Ir al contenido
_
_
_
_

Consejos para organizar un buen viaje de surf y evitar daños en las tablas

Cómo protege un surfista sus tablas antes de coger un avión es fundamental, porque si no llegan bien al destino no hay olas que coger. Una buena protección extra, la funda y el cuidado de los operarios de las aerolíneas son clave para que vuelen sanas y salvas

El surfista estadounidense Garrett McNamara con el portatablas de surf que ha diseñado para la marca Thule

El surfista sabe que jamás cogerá una ola de 30 metros o la ola que él imagina como perfecta. Por eso la busca. En Indonesia. En México. En Irlanda. En Islandia. En Alaska. El viaje, la persecución de la ola, es una excusa para mantener viva su odisea personal. De ahí que en muchas terminales se vea a jóvenes y no tan jóvenes cargando al hombro fundas y portatablas de surf. Son gente que frecuenta más aeropuertos que océanos. Las buenas olas aparecen en un puñado de litorales del mundo. Algunos de fácil acceso, como Nazaré, en la costa central de Portugal; como Mavericks, en la costa norte de California; y como Jaws, en Pe’ahi, en la costa norte de la isla hawaiana de Maui. Otros, en cambio, están en mitad del Pacífico, como Cortes Bank, a 160 millas de San Diego. Geografías propias de la Atlántida a las que se suele llegar combinando el avión, el barco y la moto de agua.

A esas olas los surfistas llegan después de haber pagado una tasa extra por facturar el equipo y que varía en función de la aerolínea, del destino, del número de tablas, del peso (entre 23 y 32 kilos) y del tamaño (entre los 203 y los 305 centímetros). Pago que oscila entre los 50 y los 300 euros y que no garantiza que llegue al destino final de una pieza. El material que portan los surfistas es frágil. Ese corto traslado desde el mostrador de facturación hasta la bodega del avión es más peligroso que las olas.

El surfista cántabro Nicolás García López (21 años) lo tiene claro: “Las aerolíneas destrozan las tablas”. Para evitar esa carnicería, aunque la funda que usa para llevar sus tablas tenga protección, añade cajas de cartón desplegadas en su interior para proteger las puntas y las colas de las tablas, sus partes más delicadas y sobre las que se apoya el equipaje cuando se pone de pie. Los cantos o rails se pueden proteger con perfiles de gomaespuma y lo que se conoce como deck, la superficie superior, y bottom, la superficie inferior, con toallas o papel burbuja. Él coloca los trajes de neopreno entre las tablas y recurre a los chalecos de impacto y a los escarpines como amortiguadores de posibles golpes. Lo único que tiene que tener presente es no pasarse del peso máximo permitido.

Las tablas se colocan de mayor a menor, para facilitar el encaje de unas con otras. Se embalan por separado y se introducen en otras fundas individuales que sirven para los desplazamientos que se hagan en el destino. En el caso de García, Sudáfrica, Indonesia e Irlanda, cuando no está en La Cantera de Cueto (Cantabria) disfrutando de la ola gigante de La Vaca. Las tablas se guardan sin quillas y sin leash o invento, artilugio compuesto por una agarradera y una cuerda que el surfista se coloca en su pie y que le une con la tabla. Los inventos y las quillas los guarda en compartimentos diferentes de la funda para evitar que dañen a las tablas. Además de funda, lleva una mochila grande, tipo las de acampada, porque las maletas de ruedas no le permiten ir a todos los sitios a los que va.

Varios surfistas cogen una ola en una playa de al norte de Oahu, en Hawái.

¿Y qué lleva un surfista en la mochila? Cristina Bremón Ortega, residente en Hendaya, en el País Vasco francés, y embajadora y modelo de Decathlon Surfing, responde que depende del destino. No es lo mismo ir al calor que al frío. Cuando va a lugares cálidos, como Indonesia, México, Maldivas, California y Hawái, su equipaje se puede dividir en dos. Por un lado, el material técnico: dos o tres tablas, parafina adaptada a la temperatura del lugar y un peine para aplicarla sobre la tabla, cordones para atar el invento, varios inventos y varios juegos de quillas y un kit de reparación. Y por el otro, el material textil: bañadores que permiten hacer surf, toallas, camisetas, tops de algodón y una gorra. Tampoco falta la crema protectora solar, sobre todo en formato stick para la cara y los labios, unas gafas de sol y un par de chanclas. Además de un equipo para grabar que incluye una cámara GoPro con su correspondiente accesorio para colocarla o en la punta de la tabla o en el casco del surfista (si es que lo lleva), e incluso un dron y un botiquín. Si el destino es frío, como Irlanda, cambia los bañadores por dos o tres trajes de neopreno con gorro de 5,4 milímetros, más unos guantes y unos escarpines. Si va a las islas Canarias, en invierno le vale con un neopreno de 3,2 milímetros.

Garrett McNamara, el mítico surfista estadounidense de olas gigantes de 57 años, para evitar esa carnicería de las aerolíneas a la que hacía alusión García, y por comodidad, ha diseñado de la mano de la marca Thule un portatablas con ruedas. Se puede enganchar mediante clips exteriores a otras mochilas, pero también se puede cargar al hombro. Para él, las cuatro ruedas han cambiado las reglas del juego. Su tamaño (61 x 34 x 223.5 centímetros) y forma, incluso su color nutria, hacen que sea similar a un sarcófago. A diferencia de García y Bremón, McNamara no tiene que rellenar su funda con toallas, almohadas y ropa para proteger las cuatro tablas que puede albergar en su interior acolchado y ajustable en función del tamaño de la tabla. Cuenta con protectores y tiene espuma ajustable para proteger la punta y la cola de las tablas de surf; desde las pequeñas twin fin hasta las tow-in gun para las olas gigantes de Nazaré (máximo 213 x 57 centímetros).

Con dicha localidad lusa, McNamara mantiene un idilio desde que en 2010 Dino Casemiro, un profesor local, le enviase un correo electrónico contándole las olas de hasta 25 metros que se forman en invierno y que amenazan con engullir al pueblo. Él fue el primero en surfearlas y, desde entonces, no ha dejado de ir, hasta convertirse en embajador y anfitrión del lugar. Que semejantes olas no sepulten al pueblo de Nazaré es un milagro y un espectáculo. La ensenada en la que se asienta está protegida y abrigada por un promontorio rematado por un faro, situado en la antigua fortaleza de San Miguel. Una frontera natural que separa la playa del pueblo, apta para todos los bañistas; y la salvaje playa Norte, en la que rompen olas de 10, 15, 20, 25 y 30 metros. Este disparate acuático se debe al cañón submarino de 230 kilómetros de longitud y 5.000 metros de profundidad que de manera abrupta se corta a los pies del faro.

Decenas de aficionados observan al surfista Rodrigo Koxa en la playa de Nazaré (Portugal).

Montañas de agua y espuma que atraen a surfistas de todo el mundo y que se mezclan con los hombres de tez curtida y manos encallecidas de reparar aparejos de barcos y con las mujeres que salan y secan el pescado al sol. Unos y otros dependen del estado de ánimo del océano. Surfistas como Justine Dupont, Andrew Cotton, Lucas Chumbo Chianca, Cristina Bremón y Nicolás García, además, cruzan los dedos para que los empleados de las aerolíneas que trabajan en los aeropuertos traten con cuidado las fundas en las que van sus tablas con destino a una nueva ola. Un Garret McNamara divertido dice que les da las gracias a las personas que cargan sus tablas por tratarlas como si fueran suyas.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_