Todo por el yoga
El defensor del ciudadano de Granada, Melchor Saiz-Pardo, ha acusado a Antonio Javier R. P., el gurú de la comunidad hinduista Vaidika Partisana Sangha, de asociación ilícita y delitos contra la integridad moral. A principios de año recibió las primeras denuncias sobre las actividades del monje-maestro y llevó el caso a la fiscalía que, tras una investigación que empezó en junio, considera que son 22 los afectados. Podrían ser muchos más. El funcionamiento de esta comunidad hinduista granadina es el mismo que el de muchas sectas. Todo empieza con un sugestivo reclamo -clases de yoga, conocer de verdad los secretos de la India, vivir en una comunidad espiritual, cursos sobre alimentación saludable o, incluso, aprender a hablar en público- y termina con que algunos entusiastas lo dan todo por la causa. Es decir, tiempo y dinero, dedicación exclusiva y entrega total. O lo que es lo mismo: pérdida de libertad, esclavitud. Cuando reaccionan, estos ejemplares creyentes descubren que han sido esquilmados y que carecen de voluntad. Del otro lado, y según la investigación de la fiscalía, el líder del tinglado (Shri Swami Shankara Tilakananda es su nombre védico) tenía en junio cinco coches y cuatro motos de gran cilindrada, cuentas en 10 entidades financieras españolas y relaciones con bancos de la India.
Todo muy espiritual, por lo que se puede ver. Ahora hay una asociación de víctimas, donde se juntan cuantos creyeron lo que aquel maestro contaba. La relación de cuitas por las que ha pasado alguno de ellos es reveladora. Acudió al yoga porque le iba mal en los estudios y, al rato, no solo gestionó la puesta en marcha de Casa Yoga (situada en Armilla) sino que vivió allí como monje y trabajó sin descanso para que la cosa marchara. El método: no le daban casi de comer y no le permitían dormir más de tres o cuatro horas al día.
Lo daban todo -dinero, trabajo, servicios sexuales- porque el maestro les decía que les estaba salvando la vida. Sobre las actividades delictivas de la secta tendrá que pronunciarse ahora la justicia. Pero sobre la extrema candidez con la que obraron deberán hacer autocrítica los afectados: ¿cómo pudieron lavarme el cerebro de esa manera?
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