Crónicas desde el Cabo Norte: final de trayecto

Kirkenes es el final de mi viaje por Noruega. Ya estoy de vuelta en Madrid pero aún tengo en la retina esos paisajes inmaculados de los fiordos vestidos de blanco, esa luz azul que convertía los escenarios en una burbuja de claridad radiante y que por fortuna me acompañó durante casi todos los días de viaje (esto con un cielo encapotado no se disfruta igual, por supuesto). Y esa sensación de paz y sosiego que me asalta siempre que viajo por Escandinavia.Se que nada es perfecto y que cada país tiene sus caraterísticas y sus problemas. Y que eso largos inviernos serían muy díficiles de soportar por un especimen nacido junto al Mediterráneo y que funciona con baterias solares, como yo. Pero siempre he envidiado la calidad de vida escandinava y sobre todo, he admirado ese estilo de vida natural que allí llevan, más sencillo y menos pretencioso que el de los pueblos latinos, muy pegado a la naturaleza y al entorno. Y no al tener y al aparantar. Imagino que cada pueblo tiene que lo se merece.De todas las imágenes que he guardado estos días en la cámara y en la retina, me quedo con la de arriba: pesqueros rusos amarrados en el mar helado del puerto de Kirkenes. Verdaderas chatarras flotantes que salen todos los días a faenar a uno de los mares más peligrosos del mundo. Ruina y belleza, hierros oxidados y nieves inmaculadas, todo a una, en un atardecer ártico. ¡La grandeza de viajar!
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