Nostalgia de Obama
Barack Obama con su reforma sanitaria ha hecho más por la cohesión social que ningún mandatario de EE UU desde la era Johnson


A medida que Donald Trump enloquece al infinito, uno siente crecer exponencialmente la nostalgia por Barack Obama. Y la transfiere a su albacea, Hillary Clinton.
Nostalgia por sus logros internos. El presidente afro no ha logrado coser la múltiple fractura de la sociedad norteamericana. Pero la ha enhebrado, con su política económica expansiva que cosechó la recuperación de la crisis económica, con su reforma sanitaria que ha hecho más por la cohesión social que ningún mandatario de EE UU desde la era Johnson.
Nostalgia por la belleza moral de sus discursos. El de Hannover, el pasado 25 de abril, cuando insufló ánimo a los europeos recordando que la UE “es uno de los mayores logros económicos y políticos de la historia moderna”. El de la Universidad de El Cairo, un ya lejano 6 de abril de 2009, cuando contracorriente subrayó que “América y el islam comparten principios comunes, de justicia, progreso, tolerancia y dignidad de las personas”.
Pero sobre todo, aprecio por una política exterior digna. Que ha puesto en las carpetas del fin del militarismo imperial, de Irán, de Cuba y del cambio climático, prometedoras semillas de futuro.
No todo han sido aciertos en esa política, ni mucho menos. Obama se ha mostrado errático en Siria, dubitativo en Libia, desconcertado con la Rusia putinesca.
Pero ha evitado las decisiones irreversibles de Bush II, esas que solo logran empeorar las cosas para siempre. Su prudencia se ha asentado en tres imperativos, como desgrana Vicente Palacio en su sugestivo Después de Obama: Estados Unidos en tierra de nadie (Catarata, 2016): el liderazgo de muchos asuntos internacionales “desde fuera”; una visión “singular” de la hegemonía estadounidense no circunscrita al poder duro; el retorno a un multilateralismo pragmático.
Esa combinatoria no encaja en ninguna de las cuatro grandes tradiciones exteriores de EE UU: el aislacionismo de Jefferson; la primacía al comercio global de Hamilton; el militarismo de Jackson; el internacionalismo liberal de Wilson. Asume, si acaso, de forma heterodoxa, algunas de las mejores contribuciones de varias de ellas. Por ello ha sido en ocasiones impredecible. Pero nunca caprichosa, agresiva, arbitraria o compulsiva, las inquietantes marcas de la casa Trump.
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