Un rictus de melancolía

La corrida de ayer es de las que te dejan un indeleble rictus de melancolía. Lo mejor, el palacio, que así se llama este edificio multiusos de Vistalegre, un coso cubierto, sin sol ni moscas, sin frío ni calor, sin puros humeantes y molestos, y cuatro pantallones que cuelgan del techo a modo de lámparas grandiosas. Y ahí se acabó la modernidad... Poco público, muy poco, poquísimo... ¡Y qué tropa, por Dios! Los de las verbenas populares son más serios.
La lidia. ¿Qué lidia? Se acabaron los tercios. Una verónica, quizá, de un Leandro muy venido a menos, pero mantazos varios protagonizaron el primero, en el que sólo un toro, el sexto, se dejó pegar -es un decir- en el caballo, mientras los demás piqueros simulaban una suerte ya en desuso al tiempo que los graderíos los denostaban a grito pelado. Un buen par de banderillas en el sexto, a cargo de Miguel Martín, y se para de contar, en un mar de carreras, garapullos que se tiran a lo negro del toro y todo para olvidar.
ALGARRA / EL CORDOBÉS, RIVERA, LEANDRO
Toros de Luis Algarra, bien presentados, blandos, nobles y descastados; destacaron tercero, cuarto y sexto.
Manuel Díaz 'El Cordobés': casi entera trasera (silencio); dos pinchazos y media (ovación). Rivera Ordóñez: dos pinchazos y descabello (ovación); pinchazo y estocada (ovación). Leandro: estocada -aviso- y dos descabellos (oreja); dos pinchazos -aviso- y un descabello (ovación).
Palacio de Vistalegre. 20 de febrero. Feria de Invierno. Un cuarto de entrada.
Y los toreros. Dos que están de vuelta, El Cordobés y Rivera, y uno, Leandro, que dicen que tiene maneras de artista. ¡Qué bochorno! Qué rubor produce ver a estas alturas a Manuel Díaz con los trastos en las manos intentando hacer lo que hace años hacía bien y parece que, definitivamente, ha olvidado. Los pases, si es que así pueden ser llamados, los ejecuta sin ajuste ni quietud, siempre mal colocado, sin sitio e inseguro. No fue un toro propicio el primero, pero sí el cuarto, pero no mejoró el diestro, siempre con la muleta retrasada y, al final, el salto de la rana. Un horror.
Pero no fue Manuel Díaz el único. Tampoco Rivera vive momentos de felicidad torera. Le tocó en suerte el peor lote, amorfo y descastado, pero su toreo es insufrible, falto de oficio, incapaz, aburrido y torpe. Puso banderillas al primero con mucha voluntad, contó como sus compañeros con el fervor del público, pero ni por ésas. Pasó sin pena ni gloria, sin visos de que vuelva aquel torero alegre, valiente y animoso de antaño.
Y decepcionó Leandro -que había entrado en sustitución de Jesulín, que había anunciado su reaparición, y dijo que se había lesionado una mano en un entrenamiento-, y lo hizo porque se olvidó del arte y recordó a un torero pegapases, aliviado, sin gracia y sin calidad. Los mejores toros fueron los suyos, todo quedó en detalles aislados. El resto, otro horror, tan grande como el de sus compañeros.

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