Operadores

La expresión “entramado societario”, tan utilizada estos días a propósito de las empresas de Urdangarin, suena muy bien. Quizá por eso nos acostamos y nos levantamos con ella, como esas melodías que se instalan un martes cualquiera en la cabeza sin que encuentre uno el modo de desalojarlas. Entramado societario, parece tan respetable que has de hacer un esfuerzo para imaginarte una serie de empresas oscuramente relacionadas entre sí por medio de sus desagües. Un entramado societario, si lo hemos entendido bien, sirve para obtener dinero negro y para blanquearlo, para desviar fondos y para producir facturas falsas, además de para traficar con informes inanes que se cortan como la heroína y se venden luego por gramos a ayuntamientos ávidos o a comunidades con síndrome de abstinencia. El entramado societario de Urdangarin se encuentra ahora bajo la mirada de los “operadores jurídicos”. Observen que no hemos dicho “bajo la mirada de los jueces” ni “bajo la mirada de la justicia”, sino bajo la mirada de los “operadores jurídicos”, expresión que escuché en la radio a un magistrado de la Audiencia Nacional y que ha venido también para quedarse, como una melodía de los Beatles. Dices “operadores jurídicos” y no piensas en personas de carne mortal, capaces, por ejemplo, de liquidar a un compañero incómodo por presiones de las mafias o de la política, o de las mafias políticas. “Operadores jurídicos” suena como si dijeras “acero inoxidable”. ¿Y que hace uno frente al acero inoxidable? Pues acatarlo, ya que el acero inoxidable no puede equivocarse en los temas de su competencia. Los operadores jurídicos tampoco. Un operador jurídico es a la justicia lo que una olla exprés al menaje de cocina. Los jueces, en cambio, incluso los de las más altas instancias, pueden ser supuestamente tan venales como el supuesto Urdangarin.
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