Adolescentes
Los adultos seguimos convencidos de que la soledad, la incomprensión y el vacío son cosas de la edad

El 3 de agosto, en la ciudad de La Plata, Argentina, una chica de 15 años sacó un revólver en clase y se disparó un tiro en la cabeza. Murió cuatro días después. Dejó una nota a sus compañeros: “Chau, mierdas, dejo un juego en la mochila. El que lo encuentre se lo queda”. El juego era Metal Gear Solid 5 Ground Zeroes. Hay una serie llamada 13 reasons why. Cuenta la historia de una adolescente que se suicida y deja, grabadas, 13 razones por las cuales lo hace. La serie tiene problemas —de guion, de verosimilitud—, pero es exitosa reconstruyendo la soledad y la incomprensión que, como lentes de aumento, agigantan situaciones —desengaños, burlas, brutalidad entre pares, indiferencia de los padres— y las vuelven insoportables. Le pregunté a un conocido si la había visto. Me dijo: “¡No! Es para adolescentes”. Resulta curiosa la forma en que los adultos hablamos de “los adolescentes” como quien dice “los marcianos” o “esa gentuza”. A veces pienso que es debido al estrés postraumático: todos pasamos por esa etapa de desgracia fantástica y casi nadie quiere volver. La revista Time publicó que en 2015 tres millones de adolescentes tuvieron un episodio depresivo grave en Estados Unidos. En la Argentina, el Ministerio de Salud indica que de las 6.500 muertes que se producen por año entre personas de 15 a 24 casi 1.000 son suicidios. Según datos de 2017 de la OMS, el suicidio es la tercera causa de mortalidad de adolescentes en el mundo, la primera en Europa, y la tasa sube año tras año. Mientras eso pasa, los adultos seguimos convencidos de que la soledad, la incomprensión y el vacío que a veces sobrevienen en esa etapa no son problemas de la condición humana, sino “cosas de adolescentes”. Como quien menta —qué alivio— una peste con fecha de caducidad.
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