Los vislumbres
Toda literatura se mueve entre lo real y lo que no lo es, entre lo que puede ser y no es

Raymond Seurat no parece haber sido un escritor amable: en su novela Tú, por ejemplo, llama al lector “chupasesos, babosa de baba podrida y bicho carroñero” y amenaza con romperle la cara, lo cual posiblemente el lector merezca, al menos en ocasiones.
No es sabido que Seurat haya cumplido nunca sus amenazas, y es improbable que algún lector le haya respondido, ya que el creador de Tú nunca existió: autor y libro son un invento del extraordinario escritor polaco Stanisław Lem, quien, en libros como Vacío perfecto y Magnitud imaginaria, concibió una “Biblioteca del Siglo XXI” de libros inexistentes o que sólo existen (prologados, reseñados) en su obra, como promesa o advertencia a los lectores.
Lem no fue el único escritor que imaginó libros y autores que nunca existieron: Carnovsky, de Nathan Zuckerman; Los bajos fondos de Berlín, de Benno von Archimboldi, o El evangelio del espacio exterior, de Kilgore Trout, son libros que nunca podremos leer, de los que no sabremos nada excepto lo que sus verdaderos autores (Philip Roth, Roberto Bolaño y Kurt Vonnegut, respectivamente) quisieron que supiésemos: un vislumbre.
Una parte importante de los lectores desconfía de lo que la crítica ha llamado “metaliteratura” y hace bien, ya que deberíamos sospechar de toda literatura estabilizada y asimilada por la crítica y el mercado. Pero esa “metaliteratura” cumple una función esencial al recordarnos que toda literatura se mueve entre lo real y lo que no lo es, entre lo que puede ser y no es (o casi es), en una manifestación de que las cosas son más complejas (y, por consiguiente, mucho más interesantes) de lo que parecen; pero también de que nadie ha dicho todavía la última palabra y todo está aún por ser hecho.
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