Grandezas y miserias
Las lágrimas de Nadejda Mandelstam, vertidas muchas noches y derramadas después en sus memorias, enmarcan este conjunto de relatos de José Jiménez Lozano, El azul sobrante: historias sencillas que parecen arrancadas de los márgenes de la vida o de los libros, mínimas en su extensión aunque por su intensidad inmensas porque nos hablan del hombre y de la humana condición, con sus grandezas y sus miserias.
Si la escritora rusa se apenaba "por el hecho de que los verdugos del siglo XX no leen nada que pueda humanizarlos", el escritor castellano hace suyo ese pesar y extiende su mirada sobre el presente y también sobre algunos momentos de nuestro pasado para rescatar sucesos que nos golpean con su extrañeza, protagonizados por gentes sencillas en el transcurso de su vida cotidiana o por figuras que desempeñaron un papel en la Historia.
El azul sobrante
José Jiménez Lozano
Ediciones Encuentro. Madrid, 2009
202 páginas. 18 euros
Y así, Jiménez Lozano nos habla de las astucias y estrategias que idean los ancianos para combatir la subida de las tarifas de los servicios o para resistirse a la presión de un Ayuntamiento que planea desalojarlos de las casas viejas del centro para modernizar ese espacio; de los dramas de la inmigración, con el desenlace feliz y esperanzador en el caso del serbio Esteban Djilas ('La segunda remesa'), pero donde también la humanidad es puesta a prueba por la miseria, en 'Los papeles de España'; del odio entre los matrimonios y la violencia "de género"; de la desmemoria y la alienación que acarrean el paso del tiempo y las modas y la frivolidad y el progreso mal entendido; o del trueque de las viejas creencias y hábitos por otros valores más acomodaticios.
En el plano histórico, Jiménez Lozano muestra las aberraciones de los totalitarismos del XX ('El libro de los broches de plata' o 'El silbato robado'); las tragedias que la imposible convivencia entre judíos y cristianos sembró en España; las persecuciones inquisitoriales y el exilio de Luis Vives; la patética visión que el rey-"niño doliente" Carlos II ofrece en la audiencia que concede a un embajador francés; o el alivio que sintió del ilustrado conde de Floridablanca al saber que los correos tardarían ocho días en traer noticias de Francia y su Revolución, ocho días de alivio y de respiro.

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