ArcelorMittal sufre el dilema de la industria pesada
Europa quiere descarbonizar la siderurgia, pero a la multinacional con sede en Luxemburgo no le salen las cuentas para invertir en nuevas fábricas de bajas emisiones


Los trabajadores de ArcelorMittal en Asturias llevan unos días atareados intentando arrancar uno de los dos altos hornos de Gijón, que dio fallos tras el mantenimiento que le hicieron a la vuelta del verano. No es lo único que no va bien en la filial del gigante siderúrgico en España. La demanda de acero en Europa no levanta cabeza debido a las dificultades que atraviesan sus principales clientes, como los fabricantes de automóviles, electrodomésticos o maquinaria industrial. A ello se añade un aumento de las importaciones de terceros países producidas en condiciones de precios bajos, sobre todo por los costes de la energía y los derivados de las emisiones contaminantes. El año pasado, con una facturación de 3.669 millones, la filial española perdió 56 millones frente a los beneficios de 171 millones del 2024. Globalmente, Arcelor ha sorteado los nueve primeros meses de 2025 con 40.197 millones en ventas (1.166 menos que en el mismo periodo de 2024) pero con un resultado un 70% mayor (2.590 millones) porque se ha desprendido de fábricas.
El cóctel de circunstancias inquieta a muchos de los 8.400 trabajadores de las 11 plantas que la siderúrgica tiene en Avilés, Gijón (Asturias) Sestao, Etxebarri, Legutio y Olaberria-Bergara (País Vasco), Lesaka, Legasa, Zalain y Berrioplano (Navarra) y Sagunto (Comunidad Valenciana). “El 2026 va a ser un año complicado”, pronostica Isaac Ramos, miembro de la sección sindical por Comisiones Obreras. Pueden pasar un puñado de cosas importantes en los próximos meses. Uno de los hornos altos de Gijón que producen arrabio (hierro fundido) para las acerías de Avilés y Gijón termina su vida útil en diciembre de 2026 y la empresa no ha tomado la decisión de qué hará con él, si invertir para seguir utilizándolo o apagarlo.
Las mayores exigencias medioambientales de la UE están forzando a los fabricantes a sustituir esas unidades por las caras y menos contaminantes plantas de hierro de reducción directa (DRI) y los hornos de arco eléctrico (EAF). Porque la fabricación de acero en hornos altos es doblemente intensiva en carbono: utiliza carbón de coque para absorber el oxígeno del mineral de hierro y energía contaminante para calentar la instalación.
En el primer trimestre de 2026 entrará en funcionamiento uno de esos hornos eléctricos en Gijón, más limpio, moderno y automatizado, pero que no compensará ni de lejos la capacidad de producción del antiguo (si se llegase a apagar) y que, además, exigirá menos personal en su operación (unos 70 trabajadores menos). “Si se cerrase sin reemplazo se perderían 1,4 millones de toneladas de capacidad”, calcula Ramos, ya que de los dos hornos asturianos procede el 70% del acero de la compañía (5,1 millones de toneladas el año pasado). La empresa admite que tiene sobre la mesa un estudio para construir un nuevo horno eléctrico en Avilés, algo que para Raúl Cueto, de UGT, sería crucial si la multinacional que preside el multimillonario Lakshmi Mittal quiere mantener el pulso de la actividad productiva en España. Pero, insisten fuentes del grupo, “no hay nada decidido”. Y los hitos se acumulan: en enero también tendrá que clausurar uno de sus dos sínter, una instalación donde se procesa el mineral de hierro fino para usarlo en la producción de acero. El segundo de sus dos hornos altos también tiene próximo el fin de su vida útil (2032). “Por parte del grupo a nivel europeo por ahora no se contemplan más inversiones de las ya están en marcha”, explica Ramos. Se refiere, por ejemplo, a la nueva planta francesa en Dunkerque, donde (allí sí) Arcelor construirá una moderna DRI.
Al gigante siderúrgico no le salen las cuentas para impulsar una de estas fábricas más limpias en España pese a las generosas subvenciones con fondos europeos que se le concedieron, de 450 millones. En junio también rechazaba los 1.300 millones que el Gobierno alemán le otorgó para transformar dos factorías contaminantes en Bremen y Eisenhüttenstadt. Carola Hermoso, directora de Unesid, contextualiza que las inversiones en descarbonización en siderurgia son “milmillonarias. Y el problema no es solo ese: los costes de operación [de las instalaciones] pueden dispararse luego un 30%, y eso puede sacar a las empresas del mercado. ¿A qué empresario se le va a ocurrir hacer una inversión que incrementa los costes de producción? Tenemos que asumir que la descarbonización cuesta mucho dinero”.
Vuelta al proteccionismo
El futuro del mayor fabricante de acero del continente, en suma, gira alrededor de la reducción de emisiones. Los sindicatos temen que el grupo apoye su futura expansión en Brasil o India con el pretexto de que en Europa se termina el esquema de asignación de derechos de emisión gratuitos. La buena noticia es que el acero está incluido en el CBAM, el Mecanismo de Ajuste en Frontera por Carbono de la UE, que busca igualar las condiciones de mercado imponiendo costes a los productos importados que se fabrican con más emisiones en otros lugares. El mes pasado además la UE propuso duplicar los aranceles al acero importado del 25% actual al 50% para proteger su industria siderúrgica y el empleo, debido a la competencia desleal del acero chino subsidiado. “Las medidas de Europa en cuanto a defensa comercial son bien recibidas”, celebran en la filial española, al tiempo que apremian a que se materialicen pronto. “Esto puede sentar las bases para que nuestro negocio europeo recupere su coste de capital”, comunicaba la empresa en sus últimas cuentas.
Pero Arcelor quiere, además, unas tarifas eléctricas competitivas. Pedro González, director de Aege, la patronal de la industria electrointensiva, niega que España, pese a la gran aportación de las renovables, sea un país barato para los fabricantes: “La factura tiene cuatro patas. Los precios del mercado (al que afectan los servicios de ajuste que estamos viendo desde el apagón); el pago por uso de redes; los cargos y los impuestos. España es un país con precios de mercado del entorno más bajo, pero cuando añadimos todos los costes, quedamos en clara desventaja frente a franceses y alemanes”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma






























































