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Francia redobla su estrategia nuclear

El Gobierno, con el apoyo de gran parte de la oposición, busca una “reactivación masiva” de esta energía para lograr independencia ante la situación geopolítica

Planta nuclear de EDF en Chooz (Francia).

A finales de junio, la Asamblea francesa debatió un artículo clave de la ley sobre el futuro energético del país que supone reforzar su apuesta nuclear: se votó mantener las centrales existentes, algunas muy envejecidas, y la construcción de 14 nuevos reactores de nueva generación. Días antes, en el Senado, el primer ministro, François Bayrou, defendió en un discurso “esta reactivación masiva” porque “la cuestión de la soberanía energética es la de nuestra independencia”.

El 60% de la energía total que se consume en Francia proviene de fuentes fósiles: el 40% del petróleo y el 20% del gas. Esto, según Bayrou, supone “un problema preocupante, sobre todo geopolítico, porque plantea una vulnerabilidad estratégica de cara a países productores” como Arabia Saudí, Rusia o Estados Unidos.

Francia es el principal productor de energía nuclear de la UE, que supone alrededor del 36% del mix energético del país, y está en el origen del 68% de toda la electricidad que se produce. Esta proviene de los 57 reactores de las 19 centrales existentes, aunque muchos son antiguos y estaba previsto su cierre.

París siempre ha justificado su apuesta nuclear porque le permite alcanzar la neutralidad en carbono, pero sobre todo por un tema estratégico. Tras la Segunda Guerra Mundial, Charles de Gaulle decidió crear el comisariado de energía atómica para acelerar esta industria y a finales de los años 70 arrancó su actividad la primera central, la de Fessenheim, que cerró en 2020 tras 42 años activa.

En los últimos años los distintos gobiernos se habían planteado reducir la dependencia atómica: el del socialista François Hollande y también el del actual presidente, Emmanuel Macron, que tras la invasión rusa de Ucrania en 2022 cambió de discurso y anunció un plan para construir seis reactores nuevos. El coste se estimó en 51.700 millones, pero se revisó al alza hasta 67.400. Deberían empezar a construirse en 2027 para entrar en servicio a partir de 2035, pero el Tribunal de Cuentas, principal organismo de auditoría del Estado, estima que el país “no está preparado” para alcanzar este objetivo.

En la calle, la estrategia energética cuenta con un respaldo masivo. Según datos del instituto Ifop, en 2013, un 67% de los franceses era favorable a seguir desarrollando el parque nuclear, pero el apoyo se disparó al 75% tras la invasión de Ucrania, cuando se planteó la dependencia al gas ruso.

En los escaños, sólo la izquierda se opone a estos planes y los ecologistas inciden en los desechos nucleares, un asunto sin resolver, y los riesgos de accidente, sobre todo en el caso de los reactores más antiguos, de los que dos tercios se acercan a los 40 años.

“Muchos no se concibieron para estar operativos tanto tiempo”, explica Benoît Pelopidas, profesor de SciencesPo, fundador del programa Nuclear Knowledges y autor de libros como Francia Nuclear o Repensar la opción nuclear. “En Francia, el discurso nuclear siempre ha estado monopolizado por los actores que forman parte del sector” y sus partidarios “se escudan en la independencia energética, pero hacen promesas difíciles de sostener, como que vamos a producir energía descarbonizada y rápidamente, cuando no es verdad, porque entre que se empieza a construir un reactor hasta que se conecta a la red pasa un tiempo muy considerable”, dice.

Recuerda el caso de la central de Flamanville, en la región de Normandía, cuyo reactor de nueva generación, el más potente de los 57 que hay en Francia, se conectó por fin a la red en diciembre de 2024, tras doce años de retraso y un sobrecoste de 6.000 millones.

La financiación

Cómo financiar la renovación de la envejecida flota es otro de los desafíos, sobre todo en un momento en el que el Gobierno plantea recortes radicales en los presupuestos de 2026 para reducir el disparado déficit del país. “Se dice que no es una energía cara, pero está subvencionada por el Estado, es un coste distorsionado”, incide Pelopidas, que recuerda, además, que los reactores “requieren mantenimiento y hay que enfriarlos, un problema en un contexto de escasez de agua”.

Para Gonzalo Cañete, analista de mercados de estrategias de inversión en ATFX UK, la industria nuclear francesa siempre ha estado vinculada a su poderío económico y geopolítico. “Es una forma de mantener su influencia en el mundo. Reduce su independencia, pero es también una fuente de ingresos, pues les permite transferir su tecnología a otros países”. Pone como ejemplo cuando, en 1975, Irak firmó un acuerdo con Francia para la construcción del reactor de Osirak.

Otro de los problemas, recuerdan los expertos, es que el país necesita entre 8.000 y 9.000 toneladas de uranio por año para alimentar sus centrales, y el 80% proviene de países extranjeros, como Kazajistán o Níger, antigua colonia. Tras el golpe de Estado de 2023, las tropas francesas presentes en el Sahel tuvieron que salir del país y ya entonces se planteó el problema de la dependencia al uranio externo sin el cual las centrales francesas no pueden funcionar.

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