Woody Allen divierte, Mike Leigh conmueve

Woody Allen, alguien que siempre ha parecido tener edad indeterminada, al que nunca he podido identificar como joven o viejo, sino como algo intemporal y familiar, ha cumplido 74 años, edad que asocias a la jubilación forzada o vocacional. Por suerte para nosotros, este hombre no parece concebir su existencia sin hacer una película todos los años, desplegando ideas e historias que sólo se le pueden ocurrir a él, ampliando puntualmente una obra que lleva la marca de la excepcionalidad. Esas películas le pueden salir mejor o peor, pero incluso en las pocas ocasiones en las que se equivoca, existen momentos gloriosos, imaginación, gracia, huellas que certifican un universo irrepetible.
El cerebro del neoyorquino sigue sin esclerosis, afilado y potente
El mundo de este hombre, al que cuesta imaginarlo fuera de Nueva York, ha regresado a Inglaterra, donde por contratos de producción imagino que rodó tres de sus últimas películas, para ofrecer otro recital de inteligencia y lucidez en You will meet a tall dark stranger, retornando a la temática de maridos y esposas cuya relación está envenenada, deseosos de cambiar de pareja pero con el terror a equivocarse o añorar lo que han abandonado. Este repetido argumento, en el que Allen ha alternado el dramatismo con la comicidad, aquí está tratado con tono mordaz, jocoso a ratos, con un conocimiento absoluto de los sentimientos, las trampas mutuas, la autojustificación y las incertidumbres que pueden hacer que el espectador se identifique con sonrojo. Es fácil que sonrías permanentemente y que en varios momentos te asalte la carcajada ante un hombre viejo empeñado en parecer joven y dependiente de la Viagra que quiere legitimar mediante el matrimonio a su puta favorita; la antigua y desconsolada mujer de éste que encuentra refugio en una adivina, el espiritismo y el whisky mañanero; un escritor en crisis al que no le publican su segunda novela y decide robar la que ha dejado escrita un muerto y que también se fascina con la lencería de la vecina a la que espía desde la ventana de enfrente, o su esposa galerista maniobrando torpemente en la oscuridad para que el libertino de su jefe le proponga un adulterio estable. Las reacciones ante el desconcierto que atraviesan estos personajes son tan creíbles como tragicómicas. El cerebro de Woody Allen permanece sin sombra de esclerosis, tan afilado y potente como siempre. También su comprensión de todos los anhelos, miedos, miserias, engaños y grandezas de la condición humana.
El director inglés Mike Leigh, al igual que Woody Allen, sabe extraer veracidad de lo que ocurre en el corazón de la gente, pero frecuentemente siente debilidad por la sordidez, por el retrato de lo exclusivamente sombrío. Es tan realista y se siente tan cómodo describiendo la infelicidad, que te distancia en vez de interesarte. Pero cuando encuentra el equilibrio entre alegrías y tristezas, cuando pilla el claroscuro sus historias resultan tan veraces como conmovedoras. Ocurría en la magistral Secretos y mentiras. Ha vuelto a encontrar ese aliento en la magnífica Another year.
Leigh presenta a lo largo de las cuatro estaciones del año a un matrimonio duraderamente feliz que ofrece sus oídos, su calidez y su casa como consuelo provisional para amigos que están inmersos en el desastre afectivo, más solos que la una, portadores de una desesperación irremediable. A lo largo de estos encuentros también hay desencuentros, solidaridad y angustia, vida y muerte. Mike Leigh ha creado con recursos sobrios una película intensa y compleja, que habla con sensibilidad penetrante de la difícil convivencia entre los que han encontrado su lugar en la tierra y los que siempre están perdidos. Lo que ves y escuchas hace daño, logra que entiendas las razones y las circunstancias de toda esta gente para ser como son. Te emociona.
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