Paul J. Wiedorfer, héroe de la batalla de las Ardenas

"Tenía que hacerse algo, alguien tenía que hacerlo, y yo lo hice, no sabría decir por qué". Es una frase sencilla pero detrás se esconde una gran hazaña bélica de la II Guerra Mundial. Las palabras las pronunció el soldado de EE UU Paul J. Wiedorfer, fallecido el miércoles en Baltimore a los 90 años de un fallo cardiaco, al relatar la acción que le reportó la mayor condecoración militar de su país: la Medalla de Honor del Congreso.
Aquella Navidad de 1944 fue una pesadilla para los soldados estadounidenses, helados y desconcertados en los bosques belgas. En un último esfuerzo desesperado, Hitler les había echado encima casi todo lo que le quedaba: 250.000 hombres incluidas unidades de élite como el Sexto Ejército Pánzer de las SS, los curtidos paracaidistas de Von der Heydte, el expeditivo Kampfgruppe de Peiper y los comandos de Otto Skorzeny. La tremenda contraofensiva germana se conoce como la batalla de las Ardenas y cogió a los estadounidenses como se dice con lo puesto.
Solo la extraordinaria bravura de los defensores, muchos de ellos soldados bisoños, impidió que todo el frente se viniera abajo y la guerra se alargara. En ese fregado, Wiedorfer se convirtió en un héroe.
Cuando su pelotón cruzaba un claro de bosque el mediodía de Navidad recibió fuego desde dos nidos de ametralladoras alemanas apoyadas por fusileros. Vamos, un trance. Los estadounidenses trataron de cubrirse y entonces nuestro hombre, con 23 años, corrió hacia la primera ametralladora patinando sobre hielo y nieve, lanzó una granada y luego disparó contra los alemanes supervivientes. Seguidamente, ¡atacó el segundo emplazamiento!: hirió a un enemigo y otros seis se le rindieron. Fue, el de Wiedorfer, un asalto en solitario casi suicida. Salió indemne, pero dos meses después la fortuna le pasó recibo al ser herido por metralla de mortero al cruzar el río Saar. Convaleciente en el hospital, un compañero que leía Star and Stripes le pidió que le deletreara su nombre. "Vaya, aquí dice que te han dado una medalla".
Paul J. Wiedorfer había nacido en Baltimore y trabajaba en la compañía local de gas y electricidad cuando decidió alistarse en 1943. Quería ser aviador, pero lo asignaron a infantería. Hombre nada vanidoso, rogaba tras la guerra por el día en que no quedaran receptores de la Medalla de Honor vivos: "Eso significará", decía, "que hemos aprendido a vivir en paz".

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