Los sefardíes y el lamento de la historia
España aparece en la historia como uno de los grandes perseguidores del judaísmo, pero tiene la población con mayor porcentaje de genes judíos en su ADN
La oferta del Gobierno de conceder la nacionalidad española a los descendientes de los judíos expulsados en 1492, ha sido la comidilla de la prensa internacional. ¿Será para atraer inversiones?, se preguntaban muchos cronistas; porque, ¿quién va a instalarse en un país con un 26% de paro? Ni una palabra sobre el motivo aducido: reparar simbólicamente un monumental error histórico. Error que no fue exclusivo de España. Inglaterra o Francia se deshicieron antes de sus respectivas comunidades hebreas. “El fracaso de las sucesivas Cruzadas creó una oleada de antisemitismo. En el siglo XVI no encontramos ya judíos en Europa Occidental, salvo en Italia”, dice Jacobo Israel, historiador nacido en Tetuán y expresidente de la Federación de Comunidades Judías de España. La organización ha acogido con enorme interés la oferta española y ha dedicado amplio espacio a informar de ella en su página web.
En España viven hoy poco más de 40.000 judíos, dos tercios de ellos de origen sefardí, porque la comunidad no empezó a recomponerse hasta la supresión del Tribunal de la Inquisición, en 1834. Y esa larga ausencia sí lleva el sello de los desatinos genuinamente españoles. Los primeros judíos en regresar se instalaron en Ceuta y Melilla, y después, en Sevilla, donde tienen cementerio propio desde 1870. Más tarde llegaron grupos de sefardíes del norte de Marruecos a Madrid y Barcelona. La comunidad hebrea creció o menguó con los bandazos de la historia. Los últimos contingentes se incorporaron en 1956, al extinguirse el Protectorado Español de Marruecos, y 20 años después, con el éxodo provocado por los regímenes de Videla y Pinochet. Ninguno ha olvidado la fecha de 1492 que resuena como un lamento interminable en la Historia. Y es que Sefarad contó con una comunidad judía (en torno a las 250.000 personas), con altísimo desarrollo cultural y científico. “El judaísmo español era la luz de la Edad Media”, dice Jacobo Israel, “como lo fue antes el Califato”.
Pero no todos los judíos enfardelaron como mandaban los Reyes, según la nostálgica canción. Desde los terribles pogromos de 1391, muchos habían sido bautizados a la fuerza, o habían optado por el catolicismo para salvar el pellejo o por interés. Los siglos XVI y XVII, “son los tiempos de la pureza de sangre. La primera vez que aparece en la historia la cuestión racial respecto de los judíos”, apunta Jacobo Israel. Pero, ¿cuántos se quedaron? “De los descendientes de las comunidades del siglo XIV, no sería erróneo decir que alrededor de la mitad abandonó España, y la otra mitad se convirtió, pero mucho antes de 1492”, apunta este historiador.
Para los conversos la vida no fue un camino de rosas, pero los que se salvaron de la Inquisición terminaron por asimilarse y muchos, ya con nombres cristianos, tuvieron un papel de peso en la sociedad española. Aunque la huella de estos conversos se pierde con los siglos en el conjunto racial de España, los historiadores han encontrado ese origen en infinidad de personajes, incluido lo más granado de la nobleza andaluza, como sostiene el catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Córdoba Enrique Soria Mesa, que dirige una investigación sobre el tema. La memoria de los conversos es amarga para el pueblo judío, pero su existencia explica la gran paradoja española: el país que ha pasado a la historia como uno de los grandes perseguidores del judaísmo cuenta al mismo tiempo con la población con mayor porcentaje de genes judíos en su ADN.
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