Complejidad económica
La Navidad impone un paréntesis en la vida política que tiene su excepción en los discursos oficiales que se pronuncian durante esas fechas. La prensa otorga a estos discursos una importancia que rara vez guarda proporción con su interés real. La actualidad del periodismo lleva a estos excesos. Como los gobernantes no quieren amargarnos las fiestas -un criterio que les agradecemos-, aprovechan la ocasión para pregonar sus logros y prometernos un futuro que satisfaga a todo el mundo. No negaré la importancia de estas convenciones que aseguran la buena marcha de la sociedad.
El discurso que el presidente de la Generalitat pronunció el último día del año no fue, en este aspecto, una excepción. Siendo Camps una de las personas menos innovadoras que conozco, no podría haber sido de otra manera. Sí que fue, en cambio, un discurso político de principio a fin, donde, desde la elección del escenario hasta el gesto, todo estuvo medido al detalle. Camps, o las personas que le rodean, no deja nada a la improvisación, un modo de hacer que ha deparado hasta el momento unos resultados extraordinarios. Se podrá alegar que, como actor, resulta un tanto forzado, y es de una rigidez evidente en más de un momento, pero la eficacia es abrumadora. Estas cosas se le perdonan a un gobernante, pues transmiten una imagen de seriedad.
La intervención de Camps tuvo dos líneas bien definidas. Una, que podríamos considerar más particular, estuvo formulada en clave de partido y pretendía manifestar su compromiso con la provincia de Alicante tras el reciente congreso del Partido Popular. Las acusaciones de José Joaquín Ripoll sobre el desapego de Valencia -un tema siempre delicado- parecen haber inquietado a Francisco Camps, que se ha apresurado a contrarrestarlas. Si hace unas semanas castigaba sin contemplaciones a los alcaldes que apoyaban a Ripoll, ahora hablaba de vertebración y prometía subvenciones para todo el mundo. El oportunismo político del presidente es bien conocido; en cuanto a las subvenciones, ya se verá.
El mayor peso del discurso fue para la crisis económica, en correspondencia a la situación del momento. Como la palabra crisis no debe gustarle a Francisco Camps, prefirió utilizar la expresión "situación de complejidad económica". ¿Habrá servido el circunloquio para aliviar el pesimismo de los valencianos? No sabría decirlo. El punto central de la exposición fue el anuncio de una inversión de 8.000 millones de euros en un plan que servirá para sacar a la Comunidad de la crisis. De quien dice que va a gastarse 8.000 millones de euros -una cantidad considerable-, uno espera que tenga decidido su empleo, pero el presidente no dijo una palabra sobre esto. Camps posee la virtud política de evitar cuidadosamente los compromisos.
Hay quien ha visto en las palabras de Camps algunos síntomas de agotamiento. Que la retórica con la que se elaboran los discursos del presidente comienza a debilitarse es perceptible para cualquier observador. El material ha llegado al punto de fatiga. Las combinaciones de "líderes", "seremos los primeros", "continuaremos creciendo" y otras semejantes, no parece que puedan dar más de sí después de utilizarse durante tanto tiempo. Esto pudo provocar la impresión de que el discurso de Camps ya lo habíamos escuchado, al menos en parte, en alguna otra ocasión. Quizá no se deba utilizar, en tiempos de "complejidad económica", el mismo vocabulario que uno ha empleado en los años de prosperidad. Hay que renovarse.
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