Ni se le ocurra abandonar
Entre las páginas dominicales del diario y del suplemento del 3 de febrero, hay dos que me han zarandeado emocionalmente más que el resto. Y ya es difícil, después de leer la mini biografía de Emilio Lledó, la entrevista a Ralston Saul, la receta de boletus y castañas, la placidez de los Valdés en Benalmádena, la envidiable plenitud de Évole y el crucigrama blanco de Mambrino. La primera página es, para no variar, la de Javier Marías. Señor Marías, no me recuerde la frase de alguno de mis antepasados inmediatos: “¿Y eso para qué?”. ¿Le bastaría saber que para evitar, acaso, algún suicidio? ¿Hemos de recordarle que su Zona Fantasma nos reconcilia con la realidad vivible? ¿Que no le leen? Y si lo hacen, usted debe de saberlo, es en busca de contra argumentos, no de ideas. Cuando le vuelvan a interpelar en un restaurante, con el cinismo y la superficialidad que les caracteriza, anímese, sea nuestro portavoz, espételes: “¡Cómo me gustaría que existiera su infierno!”. Y añada: “Perdone, es un recado de una lectora, yo no soy tan incorrecto cara a cara”. Hace un año, en un aeropuerto, me dirigí a un político valenciano y, tras saludarle con un escueto “buenos días”, le pregunté: “¿Cómo se puede militar en el PP y aplaudir enfervorizado a G. Moustaki en el mismo mes?”. Él me contestó, sin apartar el móvil de su oreja: “No toda la gente honesta es de izquierdas”. Le di las gracias y la espalda.
Ni se le ocurra abandonar, no vaya a ser que el infierno exista y tenga que pasar la eternidad no ya entre llamas, sino entre tertulias con monjas ladronas de niños y exministros ladrones de vidas.
La otra columna es la de Manuel Vicent. Es para llorar ante una realidad histórica. También para aferrarse a otra realidad que sigue ahí, justificando el disfrute de un montón de placeres cotidianos entre los que se encuentra el de no darles el gusto de abandonar ni hacer mutis por el foro. Ustedes tienen el deber de seguir siendo portavoces de las mayorías o minorías más o menos silenciosas. Y la misión de terapeutas impagables. No vaya a ser que exista el cielo.
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