La represión franquista en Seat, en una exposición

"Artículo 179. Faltas leves. Ayudar a un compañero en un lugar distinto de su puesto de trabajo si no media autorización...". "Éste es bien demostrativo: dos, juntos, son un problema". El reglamento es el de los trabajadores de la factoría Seat durante el franquismo; el comentario sobre el grado de control, del historiador Josep Puigsech, comisario de la exposición Seat, 1950-1977, la arquitectura de la represión, que ayer se inauguró en el Espacio Memorial Democrático de Barcelona (hasta el 3 de abril).
"Seat debía ejemplificar la paz social, por lo que se creó un sistema de represión específico", desvela Puigsech, que recuerda que su primer presidente fue un militar, José Ortiz Echagüe. Más: para que los obreros no se contaminaran de un proletariado barcelonés más concienciado, se impuso un modelo de producción sin tanta mano de obra cualificada y traída del sur de España, ergo con poco bagaje sindical.
Se intentó mantenerles aislados: escuelas para los hijos, economato, formación profesional... solo para ellos. Y se facilitaron créditos para adquirir pisos, por lo que si perdían el trabajo, perdían también la casa. O sea, colonias textiles del XIX pero en coches y en el XX.
El sistema funcionó: hubo paz social hasta mediados los sesenta. Los trabajadores detectaban chivatos, como a "Antonio S. P., suministrador del T-1. Falangista". Había hasta grupúsculos que pegaban a líderes revoltosos. Solo hubo un muerto en Seat (Antonio Ruiz Villalba) pero 900 despedidos, readmitidos en 1977, de los que solo se recogen unos 600 nombres. "No sabemos más: los hemos reconstruido desde los historiales médicos y, a escondidas, de los archivos de la empresa", dice Carles Vallejo, del Memorial Democrático de Seat. Aún hay que luchar por la memoria.
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