El ‘bon vivant’ de la relojería
Karl-Friedrich Scheufele es el responsable de que Chopard se haya convertido en un gigante del reloj que da trabajo a dos millares de empleados

Karl-Friedrich Scheufele (Pforzheim, Alemania, 1958) ama el buen vino (posee sus propios viñedos) y los coches clásicos (tanto, que se propuso revivir la carrera Mille Miglia y lo logró). Es un bon vivant, pero trabaja de sol a sol. Sobre todo desde que en los años noventa cayó en sus manos la dirección del departamento de relojería de Chopard (su hermana, Caroline, hace lo propio con la joyería), tomando el relevo de su padre. “¡Desde luego se puede decir que he crecido en una familia de relojeros!”, se jacta. “Ya desde niño jugaba con piezas de relojes y hacía collages con ellas. Veía a mis padres hablar del negocio y pasar tardes en la oficina o visitando talleres. Mientras, yo construía paisajes para mis maquetas de trenes en la portería con el conserje. Dado mi interés por el arte y el dibujo, al acabar el colegio me sentí atraído por este negocio de forma natural”.

El joven Scheufele entró como aprendiz en un taller de relojería de Ginebra, lo que le permitió conocer de cerca el trabajo diario de los relojeros y le enseñó “a ser paciente y a respetar profundamente la artesanía”. En su mente y en su corazón aún palpita el momento que le cambió la vida: cuando presentó en sociedad su primer modelo, el L.U.C 1860, junto con el primer movimiento de manufactura, el 96.01L.
“No creo que los ‘smartwatches’ perjudiquen a la relojería tradicional. No están hechos para durar”
Corría 1996. “¡No se puede imaginar lo que sentí cuando escuché el latido del movimiento por primera vez!”, recuerda extasiado. Fue el comienzo del exitoso revival de la manufactura. Entre los retos actuales de la alta relojería se encuentra la amenaza de los smartwatches y demás wearables, pero Karl-Friedrich no les teme. “Sinceramente, no creo que los smartwatches perjudiquen a la industria tradicional relojera, especialmente en el segmento de lujo. Los relojes digitales han hecho que cada vez más gente lleve algo en la muñeca, pero los relojes mecánicos despiertan entusiasmo, porque pueden pasar de generación en generación. Eso no pasa con un smartwatch, que no están hechos para durar. La tecnología digital ofrece muchas funciones, pero la alta relojería se produce pacientemente para durar muchos años”.

En ese contexto, ser fieles a su historia se ha convertido en una ventaja competitiva. “Nuestra fuerza es nuestra independencia”, explica. “Somos un negocio familiar y podemos dedicarnos a proyectos a largo plazo sin tener que complacer a inversores que buscan rendimientos a corto plazo. Ponemos mucho énfasis en la innovación, pero creemos que la tradición y el respeto por la herencia son las claves de nuestro éxito”.
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