El placer de una ducha aromática

La primera sensación al levantarse aquí, en el inmueble de 1846 que acogió el primer estudio de Picasso durante los cinco años que pasó en Barcelona, es ser velero de un mar ahijado entre las costas de otro continente. Porque nada hay más sensorial que ducharse bajo un aroma sutil de lavanda, verbena asiática y té, Draps de Brume, encapsulado en el surtidor de la cabina de ducha. Todas las habitaciones, con sus fragantes cuartos de baño, expelen esa confortable personalidad a través de sus balconadas alineadas frente al barrio Gótico, unas, y frente al paseo de Colón y la Marina Port Vell, otras. Cuesta sustraerse a estos amaneceres rutilantes que nos ofrecen los mástiles en movimiento.

La noche transcurrió en calma por las aceras que conforman esta arteria rediseñada con ocasión de los Juegos Olímpicos de 1992. Un preludio del ensueño náutico se presenta en la ringlera de mesas instalada a lo largo de una barra informal separada de la cocina por una mampara de vidrio y que permite contemplar el espectáculo culinario en primera fila. Aquí se elaboran los platos vibrantes del laureado chef Marc Gascons, como el tartar de atún meloso, capaces de adrizar en textura y sensaciones el velamen hedonista de esta nave hotelera fletada por la familia Serra donde antes existió precisamente una compañía naviera. Con Jordi Serra en el pilotaje, Carla Serra con el astrolabio y Antonio Bignone al timón, The Serras navega ya en la flotilla avanzada del lujo en su versión millennial, que huye de la ostentación y abraza la naturalidad culta y exclusiva.

A este ambiente cosmopolita contribuye el trimado o ajuste fino de la interiorista Eva Martínez, inspirada por el pasado industrial de Barcelona en el empleo que hace de los aceros, los vidrios templados, las maderas y las baldosas hidráulicas. El ático donde Picasso pintaba, hoy transformado en terraza gastronómica y de copeteo nocturno, toca el cielo capitalino surcado por sus emblemáticas palomas.

Es hora de regresar a la alcoba, bien desayunado con un zumo de frutas exóticas recién exprimidas, para sentir en los oídos el aislamiento de la vida portuaria. Una gran pantalla de televisión emerge escamoteada del mueble central. Ensimismarse, orzar, tender al horizonte. Y sestear a pierna suelta sobre un Hypnos, la marca de colchones del palacio de Buckingham.