Las joyas de la corona

La cantante valenciana Mara Aranda presume de ocupar con cierta frecuencia las primeras posiciones en las listas europeas de ritmos étnicos, pero su comparecencia del sábado se resintió de una competencia feroz: la Operación Retorno, los desmarques de Cristiano Ronaldo, copichuelas para anestesiar la depresión posvacacional y la modorra de una ciudad en la que algún desalmado se dejó encendida la calefacción. Total, que la Galileo Galilei presentaba un aspecto un tanto desolador, con más instrumentos en el escenario que público en las mesas. Los camareros no tuvieron que servir a destajo.
Una lástima, porque Aranda parece haber encontrado en solitario, acompañada por el quinteto Solatge, un cierto equilibrio que contrasta con aquella afectación insufrible de sus tiempos al frente de los extintos L'Ham de Foc. Ahora se muestra amena y didáctica en las presentaciones de un material que recupera algunas de las mayores joyas de la antigua Corona de Aragón, un territorio mediterráneo, pirenaico, maño y hasta isleño que hoy no superaría la prueba de ningún Estatut.
Jotas, cantos de trilla, danzas de velatorio, romances y hasta boleros, de esos que madrileños o parisienses enseñaban a la nobleza levantina, conviven en los surcos de Dèria, el primer trabajo conjunto de la vocalista y sus cinco nuevos aliados (largas cabelleras, barbas picudas, camisolas de corte juglaresco). Lo mejor son los diálogos instrumentales que entrelazan Eduard Navarro, el responsable de los vientos tradicionales, y las vihuelas, zanfonas y demás cuerdas de Jota Martínez. Pero sería deseable que alguien le diga al arpista, Josep Maria Ribelles, que no se meta las manos en los bolsillos cuando no está tocando. Queda feo, y al folclor de este país le vendría bien quererse más.
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