Mecanismos de relojería
La buena salud y popularidad de que sigue gozando el microrrelato puede apreciarse en Por favor, sea breve 2 (Páginas de Espuma), una antología en la que Clara Obligado reúne unas 150 muestras ordenadas de mayor a menor extensión y firmadas por escritores veteranos (Tomeo, Millás, Merino, L. M. Díez), por otros más jóvenes que han demostrado pisar sobre seguro en este terreno (Iwasaki, Berti, Hipólito Navarro, Julia Otxoa) o bien por unos cuantos menos conocidos y cuyos textos no desmerecen en calidad. Las últimas piezas, casi todas humorísticas, recuerdan las greguerías ramonianas o los anaglifos y otros juegos de lenguaje, y en general son una gozada.
El humor también recorre algunos de los Cuentos chinos (Trama Editorial), de Alejandra Díaz-Ortiz, con registros que van de lo macabro-truculento al absurdo cotidiano, la ironía o el cinismo. Así, los titulados 'Globalización', '(Re)flexiones', 'Bodas de plata', 'No, no, no nos moverán...' (Texto: "Y nos movieron").
La máquina de languidecer (Páginas de Espuma), de Ángel Olgoso, es un soberbio y versátil libro de microrrelatos fantásticos, algunos de los cuales le dan la vuelta a episodios mítico-legendarios (la última cena, el retorno de Ulises), nos revelan cosas sobre "el otro Borges" o Kafka; homenajean a Poe; trabajan con elementos de corte apocalíptico o narran regresos al pasado; revelan el envés de la costumbre, lo anodino y la rutina; o nos instalan en el ámbito de lo fantástico-puro. En ellos, lo perturbador se acentúa porque todo sucede en el arriesgado territorio de la mente: ese padre que contempla al hijo recién nacido, el marido al que los ojos de su esposa le parecen dos canicas monstruosas, el niño que sueña experimentos en el laboratorio escolar o las siniestras consecuencias de un impulsivo apretón de manos: "La suya -un objeto mustio y de tacto desagradable- apenas latía cuando, de regreso, casi al anochecer, corrí a guardarla en la fresquera".
Y aunque no pertenezca estrictamente al género algunos de sus rasgos reverberan en El libro de las caídas (Sexto Piso), donde Andrés Barba trata del terror a dejarse y verse morir. Ilustrado con la bella y poderosa elocuencia de los dibujos de Pablo Angulo, el libro nos acerca paso a paso hasta ese vértigo -el no, el vacío, el desmoronamiento, la inmovilidad final- en las treinta primeras secuencias o micronarraciones poéticas que tienen su anverso en la segunda parte, que es exploración de ese lugar lleno de quietud y a la vez de tormenta.
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