Un impuesto para la eurozona
Puede que no sea el problema más acuciante en el que los dirigentes europeos deban centrarse en este momento. Pero la idea de un impuesto sobre las transacciones financieras, defendido desde hace mucho por la brigada antiglobalización de la izquierda, ha vuelto. Algunos dirigentes mundiales lo consideran una forma racional de corregir los aspectos más histéricos de la efervescencia de los mercados. José Manuel Durão Barroso, el presidente de la Comisión Europea, lo ha convertido en un elemento central de su programa para el próximo año. Sin embargo, las fuerzas impulsoras de la iniciativa son Alemania y Francia.
La intención original que había tras la llamada tasa Tobin, que recibe su nombre del economista que la propuso en los años setenta, era la de enfriar los mercados de divisas extranjeras con el fin de moderar los movimientos de capital grandes y perturbadores. El argumento más claro a favor de ponerla en práctica actualmente es que afectaría considerablemente a los agentes de alta frecuencia, al limitar su actividad y el efecto de bola de nieve que tienen en épocas de gran inestabilidad.
Los impuestos suelen crearse por tres motivos: recaudar dinero para los Estados; modificar el comportamiento de los consumidores o las empresas, y/o penalizar y castigar. Sería mejor si la última justificación no formase parte de la base del razonamiento de Barroso. No tiene sentido insistir en convertir el impuesto en una venganza contra un sector financiero que recibió billones de euros de ayuda pública. Pero siempre que el impuesto se mantenga con un tipo bajo sobre una base amplia, como todo buen impuesto, el argumento de utilizarlo para poner impedimentos a los mercados se sostiene por sí mismo.
Las preguntas sobre la elusión fiscal, o la evasión de impuestos, son más difíciles de responder. Reino Unido se ha opuesto hasta ahora a la idea, lo que dificultará que se ponga en práctica en toda la UE. A EE UU tampoco le entusiasma el concepto. Los temores sobre un éxodo financiero hacia los paraísos fiscales se están apoderando de la City de Londres. Y puede que, efectivamente, los demonios se oculten en los detalles.
Pero también hay motivos para poner en duda la creencia generalizada de que los países que apliquen un impuesto Tobin van a sufrir. Los Gobiernos siempre pueden amenazar con usar instrumentos eficaces en una etapa posterior para convencer a los inversores de que un impuesto relativamente moderado ahora es un pequeño precio que pagar por la tranquilidad a largo plazo.
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