesa generar.

En la antigua vivienda del jefe se exponen fotos inauditas de hace un siglo, como la de los obreros construyendo el canal montaraz con boinas y madreñas. En los talleres hay un simulador donde uno puede fingir que gobierna la sala de control y en el jardín, cedros del atlas, palmeras y tuyas gigantes, poco menos viejas que La Malva. Juan Sánchez, el encargado, cuenta que a los osos les gusta arañar y frotarse contra los árboles y los postes de la luz alrededor de la central para desparasitarse con la resina, y muestra fotos de plantígrados hechas con su móvil. Hay visitas guiadas gratuitas todos los días menos los lunes (debe reservarse con tres días de antelación en su página web).

2. Bajo un ‘teito’ vegetal

A solo cuatro kilómetros de La Malva, en el vecino valle del río Saliencia, está la sede del Ecomuseo de Somiedo, dedicado a las casas tradicionales del concejo, que son de piedra y con techo vegetal de escoba o retama. Casas de teito, les dicen, para abreviar, a estas primas hermanas de las pallozas gallegas y leonesas y tataranietas de las que hubo en los castros celtas. Diotina —la que está en lo más alto del ecomuseo, adosada al roquedo—, Rosa —la más picuda— y Flora —la más sencilla— son los nombres de las tres casas de teito que aquí se conservan, con la misma distribución y muchos de los muebles y enseres que había en ellas mientras fueron habitadas, algunas hasta mediados de los años ochenta. Entre otros, los escanos o bancos con mesa abatible, los bugadeiros para lavar la ropa, la masera donde se amasaba y guardaba el pan, los tachuelos o taburetes de tres patas para ordeñar, la firidera para hacer mantequilla y los marañones, una especie de raquetas de nieve que se ataban a las madreñas para impedir que se hundiesen en la misma.

'Flora', una de las casas de 'teito' del Ecomuseo de Somiedo, en Veigas.

La guía del ecomuseo, Marité Lana, que pasó muchas noches en una cabaña de teito de la braña de Sobrepena, cerca del lago del Valle, cuando subía de niña y de jovencita a ordeñar las vacas con su padre y sus hermanos, las enseña con un entusiasmo contagioso. Recuerda que todos los años había que teitarlas, añadiendo retama verde en otoño e invierno, cuando la planta no tiene flores ni savia. En la coronilla del teito se sujetaba toda la melena con horquillas de madera —gabitos, como si fuera un moño. Fuera está lloviendo, pero dentro no cae ni gota. Por donde es imposible que se cuele agua es por la chimenea, porque no hay. El humo del hogar, tal y como explica Lana, se filtraba poco a poco por las rendijas del armazón de madera que sostiene la cubierta vegetal, manteniéndolo libre de carcoma y parásitos.

3. Admirar a Guillermina Tablón y a su molino

Otro teito que hay que ver es el de Guillermina Tablón. No es una casa, ni una cabaña ganadera. Es un molino que lleva 190 años —de 1835 es el legajo más antiguo que habla de él— a orillas del río del Valle y que es el más grande de Asturias. Además, es el último que funciona en todo Somiedo, y eso que hay 39 aldeas. El paisaje labrado por las uñas inmensas de los glaciares es formidable, pero más lo son la paciencia y la determinación de Tablón, que heredó de sus abuelos este diamante etnográfico y lo restauró a conciencia durante la pandemia, devolviéndole su brillo y su ajetreo después de 40 años de inactividad.

Guillermina Tablón moliendo trigo en su molino de 'teito', en Valle de Lago, en el concejo asturiano de Somiedo.

Lo enseña por placer, pero pide ¡3 euros! al hacer la reserva (616 79 75 91) para que nadie le dé plantón y la deje sin ese gusto. A sus clientes de la casa rural La Corona del Auteiro, que está a 200 metros —justo donde acaba la carretera y empieza la senda de seis kilómetros que lleva al lago del Valle—, no les cobra nada por la visita al molino. También tiene cinco yeguas para que las admiren y las apadrinen, y conejos, gallinas y un huerto. Con su azadón al hombro y un cubo de trigo en la otra mano se dirige con ellos al molino. Les deja un rato largo que miren y remiren su capucha vegetal: “Así serían todos los molinos asturianos, cuando César Augusto conquistó la Tierrina”, se escucha a un visitante. Luego limpia el canal, abre las compuertas, pone las piedras a girar y muele el cubo de trigo poquito a poco mientras comenta satisfecha a los atónitos circunstantes: “Mi abuela Filomena le decía a mi futuro marido que la mejor vaca que tenían en casa era el molino. Que, por lo menos, el pan ya lo tenían”. Ella ya no hace pan, pero el molino es su pan de cada día.

4. Saludar a los últimos de Perlunes

A la capital del concejo, Pola de Somiedo, hay que ir sí o sí, porque allí están Casa Miño y El Meirel, donde mejor se come y se duerme. Y también porque allí nace una carreterilla empinadísima y llena de revueltas, como una montaña rusa, que lleva atravesando dos valles y una inmensa roca blanca hasta Perlunes, el pueblo más recóndito y solitario de Somiedo. Con buen tiempo, es un camino muy divertido, pero en invierno no tiene ni pizca de gracia, sobre todo si la quitanieves no puede pasar en tres días, como ocurrió hace unos años, y eres la única familia que vive al otro lado. En Perlunes hay una ruta etnográfica del agua, bien señalizada, que permite recorrer cuatro antiguos molinos, un abrevadero, una fábrica de luz, dos fuentes, otros tantos lavaderos y tres olleras o neveras acuáticas donde los vecinos —que hace unas décadas eran una multitud de 60— mantenían frías la leche y la nata. Ahora no se ve un alma.

La única familia que vive todo el año es la de Dolores F. Riesgo, a la que el pasado marzo encontramos junto al lavadero del Mediu´l Pueblu, sacando de debajo del tejado las plantas ornamentales que había puesto allí a buen recaudo durante el invierno. Cinco minutos después estábamos junto a su cocina de leña con ella, su marido, sus dos hijos y sus dos perros. Dolores cuenta que nació en El Puerto, que fue vaqueira de alzada hasta los 16 años, que trabajó como administrativa en Oviedo hasta que se hartó hace 11 y que entonces hizo realidad su sueño de volver para quedarse en Somiedo y vivir de la ganadería, primero de las cabras y ahora de las vacas. Lo único que se puede ver online de la ganadería Los Turrucos es esta página de Facebook. Muy modernos en Perlunes no son.

5. Observar a la fauna salvaje

“Respeto”. Es lo primero que pide Sofía G. Berdasco, fundadora y guía de Somiedo Experience, la empresa líder en avistamiento de animales salvajes en la zona. “A los osos pardos cantábricos [la especie más emblemática del parque natural de Somiedo y la que casi todos vienen a ver] los vamos a observar de lejos para preservar su bienestar: a una distancia de entre 300 metros y dos kilómetros, con la ayuda de potentes prismáticos y telescopios”. A pesar de que son numerosos —cuando solo hace una década estaban al borde la extinción—, y de que Berdasco los descubre 8 de cada 10 veces que sale con clientes a la montaña, no se puede garantizar su avistamiento. La primavera es buena época, porque andan por zonas menos boscosas que en verano, cuando se refugian en la espesura del calor que detestan. Por ello, los mejores momentos para avistarlos son el amanecer y el atardecer.

Sofía G. Berdasco, de Somiedo Experience, observando fauna salvaje junto a una cabaña de 'teito' en el concejo de Somiedo (Asturias).

Pero no se puede planificar nada con antelación. Dependiendo del mes, de los meteoros y del comportamiento de los plantígrados, Berdasco decidirá si se sale en su busca al rayar el sol o a punto de ponerse, si nos apostamos con su material óptico en uno de los magníficos miradores que hay en el antiguo pueblo de vaqueiros de alzada de La Peral o si lo hacemos en la zona del Cascaro, en el kilómetro 45 de la carretera AS-227, tres más abajo de aquel, donde hay un pequeño apartadero para estacionar y pululan siempre con sus trípodes y telescopios los miraosos, como los llaman los vecinos. El avistamiento en espera, de un par de horas, se completa con una ruta interpretativa de similar duración en la que Berdasco demuestra su pericia rastreadora. En el antiguo camino que une Coto de Buena Madre y Valle de Lago, bordeando el hayedo de la Enramada, detecta a 200 metros del primer pueblo, junto a una calera, un cartel mordisqueado por los osos: “No son como los lobos”, explica, “que marcan su territorio para que otros no entren en él. Los osos dejan información sobre su tamaño, su sexo y muchas más cosas que ignoramos”.

La actividad incluye también la visita a la Casa del Oso, en Pola de Somiedo, donde se ven huellas, el cráneo inmenso de uno de hace 10.000 años hallado en una sima cerca de los lagos de Saliencia y las trampas —cepos monstruosos y lazos de cable de acero— con las que se los cazaba hasta no hace mucho, poniendo al borde de la extinción a una especie que, en poco tiempo y con mil cuidados, ha vuelto a florecer en la cordillera Cantábrica, donde hay cerca de 400 ejemplares y, sobre todo en Somiedo, se los puede ver.

Veamos o no osos, lo que es seguro es que avistaremos rebecos, corzos, ciervos, jabalíes, zorros y gatos monteses, y también anfibios y reptiles. Al lobo es más difícil verlo, aunque también hay salidas específicas para observarlo, en las que Berdasco ha tenido que vencer su instintiva fobia lobuna de vaqueira de alzada. Avistar osos cuesta 50 euros. Lobos, 60. E ir en busca de la muy venenosa víbora de Seoane, 30. Para esto sí nos acercaremos. Aunque tampoco demasiado.

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