Elogio de la generación perdida
Nunca con anterioridad en la historia de nuestro país ha existido una generación mejor preparada, más tolerante, comprometida y solidaria que la de los jóvenes actuales. Por eso solo era cuestión de tiempo que decidieran reaccionar y organizarse para que un movimiento como el del 15-M se echara a rodar. Todos debemos empujar y aportar nuestra experiencia, pero ellos han de llevar las riendas.
Estamos en buenas manos. Una sangre nueva corre por sus venas y eso ayuda a que vuelva a escuchar el rugido de la mía. Sus pretensiones, las de la mayoría de la gente, no solo no son utópicas, son imprescindibles. Una democracia que garantice la participación ciudadana donde los servidores públicos trabajen a las órdenes del pueblo no es una entelequia. Es justo lo que debería ser. Y además es la única manera de blindar los derechos elementales de los ciudadanos frente a la codicia especulativa de los mercados. El 15-M no obedece a conspiraciones de ninguna ideología ni es una trama orquestada para derrocar Gobierno alguno. Nuestros jóvenes quieren sanear la democracia y tenemos la obligación de ayudarlos a llegar a su objetivo.
Mezclarnos con esa generación a la que, desde la sede del neoliberalismo, se la daba por perdida y respirar su coherencia cabal pero determinada. Son hijos de la luz y rechazan las tinieblas que les están urdiendo. Nos dan un ejemplo de moral y responsabilidad en una sociedad podrida por el modelo económico y político que se nos ha impuesto.
Y si para limpiar tanta miseria hay que reinventar la democracia, e incluso modificar la Constitución, que no nos tiemble el pulso. La generación que busca autoamnistiarse de la desesperanza necesita que todos arrimemos el hombro. Yo no pienso desoír su llamada. Se lo debemos.
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