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Columna
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Horror vacui

En la última, y valerosa, rueda de prensa de Rodolfo Ares, su viceconsejero de Seguridad, Rafael Iturriaga, nos ofreció unos datos que me dejaron anonadado. Uno está acostumbrado a encontrarse con ellos cada vez que hay algún evento, ya sean las fiestas del santo patrón, las de Navidad, las de verano o cada vez que se acerca a un acto algún tipo de autoridad. A evento que cae, allí están ellos, bien marchando -una de las últimas adquisiciones de la neolengua, a la que se adhieren con entusiasmo los medios, es la de denominar marchas a las manifestaciones-, bien colgados de la pancartita. No obstante, pese a esta hiperpresencia de la que cualquiera de nosotros puede ser testigo, no ha dejado de asombrarme uno de los datos del viceconsejero: durante el verano se han convocado ¡1.056! manifestaciones en la geografía vasca, lo que viene a dar una media cercana a las 20 manifestaciones diarias. Es evidente que allí donde asomara el santo, fuera el lugar que fuera, allí estaba el predicador.

Se ha especulado mucho sobre el valor que otorga a las fiestas el universo proetarra. Tiempo para la frivolidad y tiempo para el olvido, las fiestas no gozaron en un principio de su beneplácito, hasta que descubrieron que constituían un filón político e ideológico. Si de algo ha solido aprovecharse el mundo etarra ha sido de las tramas tradicionales de este país, a las que ha sabido acomodar además su ideología. ETA gana en las distancias cortas y pierde en las largas. Y las distancias cortas se dan en los ámbitos tradicionales, en las familias, en las cuadrillas, en los clubes deportivos, en los pueblos pequeños. Son universos con fuertes vínculos emocionales, y en los que la mala conciencia puede actuar fácilmente como neutralizador ideológico. Y el mundo etarra es un experto eyaculador de mala conciencia como factor ideológico. Nada mejor para ello que exhibir continuamente su sufrimiento, que sin duda lo tiene. Y lo exhibe como un sufrimiento sacrificial, heroico: un sufrimiento positivo, frente al sufrimiento negativo de sus víctimas. Esa exhibición del sufrimiento -las fotos, señor Egibar -es su principal instrumento de inoculación de mala conciencia, su principal arma propagandística para alcanzar la solidaridad emocional. Esos chicos no matan; sufren por ti, se sacrifican por ti, y mientras tanto tú...

Y mientras tanto tú te diviertes. Había que inyectar también mala conciencia en esa realidad insoportable de las fiestas, mala conciencia que actuaría a modo de peaje para hacerlas posibles. Había que convertirlas en una celebración del dolor, en una celebración del martirio, una comunión emocional, dejando además bien claro -y para hacerlo queda siempre el recurso a la violencia- que su posibilidad derivaba de esa condición. Sustancia de la tradición, y por tanto medio considerado natural para ellos, han querido absorberlas para su iglesia. 1.056 manifestaciones. Aún no salgo de mi asombro.

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