Un slum de propietarios

Por José Mansilla (*)
Una de las ventajas que tiene el hecho de trabajar para una ONGD, es que tienes la posibilidad de establecer relaciones con gente muy diversa y, a veces, interesante. En mi caso, tengo la suerte de tener compañeros y compañeras que conocen profundamente la realidad de Bombay y de aquellos contextos que dan cobijo al 60% de su población, los slums.
Hace poco hablaba con una de estas compañeras sobre diferentes cuestiones relacionadas con la vivienda en estos emplazamientos, sobre los programas de rehabilitación promovidos por los poderes públicos, sus condiciones sanitarias, la falta de equipamientos, etc. Yo siempre había tenido dudas sobre las razones que llevaban a las familias beneficiarias de estos programas, una vez que han obtenido una vivienda pública nueva, a preferir alquilarla y volver a sus casas originales, por muy malo que fuera el estado en el que éstas estuvieran. Reconozco que tenía una visión romántica del tema. Mi razonamiento estaba basado en cuestiones tales como la ruptura de las redes sociales que puede llegar a suponer pasar de vivir horizontalmente, en habitáculos adosados, a un bloque vertical de viviendas; la pérdida de sus pequeños negocios, los cuales muchas veces se desarrollan en la puerta de sus casas; la minimización del contacto con los vecinos y vecinas, la desaparición de los consiguientes mecanismos de reciprocidad, etc. Así, cuando mi compañera me respondió “sencillamente no pueden permitírselo. La casa será gratis, o muy barata, pero aun así tienen que pagar la luz, el agua, el condominio, el gas, los impuestos, etc., prefieren alquilarlos y sumar los ingresos a sus rentas familiares”, me llevé una ligera sorpresa.
Desde las ciencias sociales, la sociología y la antropología, podríamos definir el concepto habitar como aquellos fenómenos sociales que transcurren en el marco que establece cada sociedad concreta entre sus habitantes y las viviendas que habitan, esto es, habitar, vivir, no es solo la provisión de un techo, de una casa, sino también aquellos procesos sociales relacionados, cuestiones como el trabajo, el ocio, etc. Hasta aquí todo bien, bajo esta definición podría haber justificado mi pensamiento anterior a la conversación con mi compañera. Para habitar es necesario mantener relaciones sociales y si estas se rompen, alteran o interrumpen, produciéndose una modificación significativa del habitar, las comunidades donde se llevan a cabo estos programas podrían rechazarlas o no aceptarlas.
Un estudio llevado a cabo en las favelas de Río de Janeiro sobre el mercado del suelo y los derechos de propiedad escrito por Clara Irazábal, de la University of Columbia (USA), señalaba cómo los “residents of favelas in Rio de Janeiro, for instance, are often opposed to regularization of land titles. Contrary to a common shared belief among analysts […], professional planners and international organizations (e.g. the World Bank), many informal settlement residents do not want to be subjected to property taxes or building codes and are not attracted to formal credit systems because they do not have a steady income to repay debts […]”1. Así, los habitantes de este tipo de sitios no desean acceder a la propiedad de sus casas, o del suelo donde están levantadas, porque no tienen los ingresos mínimos necesarios para poder hacer frente a los créditos que supone su adquisición, sus posibles mejoras, sus impuestos y suministros. Simplemente no tienen la renta suficiente para poder subsistir, ellos y sus familias, y además hacer frente a este nuevo gasto. Esto explicaba el comentario de mi compañera mucho mejor. Habitar no es solo una casa, es todo lo que se encuentra a su alrededor. Como decía la definición clásica, los fenómenos sociales entre los habitantes, las casas y la sociedad.
La vivienda forma parte del sistema de reproducción social de la fuerza de trabajo. Esto es, la vivienda inserta a sus habitantes en el marco de unas determinadas relaciones de producción. Así que podríamos decir que la vivienda como producto de consumo supone una forma más de relación de la gente con el sistema de producción capitalista. Los habitantes de los slums no quieren una vivienda pública de protección social, quieren una vida digna, y vida y dignidad podrían ser incompatibles con un sistema económico que considera la vivienda un bien de consumo más, situado al mismo nivel que, por ejemplo, un crucero por el Báltico.
La clave podría estar en aquello que dijo el primer ministro franquista de la vivienda, José Luis Arrese, en el año 1957, sobre la necesaria transformación de los proletarios españoles en propietarios. Pero, ¿quieren los habitantes de los slums ser propietarios?
* José Mansilla antropólogo y miembro del Observatori d'Antropologia del Conflicte Urbà (OACU)
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