Amarás la deuda y el déficit sobre todas las cosas
El desafío a las cuentas públicas se ha impuesto como escenario base en Estados Unidos y otras economías desarrolladas de todo color político y sin recesión mediante


Corren malos tiempos para los guardianes de la ortodoxia fiscal. En Estados Unidos cada día tiene su afán y Donald Trump ha lanzado una rebaja de impuestos que contribuirá a disparar la deuda del 100% del producto interior bruto (PIB) al 124% en 2034, según la Oficina Presupuestaria del Congreso. Alemania, quintaesencia del rigor y con Gobierno conservador, se ha despedido de su mecanismo constitucional de freno de deuda y ha anunciado planes para emitir hasta 850.000 millones de euros en bonos. En Reino Unido, el laborista Keir Starmer se acaba de envainar su plan de ajuste en medio de una rebelión interna pese a tener el quinto mayor déficit de las economías desarrolladas del mundo. Y Japón, con el 250% de deuda, va a unas elecciones legislativas este domingo con promesas de más rebajas de impuestos.
La llamada indisciplina fiscal se ha convertido en una suerte de nueva normalidad, casi un mandamiento, en un buen puñado de las economías desarrolladas, independientemente del color político que gobierne y pese a que no hay, hoy por hoy, una gran crisis ni una pandemia que lo explique. La complacencia de los mercados financieros ha fomentado la laxitud en el desequilibrio entre lo que ingresan y lo que gastan las arcas públicas, hasta el punto que organismos como el Fondo Monetario Internacional y el Banco de Pagos Internacionales han encendido las alarmas por la senda de deuda que arrastran los países.
Francia, con un déficit del 5,8% y una deuda del 112%, ha avanzado un draconiano programa de ajuste de hasta 44.000 millones en el próximo presupuesto, que presentan en octubre. “Hace 50 años que nuestros gobiernos no diseñan un presupuesto equilibrado. Nos hemos acostumbrado al déficit. Y eso es, hoy, pura y simplemente deuda”, dijo el martes el primer ministro, François Bayrou, en un buen resumen del cambio de ánimo de la zona euro.
Las turbulencias geopolíticas y la carrera de rearme han roto tabúes en Europa. El compromiso de inversión de los países miembros de la OTAN también pone a prueba las costuras de las cuentas públicas. Bruselas plantea una suerte de cláusula de escape para que ese gasto extra, fuera del techo de déficit, no resulte penalizado por las reglas fiscales europeas, que limitan el déficit público de los países al 3%, techo que se ha flexibilizado en ocasiones, como, por ejemplo, con la pandemia.
“Está ocurriendo en economías desarrolladas, con Gobiernos de izquierdas y de derechas, pero también con los emergentes. Lo que pasa es que en las desarrolladas la tasa nominal de crecimiento económico es más bajo, con lo cual los desequilibrios presupuestarios tienen un mayor peso en el PIB. Para que la deuda sea sostenible necesitas aumentar ese crecimiento o bajar los tipos de interés, en las economías desarrolladas solo está la segunda opción”, señala Alicia García-Herrero, economista jefa para Asia Pacífico en el banco de inversión Natixis. A su juicio, las condiciones favorables del mercado se están conjugando con Ejecutivos que, independientemente del color político, se están viendo más inclinados a políticas expansivas.
Un puñado de cifras reflejan la osadía de la reforma fiscal estadounidense, que ya vive con un volumen de deuda cercano al récord de 1946 (106%). Con las rebajas de impuestos aprobadas, el déficit escalará al 7% en un solo año y los costes de los intereses de la deuda engordarán en 1,8 billones de dólares (el 4,2% del PIB).
Jessica Riedl, del Manhattan Institute, forma parte de esos conservadores que se tiran de los pelos cuando analizan la reforma de Trump. Experta en fiscalidad y directora de finanzas públicas en la campaña presidencial de Marco Rubio en 2016, no ve “evidencia alguna” de que las bajadas de impuestos anunciadas “vayan a estimular la economía de forma suficiente [para compensar la caída de ingresos por tributos], al revés, la deuda va a aumentar tanto que va a lastrar el crecimiento”. Sobre los recortes, opina que “en realidad, no hay nada reseñable, hay que afrontar el problema de la Seguridad Social”.
La quiebra del sistema es un fantasma recurrente en la mayor economía del mundo. Paul Krugman definió una vez el Gobierno federal de Estados Unidos como una “aseguradora con ejército”, en el sentido de que, fiscalmente hablando, solo tiene Seguridad Social, Sanidad, Ejército e intereses de la deuda. Y en esto último gasta más que en el Ejército. El margen de maniobra para reducir el gasto resulta mínimo. Trump promete pasar la tijera por las ayudas de alimentos y una parte de Sanidad, la de los desfavorecidos (Medicaid), pero muchos expertos dudan de que finalmente lo haga y, aun así, deja fuera la parte del león. De los ajustes anunciados, no se espera más de un billón de dólares de ahorro en un año.
Los recortes son más fáciles de cacarear que de aplicar. En Reino Unido, Keir Starmer ha tenido que dar marcha atrás en los anunciados a las ayudas por bajas médicas y discapacidad para frenar la rebelión de más de un centenar de sus propios diputados. Una buena imagen de la frustración colectiva tras su primer año de Gobierno pudo verse en el Parlamento, cuando las cámaras captaron las lágrimas de la ministra de Economía británica, Rachel Reeves. Los inversores temieron que dejara el puesto y el coste que reclamaron a los bonos comenzó a subir.
Los mercados aguantan, pero Estados Unidos, por ejemplo, ha recibido algún aviso, como la pérdida de la máxima calificación crediticia, la Triple A. Los devaneos de Trump con las cuentas públicas suceden después de una Administración como la de Biden, que lidió con la pandemia y lanzó un macroprograma de estímulos y ayuda a la industria nacional (Inflation Reduction Act). Bajo su mandato, la deuda escaló unos ocho billones de dólares.
No hay una cifra mágica que señale el nivel óptimo de pasivo para un país, es aquel que los mercados te permitan tener, exigiéndote más o menos intereses por el dinero que te prestan, y el que no te chupe demasiados recursos para financiar otras actividades. La zona euro, que en la primera fase de la crisis del euro primó la ortodoxia fiscal y agravó el declive de países como Grecia, entonó el mea culpa durante años.
Alemania, que se encuentra en recesión, encarna como nadie el cambio de tercio. Santón de la disciplina y con un nivel de deuda pública de no más del 60% (la media de la zona euro se sitúa por encima del 87%), el 24 de junio anunció su plan para emitir los citados 850.000 millones de euros en deuda hasta 2029 con el fin de financiar inversiones en defensa e infraestructuras y reanimar la actividad. Una marea de títulos que competirá en el mercado con la deuda de sus vecinos europeos.
“Creo que los alemanes se han dado cuenta de que fue estúpido dejar que el capital público se deteriorase por considerar diabólico o inmoral [endeudarse], no se puede ser estúpido de forma continuada”, señala el belga Paul de Grauwe, de la London School of Economics. De Grauwe es un firme defensor de la flexibilidad presupuestaria, especialmente cuando se trata de inversión productiva, que, a su juicio, no debería computarse del mismo modo en el déficit general. Con ciertos límites, cree que las finanzas públicas deberían otorgar más margen, con la emisión de los tan traídos y llevados eurobonos (títulos de deuda respaldados por los países miembros, de forma mancomunada). “La deuda de las compañías es mucho más elevada y eso no se percibe como un problema cuando sirve para incrementar su potencial de crecimiento, ¿no?”, cuestiona.
España, con un déficit del 2,8% en 2024, pero una deuda del 101%, ha visto reducida su prima de riesgo a niveles de 2010. “Ha habido mucha más disciplina fiscal en la zona euro que en Reino Unido o Estados Unidos. El problema está ahí, lo que ha pasado en la zona euro es que se han dado cuenta de que reducir la disciplina fiscal es buena política, ya que tenemos que invertir, no solo en defensa, sino también en la transición energética, y tenemos espacio fiscal para hacerlo”, señala.
La duda estriba en qué ocurrirá si hay una crisis, si la batalla arancelaria acabará por hacer descarrilar la economía.
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