Noche y día

Termina el año y el periódico se llena de recuentos. Los mejores libros, discos, películas, los personajes más populares del año. La unanimidad sobre el éxito es falsa, siempre hay gente como usted o como yo que, a menudo, no compartimos el entusiasmo por lo que parece gustarle a todo el mundo. Pero hay que aceptarlo como una tradición con la que los medios cierran el año. Lamentablemente, la lista se vuelve mucho más objetiva cuando se da cuenta de la desgracia. Sabemos el número de parados, el de muertos por accidentes de tráfico, el balance aproximado de víctimas de la ofensiva israelí sobre Gaza, el de los inocentes que se lleva por delante ese implacable cóctel que forman el sida y la pobreza, los millones de personas que mueren a causa del hambre estacional o ese terrible número, 73, el de las mujeres que en nuestro país perdieron la vida violentamente a mano de sus parejas en sólo un año, dejándonos sin motivos para creer en una solución inmediata. El ranking de los triunfadores que airean las listas anuales es arbitrario (a no ser que hablemos de los agraciados por la lotería), depende de algo tan caprichoso como el gusto. El ranking de los desgraciados, sin embargo, es contundente, está lleno de víctimas que no podrán contarlo o de criaturas que no tienen voz.
Pero en este día, a pesar de que el martillazo de la desgracia no se detiene nunca, cada uno de nosotros tiene derecho a replegarse. Esta columna no expresa opinión ninguna. Al contrario, desprende silencio. Contiene, eso sí, unos cuantos aromas heredados de la infancia, la casa oliendo a guiso de cordero mezclado con el perfume de las mujeres. Contiene también el recuerdo de otras Nocheviejas con algunas presencias que nos robó el tiempo. Y la luz irreal de un día de Año Nuevo en el que el corazón quiere estar, por unas horas, cerrado al ruido del mundo.
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