Terror

Viví 30 años de guerra fría. Por entonces, la gran amenaza consistía en una guerra nuclear entre las superpotencias que, además de aniquilar a gran parte de la humanidad, iba a producir un invierno perenne en el planeta. El invierno nuclear, decían. Los supervivientes de la orgía atómica quedarían condenados a vagar por una estepa helada, azotada por ventiscas de nieve, y a morir poco a poco, hasta la extinción completa de la especie. Supongo que todo eso es aún posible, porque los arsenales nucleares siguen existiendo, pero ya no se habla de ello. Ése es un terror amortizado. Ya no vende.
Ahora pende sobre nuestras cabezas el cambio climático. Yo me declaro contrario a ese cambio y confío en que no ocurra. La hipótesis del calentamiento global (sólo una hipótesis, por ahora) no carece de fundamento, pero me incomodaría tener que dar la razón a científicos venerables, simpáticos y entrañables como James Lovelock, creador de una celebrada teoría según la cual el planeta, o Gaia, funciona como un organismo autorregulado, y en su momento logrará sobrevivir cargándose a unos 5.500 millones de personas. Es posible que acierte. Lovelock, sin embargo, es uno de esos tipos que califican de "crimen" la industrialización de la campiña inglesa, que antropomorfizan las cosas y que, en último extremo, dan más importancia a la vida de su gato que a la del vecino. No es mi tipo.
Lamentaría, ya digo, darle la razón a Lovelock. Pero podría vivir, o perecer junto a todos ustedes, sin que me amargara el triunfo de sus tesis. Lo que me aterroriza del cambio climático, más que guerras, hambrunas y migraciones, es una lenta extinción en un agosto perpetuo. ¿Se lo imaginan? ¿No? Pues presten atención un día de estos a los informativos de Antena 3. Como ejemplo, las noticias de ayer a mediodía: las playas están llenas, en las carreteras hay gente que va a la playa, hay gente que va a la playa y no utiliza protector solar, hay gente que se queda en Madrid (nunca se quedan en otras ciudades) y se queja del calor, el calor seguirá en los próximos días y, para cambiar de tema, todos los goles de los partidos amistosos.
Como terror colectivo, la hipótesis del invierno nuclear me parecía mucho más elegante.
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