Frivolidad y precipitación
En España se da por hecho que abrir una compañía es tan fácil como desear hacerlo, y no es cierto
La mortalidad de las empresas en España apenas ha suscitado discusiones menores y estadísticas mal contextualizadas. Pues sí, en España se cierran muchas empresas, pero sería conveniente comparar el volumen de desapariciones con el que registran otros países europeos; y, sobre todo, estudiar con cierto detenimiento la tasa empresas creadas/empresas cerradas, que en el caso español ofrece algunas singularidades curiosas respecto a Europa. En resumen, existe una cierta alarma (subterránea) por el elevado número de empresas que cierran. Y, mientras llegan los estudios de detalle, no está de más recordar las características y causas de esa mortalidad.
La mitad de las empresas españolas habrá desaparecido en cinco años. Este es el resumen de lo que entendemos por mortalidad empresarial. La cuestión, como casi siempre, es por qué; en este caso, por qué las empresas españolas desaparecen con tanta facilidad. Con mucha facilidad es posible desplegar una panoplia de razones que explican el fenómeno en gran medida. Una razón muy notable es la inconsciencia. Las empresas se crean con precipitación y casi siempre sin los estudios previos, generales y de detalle. El modelo de la inconsciencia es el socorrido "abrir un bar"; pues bien, no es solo en el sector de la hostelería donde se aprecia este descuido y aventurerismo empresarial.
Como efecto derivado fatalmente de esta inconsciencia aparece una cadena de causas eficientes que condenan casi de forma irremediable a la quiebra o a la desaparición. Las empresas poco meditadas o trabajadas desde su concepción suelen vender poco, los ingresos son insuficientes y, en consecuencia, se encuentran desde etapas muy tempranas de su desarrollo con un factor de desmoralización no previsto. Un empresario avispado preferiría sin duda beneficiarse en primera instancia de ventas abundantes, aunque fuera a costa de la rentabilidad (el factor clave, no se olvide, del éxito empresarial) que observar sus stocks repletos y sus tiendas vacías aunque no tuviese pérdidas. Todo esto, en la evolución inicial de la empresa. El caso es, digresiones psicológicas aparte, que la pobreza de ventas conduce sin remisión a márgenes muy bajos, en todo caso inferiores a los que la empresa recién creada necesita para su sostenimiento.
Llegados a este punto, el siguiente eslabón de la cadena asfixiante es lo que podría llamarse la causa excusa: problemas de financiación. El apelativo de excusa tiene una explicación. En un mercado financiero normalmente constituido —el de los años de crisis no lo era—, las empresas con márgenes reconocidos y rentabilidad demostrada no suelen tener problemas de financiación. Más bien sucede lo contrario, que como la financiación disponible o potencial se concentra en las empresas con rentabilidad (determinada por los márgenes) entre aceptable y amplia no hay financiación potencial para aquellas que no disponen de expectativas de crecimiento.
La conclusión se desprende casi por sí sola. Crear una empresa es tarea que exige estudios previos, mucha preparación, atención constante y atar previamente todos los hilos que se puedan atar. Tienen que estar claros el mercado potencial, el real, adecuación y calidad del producto, la capacidad de vender o comprar, la disponibilidad de capital (inmovilizado, variable, liquidez, etcétera), la idoneidad del personal, el marco laboral... Todo eso tiene un nombre. Se llama preparación. Ni cualquiera puede crear una empresa con expectativa de éxito, siquiera sea mediano, ni cualquiera está capacitado para sostenerla y hacerla crecer. Y, sin embargo, en España se da por hecho que abrir una compañía es tan fácil como desear hacerlo. El principal obstáculo para conseguir un tejido empresarial vigoroso en España no es la espesura burocrática que hay que atravesar para registrar una nueva sociedad, que lo es importante, sino la frivolidad con que se afronta una tarea difícil y especializada.
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