Sin papel
La edición electrónica de este diario garantiza que sus párrafos evadan ya para siempre volverse amarillentos y expande la duración de la lectura más allá de la caja tipográfica


La edición electrónica de este diario garantiza que sus párrafos evadan ya para siempre volverse amarillentos y libera el corsé de las extensiones, al poder expandir la duración de la lectura más allá de la caja tipográfica. Sin papel, el diario parece volar más rápido y ensancha sus secciones en ventanas que se desdoblan, quizá mucho más como espejos. Sin papel, esta columna confirma estar sin necesidad de estar atenazada entre los dedos, sino acariciada por las yemas de los dedos que abren la pantalla para concentrarse en un detalle o subrayar en colores los pasajes más entrañables. Sin papel, parecería que ya no escribiré a mano las andanzas de todos los temas posibles y, sin embargo, la enfermedad caligráfica ha de garantizar que siguen las libretas y que las ideas que se han de teclear en limpio siempre tendrán una primera versión a mano, con la letra que quizá solo el autor puede leer en silencio, no sin la ilusión de que la callada magia de la lectura garantiza que todo texto se vuelva diálogo.
Esta es la primera entrega en la que el dibujo que acompaña a estas letras ha sido dibujado por un estilete electrónico en forma de lápiz que se acerca a la pantalla como si fuese papiro y celebro que la electrónica facilite los colores y texturas, las líneas y sombras de mis dibujitos… Pero seguiré abonando libretas con tinta y plumas estilográficas de finísimos puntos, con ayuda de lupas o con manchones de huellas dactilares, nomás para no perderle el sabor al papel, aunque la pantalla mágica ha de sacarme de no pocos apuros, acortando distancias y velocidades. Ya en papel o pantalla siguen desfilando los diminutos personajes que piden convertirse en cuento, las caras sin gestos y los duendes danzando al filo de un dedo que determina su trama o su chiste y —en pantalla o papel— han de seguir volando al lado de las crónicas como acompañantes de una idea o recuerdo de un deseo: saberse leído por un solo semejante que entienda que cada semana se abre un páramo blanco de nieve impalpable por los párrafos que sonríen o las lágrimas ocasionales en un necio intento por hablar en público y confirmar en soledad que uno escribe, dibuja y lee para vencer el tedio, ilusionar esperanzas y convencerse de todas las bondades que bailan sobre la pantalla… Tal como hace la tinta sobre el papel que siempre se dobla como avioncito para volar hacia otros ojos.
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