Chicago en Mestalla
Un exdirectivo del Valencia ha protagonizado una turbia historia propia de película mafiosa

El fútbol es más peligroso fuera del campo que dentro. El intento de secuestro de un exdirectivo del Valencia CF a instancias de otro para saldar una deuda es otra demostración de que el verdadero riesgo empieza donde termina el césped y que no siempre se fundamenta en la confrontación de emociones.
La operación desbaratada por la policía en Valencia era un plato frío con los ingredientes de una trama mafiosa: un constructor desesperado al borde de la quiebra por el estallido de la burbuja del ladrillo (el expresidente del club, Juan Soler); una vieja deuda no cobrada (la venta de su paquete de acciones por 85 millones a su sucesor en el Valencia CF, Vicente Soriano); un hostelero napolitano y su establecimiento como teatro de operaciones; un intermediario surgido de la seguridad de los locales nocturnos y unos sicarios latinoamericanos para concretar. En el acontecimiento protagonizado por los dos expresidentes del Valencia CF hay de todo menos amor a los colores.
Juan Soler llegó a la presidencia del club de la mano de Francisco Camps, que forzó en su despacho a Francisco Roig a vender sus 31.000 acciones a Soler para que cumpliera su sueño presidencial por 31,6 millones. Pero más allá de la épica personal y deportiva estaba lo que este empresario ensanchado en la burbuja definió con total impunidad como “los pelotazos” del nuevo estadio y la ciudad deportiva, en los que tuvo el apoyo del ex presidente de la comunidad y de la alcaldesa de la ciudad.
La deflagración de la crisis arruinó todas sus expectativas y Soler, que sí logró el liderazgo del club multiplicando la deuda, vio una oportunidad de recuperar dinero vendiendo sus títulos por 85 millones al segundo accionista, Soriano, otro vivo promotor que a su vez pensaba revender a una inversora fantasma por 200. Sin embargo, una ampliación de capital urdida por los acreedores estropeó la cadena y Soler no cobró. En ese momento Mario Puzzo y Ferran Torrent tomaron las riendas del relato y el capítulo, con final berlanguiano, fue un cubo más de basura sobre un club sumido en la deuda, perdido en la clasificación y en venta.
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