Ni aliados ni amigos, solo clientes
Mientras Trump esté en la Casa Blanca sobran argumentos para que los europeos nos dotemos de instrumentos para nuestra seguridad y defensa


Cuatro son las reglas de las relaciones transatlánticas según la Doctrina Trump. La primera es que los europeos gasten más en cañones y menos en mantequilla. La segunda, que los cañones sean prioritariamente fabricados en Estados Unidos. La tercera, que se mantengan obedientemente sometidos a las órdenes de Washington dentro de la OTAN y hagan el maldito favor de olvidar cualquier idea de un ejército europeo. Y la cuarta, que no se crean amparados por un paraguas protector en caso de un ataque exterior, puesto que Donald Trump actuará según los estrictos intereses estadounidenses y no se comprometerá a defender a los europeos si le interesa, por un caso, complacer a su amigo Vladímir Putin.
Así están las cosas entre Washington y Bruselas, por más que muchos se amparen en argumentos obsoletos para exigirnos a nosotros mismos la lealtad a una amistad que, al menos por parte de Trump, ya no es recíproca. Así lo revela el reciente intercambio de cartas entre altos funcionarios del Gobierno de EE UU y de la UE acerca de la defensa europea. El principal reproche que puede hacérsele a Washington es su idea asimétrica de las relaciones transatlánticas, en las que ya no se trata a los europeos como amigos de 70 años sino como meros clientes, con los que conviene utilizar códigos ventajistas, más propios de promotores inmobiliarios que de aliados guiados por la legalidad internacional.
Sería injusto atribuir los defectos del presidente al conjunto de la sociedad estadounidense, e incluso de su Administración. En la mayor parte de las instituciones vinculadas a la seguridad y a la defensa de Washington hay un apego profundo a la relación establecida con los europeos desde la Segunda Guerra Mundial, posteriormente durante la Guerra Fría e incluso en la próspera y pacífica etapa de la unificación del continente, la mayor operación de estabilización y democratización de la historia, presidida por la UE y la OTAN. El problema surge cuando el presidente se convierte él mismo en el suspicaz adversario de instituciones como el FBI, la CIA, la diplomacia estadounidense e incluso el departamento de Defensa, y son en cambio explícitas sus simpatías hacia quienes quieren destruir Europa, sean Vladímir Putin y los brexiters, sean la ultraderecha nacionalpopulista con su propósito de dinamitarla desde dentro. Mientras Trump esté en la Casa Blanca sobran argumentos para que los europeos nos apresuremos a dotarnos de los instrumentos que garanticen nuestra seguridad y nuestra defensa en caso de amenaza.
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