"Se puede hacer películas baratas y estar en Cannes"

Lo único que uno encuentra al llegar a la casa de comidas que Luis Miñarro ha elegido para almorzar en Barcelona son tres bicicletas apoyadas en una pared y unos signos chinos pintados sobre un cristal blanquecino. El local se conoce como Lugar de encuentro y está en un barrio plagado de comercios textiles al por mayor regentados por ciudadanos chinos. A las 14.30, la televisión por cable china suena a todo volumen y en el restaurante, de siete mesas, sólo hay tres occidentales: el productor, la fotógrafa y la periodista.

Es de agradecer que un productor como Luis Miñarro, un hombre elegante acostumbrado a viajar y presentar la mayoría de sus películas en los grandes festivales de cine del mundo, ayude a descubrir sitios como este. "Lo único malo es que gritan demasiado, parece que están enfadados pero no, es como sucedía en la España de los cincuenta", se disculpa.

El productor cree en la ética de la imagen y entiende el cine como aventura vital

La supuesta responsable del local se acerca a preguntar por la bebida que acompaña a la comida. El productor elige el menú del día, que le sirven en una bandeja de aluminio, con diversos compartimentos: arroz, espinacas, brotes de soja... Esta comida barata, sencilla pero sabrosa, es como su cine: la demostración de que no el más caro tiene por qué ser el mejor, de que hay hueco para todo. "Está demostrado que se puede hacer películas baratas, por debajo de los 10 millones de euros, y estar presente en Cannes", defiende este barcelonés de 61 años de madre andaluza que empezó en el mundo de la publicidad y entró en el cine produciendo Cosas que nunca te dije, el primer filme de Isabel Coixet.

Mañana, Miñarro inaugura la sección Una cierta mirada del Festival de Cine de Cannes con la última película que ha producido al portugués Manoel de Oliveira -a sus 101 años ha preparado en tres meses El extraño caso de Angélica- y cierra la competición oficial con Uncle Boomnmee who can recal his past lives, del tailandés Apaichatpong Weerasethawul, de 35 años. Las dos tienen un presupuesto por debajo de los dos millones de euros. "Más que el peso industrial de una película lo que importa es su creatividad, la ética de la imagen, el no hacer cualquier filme, la defensa de los valores en los que uno ha sido educado".

Miñarro se ha hecho un hueco en un territorio donde pocos quieren estar, se lanza a hacer cine como si de una aventura vital se tratara y concibe cada película como un viaje diferente que le abre la posibilidad de conocer otros mundos y proyectarse a través de ellos. "Para mí el cine tiene todo un sentido de la oportunidad, que si no te lanzas la pierdes. Eso no lo entiende ni la industria, ni los ministerios de Cultura, ni las televisiones", explica Miñarro, que tras producir a cineastas como Marc Recha, José Luis Guerín o Albert Serra, ha dirigido ya sus dos primeros filmes, Familystrip, que se estrena el 28 de mayo, y Blow Horn. "No sé si tendrá continuidad, pero he aprendido a vencer el miedo".

La comida ha sido tranquila. El jaleo empieza cuando la fotógrafa pide permiso para trabajar dentro del local. El dueño no entiende el español y no parece que le guste mucho la idea. Son dos jóvenes clientas las que traducen la petición y directamente, sin apenas escuchar la opinión del dueño, dan su permiso. Ahí ya intervienen todos los comensales, cocineras y camareras, en un griterío divertido y escandaloso. Miñarro, encantado, no puede parecer más en su salsa.

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