Restos condenados al subsuelo
El conjunto arqueológico de Tarraco topa con un problema irresoluble: Tarragona. La urbanización de la ciudad se asentó sobre la antigua capital romana y ello supone que gran parte de la riqueza arquitectónica queda relegada al subsuelo. "Sacar a la luz todos los restos sería impresionante pero no podemos convertir la ciudad en un museo", expone la concejal de Patrimonio de Tarragona, Rosa Rosell. Ello supone que muchas obras colosales, como el teatro y el foro, nunca lucirán en todo su esplendor.
Del circo, de planta ovalada, uno de los mayores del Imperio romano, apenas ha quedado al descubierto una quinta parte. Si algún día el Ayuntamiento pretendiera ampliar las excavaciones, debería expropiar la plaza de la Font, la más popular y concurrida de la ciudad. Después, mudarse de sede: el propio Consistorio se ubica casi en uno de los extremos de donde se realizaban las carreras de cuadrigas. "Estamos obligados a renunciar a verlo", se resigna Rosell. Queda el consuelo de los vestigios de aquellos restos sólo visibles para los entendidos. Todas las casas de la plaza de la Font están cortadas por el mismo patrón romano. Se trata del tamaño de las bóvedas del circo, sobre las que los inmuebles se edificaron aprovechando el pilar de una o dos bóvedas. "Si las derribáramos aparecería toda la estructura y quizá la gradería de la construcción romana, algo espectacular", apunta la edil.
Algunas de estas bóvedas pueden apreciarse en el interior de los bajos. Muchos comercios de la zona las restauran y exhiben como un valor añadido. El Ayuntamiento mantiene un registro para garantizar su conservación, pero poco más. "No podemos realizar enormes excavaciones como las abiertas en Pompeya", concluye Rosell. "Aquí vive gente".
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