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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Beneficios declinantes

Dependiendo de su intensidad, las crisis económicas acentúan la tensión por la supervivencia de las empresas. Lo hacen de forma tanto más aguda cuanto más maduros sean los sectores en los que estén ubicadas y más abiertas a la competencia estén las economías nacionales. La crisis global que se inició en el verano de 2007 en EE UU tiene acreditada su condición de ser la más grave desde la Gran Depresión. Ya ha revelado un exceso de capacidad instalada y el consiguiente declive de los beneficios empresariales en la mayoría de los sectores. En España, también.

No es fácil encontrar un sector, ya sea en manufacturas o en servicios, en el que sus oferentes hayan conseguido reproducir el excepcional ritmo de generación de beneficios de la última década. Entre las empresas españolas, la contracción de la generación de excedentes ha sido también amplia. En algunos de ellos, como el sistema financiero, están ofreciendo resultados adversos sin muchos precedentes: caídas de dos dígitos, sin que pueda excluirse el registro de pérdidas en algún caso en el futuro. En otros países, la magnitud de los resultados negativos ha llegado a erosionar la solvencia mínima que se les exige a las entidades crediticias y de seguros.

La continuidad de la recesión y la no menos explícita de la presión competitiva internacional seguirán contribuyendo a que la capacidad de generación de excedentes de las empresas españolas siga debilitándose en los próximos años. Especialmente en aquellas con producciones de escaso valor añadido y en las que mantienen elevados niveles de endeudamiento.

La búsqueda de rendimientos a escala en sus distintas modalidades ya está obligando a replantearse decisiones estratégicas como las relativas a la dimensión mínima o la cooperación o integración con otros competidores. La reducción del censo de oferentes será uno de los resultados de esta reducción de los beneficios, especialmente en aquellos sectores (no faltan en España) en los que sigue dominando el minifundismo empresarial.

Con todo, esa contracción en el ritmo de crecimiento de las rentas del capital no alterará la distribución favorable frente a las generadas por el trabajo. Desde finales de la década de los setenta, en la mayoría de las economías avanzadas, España entre ellas, la proporción de las rentas que han remunerado al capital ha crecido a un mayor ritmo que las salariales. No sólo por la sustitución de trabajo por inversiones generadoras de ganancias de productividad, sino porque la capacidad defensiva de las rentas del trabajo ha ido debilitándose a medida que las economías emergentes asumían un creciente protagonismo en la dinámica de globalización y avanzaba la desregulación de los mercados laborales.

En momentos difíciles se pone a prueba a los verdaderos empresarios. Son aquellos que, aunque vean contraer su beneficio, mantienen una dinámica inversora, modernizadora de su capacidad de producción, que garantice mejoras en la diferenciación y capacidad competitiva. Éstas son las únicas condiciones que permitirán la restauración del excedente que debe remunerar la asunción de riesgos y la creación de riqueza. Quien no sepa hacer esto, tampoco merecerá ser empresario; en todo caso, entrará en la caracterización de logreros que acuñó Keynes. -

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