Endeudarse es negocio, pero...
Es esencial que la deuda que se desbloquee en Europa se destine a inversión productiva


“La deuda es algo muy útil”, escribió con acertado descaro Paul Krugman (¡Acabad ya con esta crisis!, Planeta, 2014). Y es clave del capitalismo desde que las repúblicas italianas idearon la letra de cambio. Es útil, pues seríamos más pobres si el pequeño empresario “tuviese que pagar” su expansión de su bolsillo o de “socios no deseados”; porque facilita que quienes no hacen fructificar su dinero lo pongan “a trabajar”, y “porque no empobrece a la sociedad en su conjunto”: la deuda del deudor “es el activo” del acreedor.
Pero la deuda pública, para acumular esas virtudes, debe respetar dos límites. Uno es que sea “bien establecida” en cuanto a su “pago futuro”, pues “al igual que los individuos, los Estados que cumplen sus compromisos son respetados” —nos advirtió Alexander Hamilton en 1790 en su Informe sobre el crédito público—, y claro, los que incumplen se convierten en parias.
El otro es la lealtad con los paganos presentes y futuros. “Si un proyecto beneficia a las próximas generaciones, es lógico repartir la carga entre la actual y las próximas para el reembolso del préstamo”, sintetizó Jacques Delors (Mémoires, Plon, 2004). La condición es que la generación actual no lo digiera solo para sí. Es el salto del gasto corriente consuntivo a la inversión estructural, reformista.
Así que endeudarse, y a tipos de interés casi bajo cero, es negocio. La última emisión de deuda española es un respiro, increíble hace muy poco tiempo, por lo barata que colectivamente sale su coste: ¡casi cobrar al acreedor en vez de pagarle! Hay pocas dudas de que el BCE aumentará hoy ese alivio, con su activismo: el probable aumento de sus compras de bonos (QE), con o sin rebaja oficial de tipos, los descrestará: todas sus medidas forman “paquetes”, formales o no. Y la reducción de tipos de interés empuja también a la baja el tipo de cambio, ayer aupado, encarecido aún más, a la relación 1,21 (dólares por euro), una equivalencia dañina para la capacidad de competencia europea.
Además, asistimos a una especie de ley de Gresham (la moneda mala expulsa a la buena) inversa. La virtud de la compra de bonos nacionales por el BCE o la emisión de bonos SURE por la Comisión contagian a la baja la factura de la emisión de los bonos del Tesoro español. Y de los otros.
Si el diferencial entre la última emisión de obligaciones españolas y los bonos SURE europeos a 20 años rozaba las 7 décimas (no 9, como por error deslicé en Los eurobonos arrasan, 26/11) hace dos semanas, lo previsible es que se acorte aún más.
Pero alerta: el buen vino, también a dosis digeribles. Es esencial que la deuda con el BCE o con la UE (se desbloquee en la cumbre de este jueves y viernes, o dentro de alguna semana, el programa de eurobonos Next Generation EU, 750.000 millones) se manejen bien, como predicó Hamilton.
A saber: en inversión productiva más que en gasto corriente; convenciendo a los mercados de ese uso eficaz, y de que, en cuanto la máquina gripada funcione, se recuperará cierta sobriedad. Las próximas generaciones merecen que seamos serios.
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