Keré, un arquitecto sin casa
Diébédo Francis Kéré ha enseñado a su comunidad en Burkina Faso a construir con barro. Su primer proyecto fue levantar una escuela. Su obra es hoy objeto de una exhibición en Londres


Cómo explicar ingeniería a quien no sabe leer ni escribir? “En persona y motivando a la gente”. Diébédo Francis Kéré (Gando, Burkina Faso, 1965) construyó un arco de barro y esperó a que se secara. Retiró los moldes, trepó sobre él y comenzó a saltar. La gente de su pueblo comprendió que aquello era seguro y se puso a trabajar con barro para fabricar la escuela del pueblo. Sucedió en el segundo edificio que Kéré levantó en Gando tras una década alejado de África.
Primogénito del jefe de un poblado que todavía no tiene ni agua ni electricidad, su padre quiso que estudiara. Y, al contrario que sus 13 hermanos y el resto de niños vecinos, tuvo que vivir en otra ciudad “y caminar 20 kilómetros cada día” para sentarse en una clase oscura con otros 150 niños. No fue fácil. Los primeros días hizo novillos, esperaba que pasaran las horas y regresaba al pueblo. Obtuvo una beca para estudiar carpintería en Berlín y, tras aprender alemán, quiso convertirse en arquitecto para construir el colegio de su pueblo. Su primer trabajo consistió en reunir 50.000 dólares para levantarlo. Lo hizo en el año 2000. “Cuando regresé y expliqué que trabajaríamos con barro, todos protestaron: ‘¿para eso te has ido tan lejos?”, me cuenta en la presentación la exposición Sensing spaces (en la Royal Academy de Londres hasta el 6 de abril).
“Lo sostenible es trabajar con lo disponible en cada lugar”. Lo deja patente en la muestra, para la que ha ideado una intervención con paneles de plástico que normalmente se emplean para aislar y no se ven. “Londres fue la cuna de la revolución industrial”, se carcajea. Es un tipo risueño, enérgico y tranquilo a la vez. Cuenta que África no llegará a desarrollarse como Occidente –“sería insostenible”–, y admite que es muy difícil explicar a la gente que el progreso no es una tele y un coche: “Cuesta hacer ver que una vida mejor no es solo progreso material, que las posesiones son peligrosas: te hacen perder valores”.
Tras ampliar su escuela y levantar una biblioteca, ha empezado a trabajar en China. Diseña con el Pritzker Wang Shu la reforma del puerto de Zhoushan, al este del país. ¿Le tienta ser arquitecto global? “Los proyectos fuera me reportan dinero para hacer más cosas en mi país”. ¿Y no se queda nada para usted? “Vivo de mi trabajo, pero no tengo casa”.
Explica lo que tanto escuchamos y no acabamos de aprender: que no se trata de hacer, sino de enseñar a hacer. Su esperanza es que cuando él muera alguien continúe. “Que la gente no tenga que marcharse de África para sobrevivir”. Su padre murió hace tres años, pero lo vio regresar y construir la escuela. Todos sus sobrinos estudian en ella. En una década, muchos chavales han aprendido a leer “y bastantes quieren ser arquitectos”. Profesor en Harvard y Mendrisio (Suiza), explica que, cuando vive en su pueblo, le cuesta poco pasar de los hoteles de cuatro estrellas a la cabaña sin electricidad: “El calor lo pone fácil”. El poblado está construido por sus habitantes: los hombres recogen el barro y las mujeres lo pulen con una piedra. “Cuando era pequeño y regresaba para ver a mi familia, muchas rebuscaban en sus vestidos y me daban una moneda”. “¿Por qué me quieren tanto?”, preguntó Kéré a su madre. “Creen que les vas a ayudar. Que su vida mejorará con lo que estás aprendiendo”, respondió ella. “Espero no haberles defraudado”. A pesar de construir con barro.
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