Bipolar
Quizás llegó el momento de recomenzar una etapa desértica y eremítica. Un fingimiento de eternidad


Nuestra civilización, ahora en trance de mutar en otra desconocida, se construyó sobre un doble esqueleto incompatible. Quizás por eso estamos tan locos. De una parte el esqueleto clásico grecolatino, compuesto por elegante alfarería, desnudos impecables, edificios de simetría deslumbrante. Aunque también por dioses terribles como el criminal Dionisos o el apestoso Apolo. Pero de otra parte estaba nuestro esqueleto bíblico compuesto por nómadas del desierto, hirsutos y barbados, pirámides de adobe, un solo dios incógnito que solo se manifestaba por el habla. Aunque también santos y vírgenes de elevada belleza espiritual y visión celeste.
Por el lado clásico nos tomábamos la vida y sus desdichas de un modo claramente irónico. Los dioses reían o sonreían y los mortales aceptábamos, con una fatalidad trágica, nuestra muerte definitiva y absoluta. Por el lado bíblico no había ni rastro de humor, allí nada sonreía, por el contrario era un mundo de extremada seriedad, compatible con escenas de hermosa sencillez como las mozas que acuden con cántaros a tomar agua del pozo. Inesperadamente, fue en este mundo severo, barbado y desértico, donde se fraguó la conciencia de que no moríamos en absoluto sino que íbamos a vivir eternamente. Dos ánimos discordantes: la risa ática ante la muerte inminente y la seriedad cristiana de una vida eterna, se han ido alternando en la historia de occidente. Hay momentos de gran clasicidad, como la Florencia de los Medici, y otros de imponente rigor bíblico, como la constelación de monasterios románicos en la ruta de la Vía Láctea.
Nuestra vida también es a veces ática y a veces bíblica. Quizás llegó el momento de recomenzar una etapa desértica y eremítica. Un fingimiento de eternidad.
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